EL
"EX-OPOSITOR" (TRIUNFANTE) Y EL “EX-JOVEN” (Y EL MERO JOVEN)
(REEDICIÓN DE UN POST DE 10 DE MARZO DE 2011)
En
vista de lo que está pasando y de lo que va a pasar con seguridad si se sigue
la vereda de la tontería por la que andan a toda prisa muchos de nuestros
dirigentes (ya saben el dicho, que escuché por vez primera en
Andalucía: “cuando un tonto coge una verea,
se acaba la verea y el tonto sigue”),
he rescatado de este baúl de textos que ya va siendo POR DERECHO un post de
hace más de cuatro años. Y va tal cual. No voy a escribirlo de nuevo cuando ya
lo escribí y no veo necesario ningún cambio. Igual me equivoco, pero he pensado
que las elementalidades de hace más de cuatro años son de interés actualísimo
porque hoy en España, aparte de un nuevo Rey al que no objetaré en absoluto su
relativa juventud (preparación la ha tenido desde que nació), se registra un
exceso de figuras emergentes, auto- o hetero-propulsadas, jóvenes y ex-jóvenes,
a quienes no les hace ningún favor otro tremendo exceso, que es el de la
bobaliconería y la adulación con que se les está presentando y tratando. Ya
bastantes de estos “emergentes” se están expresando y están actuando con una fatua
suficiencia y una presunción que asustan y que tienen la misma entidad que su ignorancia.
Y no: la competencia y la talla personal y profesional hay que demostrarla, hay
que ganársela. Y no digamos la condición de líder… o de “lideresa”. Copio (me copio):
Hace
días, trataba de la “competencia” a propósito de la que tienen o no tienen
nuestros dirigentes políticos o de otra especie. Lo que hoy quiero decir,
verdaderas elementalidades, vale también para cualquier ámbito de la vida
social. Y, en síntesis, es esto: no se debe confundir el principio
con el final.
Esa
confusión es exactamente la que se manifiesta (o la que se fomenta, porque en
ocasiones parece intencionada) cuando, sin más, se presenta como credencial
definitiva de competencia e incluso de prestigio poseer un grado de Doctor o
haber ganado (en buena lid, es de suponer) una oposición difícil (o dos). En la
trayectoria profesional de un profesor universitario (única en la que el
doctorado cuenta), el grado de Doctor es un segundo paso, al que deben seguir
años de docencia, de investigación y publicaciones. Si después del doctorado se
hace poco, no se estudia, no se enseña y no se investiga, magro será el curriculum.
Si se sacó el número 1 en unas oposiciones de Notarías hace
15, 20 ó 30 años, pero apenas se ha ejercido el Notariado,
estamos ante un lejano éxito inicial, pero no ante una trayectoria profesional
ni ante una prueba de que, en la actualidad, aquel brillante opositor
sabe Derecho. Lo único que acredita haber sacado Notarías a la primera, con 25
años, es que se trabajó muy duramente 3 ó 4 años y que, a los 25, se tenía
magnífica memoria, buena cabeza y más que decente forma física. Pero hoy, a los
35, 45 o a 55 años, cuánto sabe, qué experiencia tiene e incluso quién
es esa misma persona depende de lo que hizo (o no hizo) en los 10, 20 ó 30
años posteriores a su brillante triunfo inicial. El mero transcurso
del tiempo sólo procura olvido del saber y enmohecimiento intelectual. Y el
transcurso de 10, 20 ó 30 años de dedicación plena a la política, sin
más, puede procurar los mayores olvidos y los más graves deterioros,
intelectuales y éticos.
Indudablemente
es legítimo, p. ej., sacar una oposición a Cátedra universitaria o a plaza de
Letrado de las Cortes y dedicarse de inmediato a la política, como lo es
ingresar en la Carrera Judicial y quedar excedente en ella al poco tiempo para
dedicarse a la abogacía. Pero por la misma razón por la que ni el Catedrático y
el Letrado de las Cortes pueden razonablemente exhibir esa mera condición como si
constituyese un curriculum vitae rico en méritos, tampoco debería
hacerlo el miembro destacado de la clase política que, en su día, ya
lejano, ganó una oposición a un cuerpo funcionarial más o menos ilustre, pero
en el que no ha desempeñado funciones más que por una corta temporada.
