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sábado, 27 de febrero de 2010

NUESTRA "PAQUIDERMIZACIÓN" ANTE LA INJUSTICIA


EL EGOÍSMO NO SÓLO ES MALO: ES QUE NO FUNCIONA



La “entrada” anterior -una noticia subrayable- sólo generó un comentario. “Anónimo” dijo lo siguiente: “Si todos los ascensos en el cuerpo de Secretarios fueran reglados y no discrecionales no habría estos problemas.”

Publiqué el comentario porque me pareció de mucho interés y contesté, a vuela tecla, así: “Muy cierto. Pero la prevaricación que atribuyo no desaparece. Y es cometida por los que contribuyeron con el PP a configurar ese puesto como discrecional y a disponer que se cubriese a propuesta de la Comunidad Autónoma correspondiente. Yo no intervine en la nefasta Ley de 2003 (sí en cambio lo hicieron, decisivamente, las asociaciones de Secretarios Judiciales), sino que la critiqué por escrito, publicado.”

Con todos los respetos hacia “anónimo”, me parece oportuno extenderme en el enfoque que su escueto comentario parece revelar. Si lo que voy a escribir no responde a su pensamiento, no se dé por aludido, porque, en realidad, lo que quiero decir no se refiere a él (no sé quién es ni qué piensa), sino que tomo su comentario, cuyo alcance exacto desconozco, como ocasión para referirme a un modo demasiado extendido de ver las cosas que suceden, no ya en Asia o en Oceanía, sino bien cerca de nosotros.

En síntesis: la injusticia de la que no son víctimas directas les trae al fresco a muchas, muchísimas personas. Nada nuevo. Yo soy testigo, casi cada día, de los dramáticos acentos con que muchas víctimas de arbitrariedades superlativas describen su desconcierto y su dolor. Es lógico que duela más lo que uno sufre directamente, pero no es lógico que la injusticia con el prójimo (el próximo, el de al lado) no duela nada y luego se reclame la cacareada “solidaridad” o, en todo caso, nos duela mucho la insensibilidad ajena. No, si a ti, lo que no sea tuyo, no te importa o lo aprovechas para salir por la tangente con la defensa de algo que te interesa, nunca te puede extrañar, siendo mínimamente coherente, que a los demás, cualquier día, les importe un bledo lo que te pueda suceder. “No nos llores, baby”. “Los problemas personales no interesan en el poker”. “A llorar, al muro”, te podríamos decir. Y es, muy probablemente, lo que te dirán a tí, egoísta, porque es lo que has sembrado a tu alrededor.

Es brutal el egoísmo generalizado que se capta. Muchos que se desmoronan de dolor ante lo que les ocurre (y es, a su juicio, injusto), se han dejado crecer una piel durísima, insensible ante las más rotundas injusticias que padecen otros. Estamos mutando hacia la paquidermización, por más que proliferen las ONGs e instituciones similares.

No quiero extenderme en lo obvio. Sólo añadiré que, por otra parte, la “solución” de “anónimo” (lo que a él se le ocurre ante la descarada y abusiva represalia por expresarse libremente) requeriría alguna explicación más. No es precisamente el “huevo de Colón” eso de que “todos los ascensos sean reglados”, que podría ir bien, no sólo a los Secretarios Judiciales, sino a los Jueces y Magistrados, a los Fiscales, a los Abogados del Estado, a los Capitanes y a los Coroneles, y, en fin, a todos los miembros de todos los cuerpos funcionariales o cosas semejantes. Pero ocurre que siempre alguien decide los ascensos, por reglados que sean. De manera que en ese alguien reside la posibilidad de decidir bien o mal, según los criterios introducidos en la regla. Y no sé de más ascensos “reglados” inalcanzables por la arbitrariedad o la prevaricación, que aquéllos en que el único criterio es puramente cuantitativo e infalsifcable: la “antigüedad”, es el ejemplo mejor. Y la “antigüedad” ya casi nadie la acepta como criterio único. Como no aceptamos el número de cursos en que se ha participado o el número de libros publicados o el número de kilos y gramos de lo escrito en DIN A4 o el número de Kb o Mb de “presentaciones powerpoint" sobre innovación docente. O sea, “anónimo”, que Vd. ha aprovechado la noticia de una tropelía para, eludiéndola legítimamente, soltarnos una receta archiconocida, que está lejos de ser algo remotamente parecido a una fórmula mágica. Todas las fórmulas, todos los sistemas, son susceptibles de manipulación indecente si falta decencia en quien las aplica.

