LA URGENTE NECESIDAD
DE UN NUEVO ACTIVISMO: EL DE QUIENES NUNCA PENSARON SER ACTIVISTAS
Que las cosas no van bien lo sabemos todos y
con total certeza. Pero lo peor, que también sabemos, es que las probabilidades
de que las cosas mejoren son mínimas y
son máximas, en cambio, las perspectivas de que empeoren. En cuanto a lo macroeconómico,
cabe consolarse un poco al comprobar que apenas hay un país o una zona
económico-geográfica no afectados por la megacrisis y que las mejores cabezas
no ocultan sus dudas sobre el rumbo que se debe seguir en esta crisis global. Últimamente,
se abren paso dos intuiciones: una, la de que no funciona ninguno de los
grandes modelos: ni el que prima la ortodoxia fiscal ni el que propone gasto
para crecimiento; dos, que, además, lo que puede irle bien a un país no
necesariamente servirá en otro, de modo que cada cual ha de buscar su propio
camino.
Pero estos
“consuelos” -extremadamente relativos, porque operan también como factores de
angustia- no sirven frente al panorama de España en lo doméstico, por así
decirlo, o, en otros términos, ante lo que aquí se hace y no se hace, que no
depende de la situación económica global. Vemos lo que se hace y se dice en
materia de estructura del Estado, de reforma administrativa, de seguridad interior,
de sistema bancario, de empleo, de fuentes de energía, de educación, de
justicia, etc.. Vemos los dichos y los hechos, los silencios y las omisiones
sobre tantos asuntos, que han de afrontarse a diario por nuestros dirigentes
políticos y sociales y convenimos, sin “consuelo” alguno, que las cosas no van bien, sino mal y que no
tienen trazas de mejorar, sino de empeorar.
La causa de que las cosas vayan mal y de que no podamos
pensar que irán mejor es, en pocas palabras, que no estamos en las mejores manos. Es una convicción general: estamos
en “malas manos”. Nuestros dirigentes son de mala calidad. Y así no hay forma
humana, como se suele decir, de que esto mejore. Así es casi seguro que todo
empeorará.
¿Por qué escribir
algo tan obvio pero tan deprimente, cuando evitar al máximo lo deprimente y no
caer en la depresión es lo primero que en estos días nos recomendamos a
nosotros mismos quienes no hemos tirado
la toalla? En primer lugar, porque ya no es resistible el impulso de
protestar cuando, a nuestro alrededor, a diario, se dicen tantas banalidades y
tantas mentiras a propósito de asuntos serios; cuando escuchamos disparates
pronunciados con ínfulas de dictamen experto, pero emitidos por quienes carecen
de conocimientos y de experiencia; cuando vemos que ignorantes iluminados y
mendaces acometen reformas insensatas, dañinas para todos; cuando tantos
dirigentes que debieran callar y actuar prudentemente, hablan imprudentemente y
actúan con atolondramiento; cuando vemos cómo se engaña a la sociedad y se dice
perseguir lo que es justo y, sin embargo, sabemos con certeza que se busca
favorecer injustamente a unos pocos en perjuicio de todos los demás (el proyecto de ley de tasas judiciales, patrocinado por el Sr. Ruiz Gallardón, es un paradigma de mentiras y engaños con fines injustos).
Pero, en segundo
lugar, hay que decir que estamos en “malas manos” y que así no hay arreglo
posible por una razón mucho más importante que la dificultad de quedarse
callado ante la incompetencia, la desvergüenza e incluso la patológica
hinchazón del ego de este o aquel poderoso, que se considera con mayor
infalibilidad que la papal. Y esa razón
es la necesidad de no favorecer ni un día más, como si fuese un fenómeno normal
que debe aceptarse, lo que, en realidad, es una gigantesca anomalía intolerable.
La verborrea frívola, indocumentada o mentirosa se ha convertido en algo habitual,
que nos envuelve como la atmósfera de nuestra obligada respiración. Y es preciso dejar claro que lo habitual no es
aceptable, sino del todo rechazable y que el aire no está pasablemente limpio,
sino sucio hasta una grave toxicidad. Aunque sea incómodo, hay que circular con
las mascarillas puestas, para que no piensen que nos engañan.