Fuera
de la política y de la vida pública, es muy mala cosa confundirse hasta el
punto de considerar un triunfo inicial (y, concretamente, en una oposición
muy difícil, difícil o no facilona: grados bastante relativos) como éxito
irrevocable y culminación del itinerario vital que de verdad atribuye
competencia y mérito. Pero es en la política donde más se suele exhibir el
triunfo inicial como certificado de idoneidad o de excelencia,
precisamente a falta de una trayectoria posterior de sucesivos y constantes
esfuerzos, con nuevos éxitos y con otras experiencias quizá no exitosas, pero
muy relevantes para la personal formación profesional y la madurez humana, que
son de gran importancia para desempeñar funciones públicas.
Por
lo demás, para la res publica como para todo, es muchas veces
preferible, por más prudente, el ignorante consciente de esa condición que el
ignorante sabelotodo. Yo, desde luego, siento mucho menos pánico ante un
ignorante perfectamente (re)conocido como tal que ante un sabihondo que no ha
perdido las grandes ínfulas que le inflaron el ego de falsa superioridad
el día en que, hace 10, 20 ó 30 años, fue “número uno” de su promoción
de Profesional Importante. El ignorante actual pero prudente puede
aprender y, sobre todo, estará inclinado a preguntar y a estudiar lo que haga
falta. El cerebrito presuntuoso y creído no tiene que preguntar
(o eso se cree él; de ahí que se le llame creído): lo
considera innecesario. Y, si le contradicen con argumentos, lo toma muy mal,
como si de un ataque personal se tratara. No acepta ni tolera la discrepancia y
menos una completa discrepancia. Si, imprudentemente, coloca a los demás en el
trance de discrepar y efectivamente discrepan con claridad, se considera víctima
de una humillación. Como no comete errores (o, si los comete, no está dispuesto
a reconocerlos), no rectifica ni en el asunto de que se trate ni en su actitud
habitual. Y sigue cometiendo los mismos errores.
LA
MERA JUVENTUD, COMO MÉRITO
(Y, FRECUENTEMENTE, COMO ÚNICO Y DECISIVO MÉRITO)
(Y, FRECUENTEMENTE, COMO ÚNICO Y DECISIVO MÉRITO)
Hay
otro fenómeno social frecuente en nuestros días, que es muy conveniente
descubrir: la juventud como mérito. Ser joven es, por sí solo, para
ciertos dirigentes políticos y para un número aún mayor de jóvenes (interesados),
un mérito e incluso un mérito decisivo. Se trata de una de las
grandes idioteces que impregnan desde hace unos años la vida social, aquí y en
el ancho mundo. Cualquiera sabe que hay jóvenes muy inteligentes,
inteligentes, lentos, cortos y muy cortos. Cualquiera sabe que hay jóvenes con
mucho ímpetu y otros que se diría que nacieron ya cansados y no han hecho
sino cansarse más en su infancia y su adolescencia. Vemos jóvenes trabajadores y
otros sumamente vagos. Los vemos con ganas de comerse al mundo y cambiarlo,
junto a otros sumidos en el sopor del más absoluto conformismo. Los vemos con
ideales y los vemos con un utilitarismo y un egoísmo que asustan. La
juventud es -si dejamos a un lado discursos tópicos, en un sentido y en el
opuesto- una circunstancia temporal de la vida humana, que no incluye o
arrastra, por sí misma, otros rasgos de temperamento, carácter, personalidad,
cualidades y defectos, sino que se combina, en cada individuo, con los más
diversos rasgos. Una persona joven puede, aun siéndolo, revelar una madurez
y una sabiduría de la que carecen personas mayores, ancianas e incluso
longevas, que quizá siguen siendo tan atolondrados y tarambanas como a sus
20 años, si no más, por la mayor “práctica”. A pesar de estas genuinas
evidencias, hemos vividos y aún vivimos una época en que la juventud, en sí
misma, parece considerarse como equivalente a capacidad y mérito.