A lo que voy, como conclusión, es a esto: el egoísmo no es sólo moralmente deleznable. La historia humana (la antigua, la moderna, la contemporánea y la de ahora mismo) muestra que el egoísmo no funciona. Y, amigos, lo que no funciona, eso sí que no se puede tolerar con criterios de modernidad.

Pero ocurre que, justo cuando estoy terminando esta entrada, recibo, de persona muy querida, un e-mail que no me resisto a reproducir íntegro y comentar. Dice así:

“En tu último post mencionas esta expresión, "amor a la libertad", que a ti y a mí nos resulta bien conocida. Pero, hoy, ¿se sabe lo que es "amor"? ¿Se sabe lo que es "libertad"?.

“¿Tú crees que al ministro de justicia, y a tantos otros, el "amor a la libertad" les dice algo?”

“Me permito sugerirte que no uses estos conceptos, por la misma razón de que no merece la pena poner miel en la quijada de un asno. Y si los usas, explícalos en niveles que los entienda un asno. No lo lograrás, porque los asnos, éstos de ahora, sólo entienden rebuznos y palos. Ya sabes que el mundo es del viento, y, por tanto, la libertad es sólo un soplo.”

Mi comentario será muy breve: 1º) Tienes razón: doy demasiado por supuesto; en lo posible, seguiré tu consejo; 2º) Nunca he pensado que le diga algo al ministro de justicia nada de lo que escribo y menos aún “el amor a la libertad”. 3º) Los asnos a que te refieres, indiscutibles en su existencia y condición, pueden leer este “blog”, pero no lo escribo pensando en ellos, sino en que todavía quedan personas y, por añadidura, personas a las que les gusta leer. Ya sé que no son muchas. Pero algunas quedan.

7 comentarios:

  1. NO entiendo el ataque que ha dirigido contra mí sólo porque no opine como usted.

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  2. Mire: yo no le he "atacado" y menos sólo por no opinar como yo.
    He tomado ocasión de su comentario para opinar libremente. Yo acepto que Vd. no opine como yo, pero ¿no acepta Vd.que yo no opine como Vd.?

    En realidad, si se fija, tomaba ocasión de su comentario, que tampoco decía gran cosa de su opinión, para dar mi opinión sobre un fénómemo muy generalizado.

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  3. Al contrario Sr. De La Oliva no me importa que opinen de forma diferente a mí y menos que la opinión venga de usted de quien conozco su recorrido como jurista. Es más, ayer iba a escribir que tomaba nota de su opinión del sexto párrafo. NO lo hice porque no me gustó ni lo que decía en los párrafos anteriores, ni la forma en que lo decía, ni el montón de conclusiones que usted había extraído de un cortísimo comentario.
    Dicho esto, pese a lo que pueda parecer, ni me di anoche por aludido por su entrada ni hoy tampoco (excepto a lo que se refiere al párrafo sexto), en primer lugar porque yo también estoy en contra de los abusos de poder (supongo que como cualquier persona mentalmente normal), pero es que sólo opiné sobre la discrecionalidad no porque esté insensibilizado ante las injusticias sino porque no tuve gana de opinar sobre lo que usted llamó prevaricación.

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  4. He precisado el texto, aquí y allá, en vista de sus comentarios. Creo que todo ha quedado claro. Pero me parece que yo no extraía un "montón" de conclusiones de su comentario, aunque era y soy muy libre de hacerlo (y Vd. reconoce que no quería hablar de lo que era el núcleo de mi "entrada"), sino -lo escribí desde el principio- de un fenómeno muy generalizado. Que su comentario hiciese saltar en mí una asociación de ideas con ese fenómeno no creo que se pueda tomar como "ataque", con todas las salvedades que hice. A mí me parece, sinceramente, que Vd. estaba en desacuerdo con mi entero texto, lo que encuentro perfectamente aceptable. Que Vd., legítimamente, resolviese referirse sólo a un aspecto tangencial, no puede limitar mi respuesta, en la que nunca hubo nada personal.

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  5. Concedo, no hubo ataque.
    Un saludo.

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  6. Gracias y un cordial saludo, amigo "anónimo".

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  7. Seis años después...

    Así debía ser nuestra vida, llegar a estar de acuerdo de nuestros desacuerdos.

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