Ni estamos engañados
ni, por trabajoso que resulte -que lo es y mucho-, debemos tolerar tanta
incompetencia y tanta mentira, reflejadas en la frivolidad y en el descaro de
lo que se dice y en la inoperancia y la maldad de los comportamientos, porque
lo que se hace y lo que no se hace están en consonancia con la charlatanería y
la mendaz impostura de tanta tergiversación y tanto sofisma como circula. Los
ciudadanos no debemos seguir aguantando, sin reacciones suficientes, a unos
dirigentes políticos y económicos de muy baja calidad, que se autoconceden una
amplia bula para hablar sin conocimiento de causa, con hiriente superficialidad
y, muchas veces, demasiadas, con negación de lo evidente y de los datos
documentados. Y no debemos soportar inactivos la ineficacia y el expolio que esta gente planea y ejecuta. El dirigente que oficie como si fuese un pícaro vendedor
ambulante de baratijas tiene que ser desenmascarado, lo mismo que el que actúa,
en sus propuestas o en defensa de sus proyectos, sustancialmente igual que el más
clásico estafador.
Hay que elevar drásticamente, a
base de comportamientos individuales y de adhesión a iniciativas colectivas, el
nivel de intolerancia social a la tontería y a la mentira. Resulta necesario
que los ciudadanos normales se hagan mucho más activistas, con superación del cliché tradicional del activista:
persona sin oficio conocido, sin conocimientos serios de nada, profesional de
la protesta, que defiende generalidades o revoluciones. Ya no tiene por qué ser
así y no es así. Más aún, son necesarios activistas con un perfil completamente
distinto. Ahora, con medios como éste de internet, el simplismo del panfleto y
del pasquín puede fácilmente abandonarse y, de hecho, ha sido abandonado por
muchos. Sólo falta superar cierta comodidad y un reflejo demasiado conservador
a inscribir el propio nombre debajo de un texto, aunque se comparta por
completo sustancialmente e incluso íntegramente su contenido. Hay demasiada
gente decente, profundamente descontenta con los dichos y hechos de los que
mandan, que todavía se comporta como si
las idioteces que se dicen y las tropelías que se cometen no requiriesen su
personal implicación, de rectificación o protesta, en la acción colectiva más
simple. Hay demasiada gente competente que, por ejemplo, no envía una “carta al
Director” tras haberse tragado el sapo
de las falsedades y sofismas de un artículo sobre un asunto del que sabe mucho
más que el firmante. Se equivocan si piensan que no sirven para nada. Sirven,
incluso si no se publican.
Las “malas manos” en
las que estamos son las de quienes han copado las instituciones políticas y
sociales y desde ellas hablan y actúan, si bien se mira, con el mismo desenfado
de muchos activistas de antes, sólo que instalados en el confort y con medios
que, muchas veces pagamos todos. No es nada coherente quejarse de estar en
"malas manos" y no decidirse individualmente a hacer lo que esté en las nuestras
-y todo lo razonable que otros nos propongan- para ir liquidando la atmósfera
irrespirable creada y mantenida por esas “malas manos”. Que las tonterías y
mentiras no queden sin respuesta, que las estafas se desenmascaren, que los
engaños salgan a la luz. Los ciudadanos comunes, hartos de tanta basura
intelectual y moral, podemos, si queremos, inundar la sociedad con productos
sanos. Los medios de comunicación tradicionales no los admiten fácilmente, pero
los reciben si se les envían y, además, hay muchos otros medios.
Otro día habrá que
preguntarse cómo y por qué los resortes del poder político y de otros poderes han ido cayendo sistemáticamente en malas manos. Me ha parecido que hoy era suficiente
el intento de hacer entender que hay cosas que parecen inevitables y no está nada
claro que lo sean si nosotros no nos conformamos.
Totalmente de acuerdo, ninguna tontería, ninguna mentira debería quedar sin respuesta. Y ahí, en ese estado de "activa vigilancia", debería estar la sociedad civil.
ResponderEliminarParticipo por primera vez en su interesante blog, encantado y enhorabuena.
Un cordial saludo,
Juan Pablo L. Torrillas
(Graduado Social, estudiante de 4º de la Licenciatura en Derecho)