LA RESPONSABILIDAD, PASADA Y ACTUAL, DE LAS “BUENAS PERSONAS”
Preferiría escribir sobre casi todo (de lo que sé algo, claro) en vez de volver sobre la crisis, pero veo que mucha “buena gente”, muchas “buenas personas”, no se toman en serio la situación. Y es tremendamente seria, aquí, en USA, en GB y, por supuesto, en Grecia. Vayan para esas “buenas personas” estas líneas. A ver si se enteran. Y vayan también por los "dirigentes" a los que, en gran medida, siguió durante años esa “buena gente”. Porque los muy desvergonzados insisten. Y no acabamos de jubilarlos.
No haría yo la pregunta del título si no fuese capaz de ofrecer una respuesta. Pero, por una vez, puestos a sintetizar, no tengo la menor duda sobre la clave de la crisis financiera, de la burbuja inmobiliaria, del déficit público, del paro, del fracaso de los reguladores, de las grietas exhibidas por las grandes firmas de auditoría, de la decadencia de la prensa, de la corrupción político-económica, del enorme deterioro del sistema educativo, de los engaños masivos, de la falsificación de la democracia, del desprestigio de la clase política, de la dificultad de encontrar remedios, de la resistencia a reformas profundas y del pesimismo y la desesperanza generales.
¿Qué tenemos ante nuestros ojos? Tenemos una sociedad profundamente desmoralizada, en todos los sentidos. Desmoralizada en el sentido coloquial (como un equipo de fútbol se considera incapaz de remontar un marcador adverso o una prolongada racha desfavorable) y desmoralizada en el sentido literal, más profundo: una sociedad sin moral, como no podía ser de otra manera tras un constante y prolongado despojo de su moralidad. Una sociedad, por tanto, sin ánimo, sin fuerzas.
La inmoralidad, una inmoralidad sostenida, creciente, generalizada y no reconocida, durante más de tres décadas, ha sido y es la clave de la crisis. Ha ocurrido que la inmensa mayoría se ha dejado llevar por los que ha considerado dirigentes en todos los terrenos, unos super-listos, que -en la derecha, en la izquierda y en el centro- entendían lo moderno y lo progresivo como la liberación de la servidumbre de una moral exigente. Entronizaron, en lugar de los valores clásicos, unos nuevos, muy asequibles: la bondad de lo que funciona, la bondad de lo que nos lucra, la bondad de lo placentero, la bondad de la “imagen”. Correlativamente, predicaban y predican la maldad de lo que requiere esfuerzo, la maldad de lo que no produce enseguida beneficios personales, la maldad de preocuparse tanto por la verdad en vez de ocuparse a fondo de la apariencia. Han predicado, sobre todo con el ejemplo, la bondad del engaño y la mentira, disfrazados de exageración aceptable, de propaganda necesaria, de conveniente imagen atractiva. Han acanzado la apoteosis del sofisma. Y en este punto del engaño y la mentira ha estado el núcleo más duro, profundo y efectivo de la inmoralidad.
Ha resultado que los super-listos se pasaban de listos, como ya he dicho aquí alguna vez. Ha resultado que eran tan tontos que desconocían la historia universal y la condición humana, sustancialmente inalterable, que esa historia revela. Desconocían, al parecer, las experiencias anteriores de sus viejísimos “nuevos valores”. Pero éstos, patrocinados con una fuerza incomparable gracias a los nuevos medios, no han dejado títere con cabeza en nuestra sociedad. Ahora, el fracaso global de los super-listos y sus recetas es evidente aunque procuren a toda costa disimularlo o lo nieguen sin cesar. Si lo que valía era lo que funcionase, lo que enriqueciese y lo que procurase placer, lo cierto es que, a resultas de afanarse exclusivamente en esos "valores", hoy la sociedad tiene problemas gigantescos de mal funcionamiento, de empobrecimiento general y de nuevos y viejos sufrimientos que alcanzan a casi todos. Si lo importante era la imagen y la apariencia, no puede ya ser peor la indisimulable imagen o apariencia de tantos sectores y de tantas instituciones. En España no queda una sola institución decisiva que no esté marcada por la corrupción (que no es sólo la del cohecho) y el desprestigio. No es catastrofismo. Las cosas están así.
