LA CUASI-OMNIPOTENCIA
Y LA INDEPENDENCIA DEL BANCO CENTRAL EUROPEO Y LA INDEFINICIÓN DE ALEMANIA
Admito que tengo una
fijación con el problema del equilibrio
entre poder y responsabilidad. Puedo
hablar de “fijación”, porque esa cuestión está siempre fija en mi cabeza cuando
miro lo que sucede. No es una “obsesión”, porque esa preocupación constante no
tiene nada de patológico, sino que es bien razonable. Patológico
será, en todo caso, si no desentenderse de aquel equilibrio, sí otorgar o
mantener poderes, en todos los ámbitos de la vida social, sin asegurarse de que
los titulares de cualquier poder, pequeño, grande o colosal, están sujetos a
una proporcionada responsabilidad, es decir, deben responder de su conducta, tienen que rendir cuentas y, de no
ser positivas, reciben adecuada sanción o, cuando menos, se les priva del poder
que tenían.
Tengo dicho, aquí
mismo, que el denominado, con clara obsolescencia, “Estado moderno” hace tiempo
que está en profunda crisis desde sus mismos cimientos, cabalmente por el
inmenso desequilibrio entre poder (o poderes) y responsabilidad. Les recuerdo
el “post”: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2010/08/dos-cosas-distintas-crisis-del-estado.html.
Defendía en ese “post” que a la “crisis
del Estado moderno” se sumaba la pura y simple putrefacción de ese Estado. Los
dos fenómenos no pueden ser más actuales. En el ámbito económico, singularmente
en el bancario y el bursátil, se han inventado algunos poderes dotados de tal
autonomía que cabe predicar de ellos la independencia. No conozco otro más
fuerte y más independiente que el Banco
Central Europeo (BCE). Es más independiente que el Federal Reserve System (FED) y que la U.S. Securities and Exchange Commission (SEC), equivalentes estadounidenses de
nuestro Banco de España (BdE) y de la Comisión Nacional del
Mercado de Valores (CNMV). El poder del BCE se concentra en
su Comité ejecutivo y en su Presidente, l’onorevole
Mario Draghi, del que tienen Vds. información en una de las páginas de
este “blog” y también en este post: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2012/06/ni-los-errores-ajenos-excusan-los.html,
pero hoy no me interesa tanto la personalidad de Draghi como la entidad
que preside.
Esto es lo que el BCE mismo dice de su “independencia”: http://www.ecb.int/ecb/orga/independence/html/index.es.html
y de su “rendición de cuentas”: http://www.ecb.int/ecb/orga/accountability/html/index.es.html.
La simple lectura de ambos textos (a la que pueden añadir lo relativo a
“transparencia”: http://www.ecb.int/ecb/orga/transparency/html/index.es.html)
revela una desproporción inmensa entre poder y responsabilidad (la "responsabilidad" no es ni
siquiera mencionada en la “web” del BCE junto a los otros rasgos). Este
resultado procede de la convicción de que sólo una extraordinaria independencia
garantizaría que el BCE cumpliese su papel al margen de influencias y
condicionamientos políticos interesados en beneficios y provechos particulares.
Algo desde luego muy deseable, pero, además de ingenuo (en buena medida,
fingidamente ingenuo), sumamente difícil de conciliar con la exigencia racional
y, además, práctica, de que exista un contrapeso al poder. En la medida en que
independencia significa -y eso es lo que significa- ausencia de dependencia y,
por tanto, no sólo carencia de superiores jerárquicos, sino también de
controladores ex post que condicionarían
(y de los que se dependería, en definitiva) tanto como un jerarca por encima,
resulta sencillamente insensato atribuir independencia al gigantesco poder del
superbanco de la segunda zona económica del mundo.
En el amplio campo del interés público y del servicio al público, en sus
numerosísimas formas, hace mucho tiempo que no considero admisible más estatuto
de independencia que el de los jueces. No
admito más independencia que la independencia judicial. Ésa es la única excepción aceptable. Los
jueces son los únicos servidores públicos que no deben tener ni superiores
jerárquicos ni controles ex post,
salvo los jurídicos, que tienen una importancia capital. Incluso sin ceñirse al
ámbito público, por sentido común y, añadidamente, por sentido democrático, nadie,
que maneje poder, puede estar libre de un control y de una responsabilidad, es
decir, de la necesidad de dar respuesta (lat.: responsa-ae) a quien o a quienes, en nombre de los afectados por el
uso de ese poder (los accionistas de una sociedad anónima, los socios de una
asociación) o en nombre del pueblo, les puedan preguntar sobre el ejercicio de
ese poder, por acción o por omisión.
Los jueces, aunque administren justicia en nombre del pueblo, no son ni
deben ser políticamente responsables ante el Parlamento por sus resoluciones.