En
la vida política sobre todo, donde, a
ciertos efectos, la juventud es algo demasiado relativo y se es joven (de las
Juventudes Socialistas, Populares, Convergentes, etc.) tanto a los 18 como a
las 37 años, muchas personas ocupan puestos de responsabilidad -incluso de
mucha responsabilidad- por el simple hecho de ser jóvenes: algo más de 20 y
menos de 36 años. Fulano (o Perenganita) llegó a ser Jefe de esto o de
aquello, Director General, Secretario de Estado, Consejero, Viceconsejero,
Asesor áulico, Secretario General, etc. cuando era lo que se dice “un joven
(o una joven) brillante”, con una carrera universitaria y una
conversación que parecía revelar cultura amplia, “lecturas
complementarias” (si eran muchas y bien asimiladas o meras citas de ocasión, se
descubriría después). Tal vez era también un “joven activo” y
voluntarioso. Así empezaron muchos dirigentes políticos actuales y luego,
pasados 10, 20 ó 30 años, esas personas siguen, en términos de mérito y
capacidad, exactamente igual que cuando empezaron. Si tuviéramos que decir
qué son ahora estos dirigentes, sólo podríamos afirmar que son “ex-jóvenes”
o, si se prefiere, “ex-jóvenes brillantes”. Suena raro, ¿verdad? Pero,
¿acaso no es exacto en gran número de casos?
Quiero
procurar ser objetivo y justo: algunos de los “jóvenes brillantes” dedicados a
la política pueden exhibir, tras sus comienzos, una buena gestión de los
empleos que obtuvieron. Llegan a ser personas maduras y competentes, con
prestigio real y con oportunidades de empleo fuera del sector público. Cuando
hablan, se nota que saben de lo que hablan (cosa imposible de fingir) y se les
escucha con interés. Pero, por desgracia, se trata de excepciones a la regla.
La regla es que los antaño jóvenes alcanzan la cincuentena y nadie, con
desapasionamiento, los considera ya "profesionales brillantes” y ni
siquiera profesionales, ni buenos ni mediocres. De modo que, por mucho
que se estire temporalmente la juventud, han dejado de ser jóvenes y han pasado
a ser únicamente “ex-jóvenes”.
He
dicho antes que el mero transcurso del tiempo sólo procura olvido del saber y
enmohecimiento intelectual. No tengo que rectificar, pero sí completar lo que
viene con el tiempo. Por razón del tiempo, hay algo que los jóvenes nunca
tienen (nunca hemos tenido): experiencia. O, al menos, suficiente
experiencia. Ni experiencia de la vida ni experiencia profesional
bastante. Y la experiencia hace falta, es un excelente “activo” para el
desempeño de muchos empleos y funciones (aunque no hay que confundir
experiencia con antigüedad; sólo interesa la experiencia buena: la mera
antigüedad, por sí sola, no dice nada). Prescindir de la (buena) experiencia o
minusvalorarla es una necedad tan asombrosa como extendida, que cometen los
que, siendo jóvenes, desdeñan ser inexpertos y no toman precauciones. Pero la
cometen también y es mayor aún el delito de los que, en el trance de
seleccionar y designar a otros, lo hacen en favor de quienes, como suele
decirse, aún están “verdes” (y a los que harán bastante daño). Y no deciden en
ese sentido por necesidad (por falta gente experimentada, p. ej.) ni
adoptan prevenciones y cautelas. Lanzan jovencitos y jovencitas al estrellato
(a las estrellas y a estrellarse), porque la falta de experiencia
-que seguramente les aqueja a ellos mismos- no les parece de ninguna
importancia, adoradores como son de la simple juventud. Así nos hemos visto en
las malas manos de una efebocracia, que puede llegar a ser gerontocracia
a cargo de “ex-jóvenes”.
Muy bueno. La correcta cita del refrán es "Pones a un tonto en una vereda. La vereda se acaba y el tonto se queda".
ResponderEliminarSaludos.
Hola Don Andrés, le escribo porque es Usted un hombre de reconocido prestigio en la lucha por mejorar el estado de la Administración de Justicia. Que existan personas como Usted es un alago a la corporación jurídica de España y un alivio a los ciudadanos.
ResponderEliminarNosotros en particular estamos sufriendo lo que llamaría una distorsión del poder jurídico.
No sé como podría ayudarnos pero le dejo aquí para su consideración, el enlace a un ejemplo de actualidad https://www.change.org/p/ministerio-de-justicia-y-gobierno-de-españa-anulen-la-flagrante-mentira-del-notario-y-las-actuaciones-judiciales-que-devienen-de-ello-para-evitar-el-desahucio-fraudulento-de-nuestra-casa
Ha sido un gusto y un placer encontrar un BLOG tan interesante. Muchas felicidades y éxitos por su labor. Reciba un cordial saludo, Yaneisy Oliver.