En la educación, en la familia, en la vida económica, en la gestión de la cosa pública, en el terreno del Derecho, en la praxis de las más diversas profesiones, en la invención de nuevos quehaceres, nada hay que no haya sido mil veces pisoteado con la marcada huella de esa inmoralidad profunda de unos paupérrimos contravalores.
No sé quién comenzó a decir que todos somos responsables de la crisis. Pero veo que esa afirmación bienpensante lleva camino de convertirse en un tópico de amplia y acrítica circulación. Y no es verdadero ni justo. Todos somos débiles y ninguno estamos libres de equivocarnos y de cometer alguna que otra maldad. Pero eso -los fallos personales, de toda clase- no es lo mismo que la responsabilidad por la situación presente. De hecho, algunos llevamos décadas avisando de la deriva equivocada (por ahí anda, ahora incluso como e-book, un libro mío “Cápsulas para la memoria 1966-2006”, Ed. Ramón Areces, 2006, 358 págs., que recoge una selección de artículos publicados en esos 40 años: 40 años avisando: no es cuña publicitaria, sino prueba de mi legitimación). No nos hacíamos ilusiones, sabíamos que escribíamos contra corriente, insistíamos sin ánimo de reconocimiento, pero no dejaba de extrañarnos y dolernos la insensibilidad o la indiferencia de tantas “buenas personas” (tantos compañeros, tantos amigos): nos dolía, a fin de cuentas, su incomprensión y su rechazo de nuestros razonados avisos. A mí me dolía poco por mí mismo, pero mucho por los efectos que se veían venir (aunque no imaginé jamás las dimensiones de esta crisis).
Si esas “buenas personas” se hubiesen tomado en serio lo que venía sucediendo, especialmente en el ámbito de la educación (en las familias ante todo: no sólo en escuelas, institutos y colegios), si la ética en los negocios y en la vida pública verdaderamente les hubiese preocupado, si no hubiesen arrinconado la calidad del pensamiento y del raciocinio en beneficio de la imagen y de la utilidad inmediata, si no se hubiesen decantado tan descaradamente por la eficacia frente a la sabiduría, si hubiesen sostenido el valor de la experiencia frente a la moda de la exaltación de la juventud por sí sola, si no se hubieran rendido culto bocalicón al éxito social y económico, si hubiesen sido menos frívolos a la hora de aceptar y promocionar prestigios trucados o enteramente falsos, si hubieran sido quizá más comprensivos con clásicas debilidades humanas pero mucho menos condescendientes con crónicas omisiones del cumplimiento de importantes deberes sociales y cívicos… Si esas “buenas personas”, si esa “buena gente”, no hubiesen colaborado tanto, de esos y de otros modos, con los promotores de la inmoralidad, seguramente ahora el daño no sería tan grave y extenso.
Aún hoy, cuando se muestran horrorizados (aunque lo disimulen con impostados optimismos y “sonrisas profindén”) ante esto, lo otro y lo de más allá, esas “buenas personas” siguen sin entender. Sí, reconocen que la crisis es dura, pero, bondadosos como son, se muestran seguros de que, más o menos pronto, saldremos de ésta. Ignoro en qué apoyan semejante pronóstico. A mí me parece puro whishful thinking. Pera las "buenas personas" son de las que piensan que todo tiene arreglo, aunque la historia no respalde ese axioma. De hecho, ha habido decadencias y crisis sin arreglo. Ahí tienen a Grecia. Deseo vivamente que "esto" tenga arreglo. Y probablemente lo tendrá, más bien después que antes. Nunca, sin embargo, a base de no pensar a fondo cómo estamos y por qué.
Querido Profesor: lleva usted más razón que un santo, ¿para qué decirle más? En lo que no reparan (¡reparamos!) las buenas personas es que unos pasos no tienen vuelta atrás y otros pasos sólo tienen vuelta atrás a un elevadísimo coste social; la historia así lo enseñan. No ceje.
ResponderEliminarMuchas gracias. No cejaré.
ResponderEliminar