Aceptamos esa irresponsabilidad política porque sus riesgos son muy inferiores
a los que presentaría un control político de los procesos y las sentencias. Y
aceptamos esa excepción porque 1º) el poder de los jueces tiene unos parámetros
bastante más claros y firmes (los del Derecho) que los de las decisiones
económicas, los de la política monetaria y financiera, sujeta a discusiones
interminables y 2º) porque existe toda una batería de mecanismos jurídicos para
el control del poder de los jueces y para exigirles responsabilidad jurídica:
recursos, demandas de responsabilidad civil, mecanismos para la exacción de
responsabilidad penal, responsabilidad del Estado por mal funcionamiento de la
Justicia, etc.
Nada parecido a esto existe ni resulta imaginable para un poder
infinitamente más poderoso que el de un tribunal unipersonal o colegiado, como
es el poder económico. El poder judicial se ejerce sobre hechos concretos y
pasados, aunque tenga proyección sobre el futuro. El poder económico mueve el presente y el futuro de pueblos enteros o,
como mínimo, de amplios grupos de personas.
Las consideraciones sobre este gran tema podrían ser muy extensas, como
todos los lectores comprenderán. Pero con este “post” no pretendo siquiera una
introducción general al siempre actualísimo problema del poder y la responsabilidad. Es
suficiente pararse a pensar un rato sobre la situación de estas pasadas y de
las próximas semanas: el mundo entero pendiente y dependiente del Presidente
del BCE.
¿Qué se puede decir de
tal situación? Que es una apoteosis del absurdo, de lo irracional. Que todo el mundo dependa -más o menos,
pero dependa realmente- de una sola persona (o de cinco, si creen en el consejo ejecutivo del BCE) que no tiene(n) que rendir
cuentas ante nadie constituye un estado de cosas demencial. A tal
estado de cosas se tenido que llegar por un proceso de demenciación colectiva de
los dirigentes políticos y sociales hasta llegar al momento actual. Un proceso
en que ha jugado un papel decisivo lo que, a fin de cuentas, puede definirse
como una rendición del sentido común y del sentido jurídico ante
pseudocientifismos económicos, en parte simplemente erróneos o, cuando menos,
discutibles y, en otra buena parte, engaños publicitados intencionadamente para
que los poderes económicos (y, en especial, los financieros) estuvieran en las
mejores de condiciones de actuar opaca e irresponsablemente. O sea, que han
logrado libertad para hacer lo que les dé la gana, que es ganar dinero sin
limitaciones lógicas, éticas o estéticas. Así de simples resultan las cosas,
después de presentarse como sumamente complicadas. Ni que decir tiene que,
aparte de meros errores de ingenuos deslumbrados por cientifismos económicos,
en la parte intencional o dolosa del proceso de demenciación se deben incluir
jugosos incentivos de los poderes económicos a los políticos.
Bien, pues cuando incluso Wall Street se encuentra pendiente y
dependiente del independiente Don
Mario Draghi, los poderes económicos máximos habrían de meditar sobre el
monstruo de poder irresponsable que han engendrado. Pero no lo harán. Porque esos poderes ya
han capeado muchos temporales y el monstruo puede engullir medio mundo -de
hecho, lo está haciendo- pero el bienestar o el malestar de millones de
personas no les importa nada.
Mientras tanto, a corto y medio plazo, los mejores economistas del Imperio USA se preguntan si subsistirá
lo que consideran y llaman la Europa
imposible, que tendría que ser una Europa más fuerte políticamente,
lo que exigiría una Alemania (y otros países) con menos fuerza política.
No ven eso nada probable, porque es muy difícil que los alemanes acepten perder
soberanía cuando ahora tienen tanto poder. También les parece improbable que
los franceses quieran ser bastante más europeos y algo menos franceses. Tienen
muchos motivos para dudar de que la “creencia
en Europa” no sea una fe ciega que acabará desmoronándose. Aunque ese
desmoronamiento sería, según dicen tantos expertos, malo, muy malo, para todos: un desastre.
Aquí, en España, pendientes y dependientes del BCE del Sr.
Draghi durante estos días de agosto, muy poco consolados por el hecho de
que hasta Finlandia considere “injusto” el castigo de “los mercados” a España,
podemos elucubrar como cualquiera sobre el tremendo dilema de Europa, sin que
nos tranquilice ninguna reafirmación verbal de la irreversibilidad del euro,
porque esas palabras se han desgastado irremisiblemente. Y aquí, en España, con una realidad
económica cada vez más deprimida -injustamente, reconocen-, podemos, sin
elucubrar casi nada sobre grandes dilemas globales, preguntar algo más directo:
¿qué quiere Alemania?
¿Quiere Alemania la única Europa posible, cuyos rasgos y estructuras habrían de discutirse, pero que en ningún caso pueden ser los de Alemania? ¿O quiere Alemania hundir la Eurozona y volver al marco? ¿Está dispuesta Alemania a mostrar solidaridad, ésa que su Ministro de Exteriores, Herr Guido Westerwelle, ve con muy malos ojos, aunque su necesidad salte a la vista de cualquiera que no esté ciego o no sea un desalmado? ¿O Alemania va a seguir empeñada en un equilibrio fiscal y presupuestario imposible con una sola tanda más de “recortes” y “ajustes” que empobrezcan más a los españoles (de los italianos no hablo, que ya está Monti para eso)? ¿Se parará el proceso actual en España o continuará con Italia y quizá hasta con Francia? ¿Quiere Alemania que la Unión Europea, con todas sus costosas instituciones inútiles y sin poder alguno en esta situación, quede en unos meses absolutamente desprestigiada y después vuele por los aires? Tengo muchas y serias dudas de que Alemania y Don Draghi & company estén firmes en el mantenimiento y progreso de un proyecto de Europa superador de la actual UE. No hablan de la irreversibilidad de Europa, sino simplemente de la del euro (y con la boca pequeña).
¿Quiere Alemania la única Europa posible, cuyos rasgos y estructuras habrían de discutirse, pero que en ningún caso pueden ser los de Alemania? ¿O quiere Alemania hundir la Eurozona y volver al marco? ¿Está dispuesta Alemania a mostrar solidaridad, ésa que su Ministro de Exteriores, Herr Guido Westerwelle, ve con muy malos ojos, aunque su necesidad salte a la vista de cualquiera que no esté ciego o no sea un desalmado? ¿O Alemania va a seguir empeñada en un equilibrio fiscal y presupuestario imposible con una sola tanda más de “recortes” y “ajustes” que empobrezcan más a los españoles (de los italianos no hablo, que ya está Monti para eso)? ¿Se parará el proceso actual en España o continuará con Italia y quizá hasta con Francia? ¿Quiere Alemania que la Unión Europea, con todas sus costosas instituciones inútiles y sin poder alguno en esta situación, quede en unos meses absolutamente desprestigiada y después vuele por los aires? Tengo muchas y serias dudas de que Alemania y Don Draghi & company estén firmes en el mantenimiento y progreso de un proyecto de Europa superador de la actual UE. No hablan de la irreversibilidad de Europa, sino simplemente de la del euro (y con la boca pequeña).
Hay un punto en el que me parece que, errores de “recortes” y de control
bancario aparte, tiene en estos días razón el Gobierno español: es hora de que
el Eurogrupo se aclare, lo que significa, en realidad, pedir a Alemania
que se aclare.
Puestos, como estamos, a pasarlo muy mal los españoles; puestos a ser
“injustamente tratados” por “los mercados”; puestos a no saber cuál es el juego
que se traen entre manos unos poderosos dependientes de sus electores, como Frau Merkel y Mr.
Obama, y otros poderosos independientes como Don Draghi, mientras Alemania no
responda a la sencilla y directa pregunta, probablemente sea preferible, en vez
de seguir negociando no se sabe qué “rescates”, declararse en suspensión de
pagos. Adelgacen nuestros gobernantes el gasto público, pero no porque lo diga
nadie de fuera, sino para intentar arreglar este país y evitar esa suspensión de
pagos. Y si, hechos todos los esfuerzos razonables sin aniquilar a los
mileuristas y a la clase media (a toda ella: media-media y media-baja y
media-alta), agudizando una depresión económica y el paro, no consiguen
dinero, avisen, eso sí, cuando vayan a pagar las últimas nóminas. Me reafirmo,
por supuesto, en la idea de que se debe estudiar a fondo la opción de abandonar
el euro. No me digan que eso es insensato, porque docenas y docenas de
excelentes cabezas cuestionan en estos momentos, con argumentos muy serios, la
viabilidad del euro, de la Eurozona.
Y si Frau Merkel volviese de sus vacaciones alpinas con una
respuesta concreta y fiable, habría que detener el vendaval económico y hablar a
fondo, unos y otros, sobre esa Europa
plus, eso del “más Europa”, pero en términos que superen lo económico. Lo
primordial o puramente económico, lo financiero, es, Sra. Merkel, Sr. Westerwelle, Sr.
Draghi, un disparate absoluto y un desastre total. Si hay que seguir con la Unión Europea,
porque es viable, digan lo que digan al otro lado del Atlántico, tienen que
pensar en recuperar el equilibrio entre poder y responsabilidad, tienen que
apoyarse en principios y valores sólidos en vez de guiarse exclusivamente por
los pseudocientifismos económicos exportados desde ese otro lado del Atlántico.
Nadie en Europa se dedicará al derroche y al superendeudamiento
sistemático, porque la lección está aprendida y no hay ya nada que derrochar ni
instrumentos para sobreendeudarse de nuevo. Pero a los dirigentes políticos
europeos les falta espíritu, coraje y magnanimidad y si no los adquieren a gran
velocidad, no van a estar a la altura de las circunstancias y más les vale, más
nos vale a todos, que vayan liquidando
esta Unión Europea.
No miren tanto a España. En España sufrimos, pero el
gran reto es el del futuro de Europa.
Si Alemania, que quiere mandar y manda, no quiere, o no sabe si
quiere impulsar un renovado proyecto de Europa, o no sabe cómo habría de ser esa Europa
aceptable y más fuerte, hemos de conocer la posición o la indecisión alemana
sin demasiada demora. En todo caso, las oportunidades de Europa se
agotan.
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