EL “DIÁLOGO
DEMOCRÁTICO DEL ENEMIGO”
Todos los lectores de
este “blog”, aunque no hayan estudiado Derecho, saben lo que es mediar, lo que
es la mediación. Hace de mediador, por un motivo u otro, quien
procura acercar posturas entre dos partes enfrentadas con el propósito de que
lleguen a un acuerdo que a ambas les parezca mejor que el enfrentamiento (incluido
el procesal). La mediación es cosa buena, que no puede merecer de nadie el
menor reproche, salvo que, en vez de mediar, se trate de entrometerse. El
mediador no es el entrometido, el “meticón”, el metomentodo, que suele salir mal parado. La mediación se ejerce
cuando alguien la pide, de palabra o con gestos significativos y se desenvuelve
pacíficamente cuando es aceptada, aunque sea a regañadientes, por quienes están
en conflicto.
¿Quién puede estar en
contra de la mediación, así entendida, no confundida con una oficiosidad
agresiva, inoportuna e imprudente? Nadie, ¿verdad? Pues no, miren por dónde, yo
-eso dicen- estoy en contra de la mediación. Francamente, no lo sabía y todavía
no me lo explico, pero así lo afirman muy seriamente, con tono de reprimenda
severa, algunos profesionales del Derecho. Fue publicar un breve texto crítico
con un Proyecto de Ley de Mediación que caducó al disolverse las Cortes
(véanlo, si quieren, en mi otro blog
DOCUMENT-AOS) y ser declarado enemigo de la mediación y, por si fuera poco,
enemigo por intereses espurios, por defender a los grandes despachos de
abogados (cuando hace bastantes años que no ejerzo como abogado y nunca he
formado parte de un gran despacho). Han decidido que a mí me disgusta la
mediación. ¿Por qué rayos tendría que disgustarme a mí que haya gente que
intente que dos partes enfrentadas conozcan mejor los puntos de vista del
contrario, hablen, piensen y procuren llegar a un acuerdo, lo logren o no? Pero
es que hay demasiadas personas que, en cuanto no leen lo que esperaban leer, ya
no leen bien, se saltan frases enteras, suprimen párrafos, desprecian
argumentos como si no existieran y atribuyen al autor con el que discrepan
actitudes e intereses absolutamente inventados, pero que podrían explicar la
discrepancia mucho más simple y fácilmente que los argumentos del discrepante. Así se ahorran leerlos con algún detenimiento.
Como ese mismo texto
por el que se me declara enemigo de la mediación (e ignorante sobre la
mediación, claro es) lo he expuesto -con ampliaciones que hacen aún más crítica
mi opinión sobre el decaído Proyecto- en dos congresos sobre mediación a los
que he sido invitado en Italia, con asistencia de numerosos mediadores y donde nadie
lo ha entendido contrario a la mediación, sino contrario a una determinada
forma de ver y de regular la mediación y se me ha pedido publicarlo en una
revista seria, no tengo más remedio que concluir que esto de reaccionar
sumariamente contra el discrepante es cosa typical
spanish. No es exactamente así, porque en
todas partes cuecen habas, pero en España estamos alcanzando grados nada
envidiables de intolerancia y de incapacidad para hablar si no es con quienes
piensan -o fingen pensar- exactamente como nosotros. Esto es lo más grave. Porque
así no hay comunicación que valga. No hay posibilidad de progreso. Nadie se
enriquece con los puntos de vista distintos y opuestos (tantas veces, sólo
aparentemente opuestos). En infinidad de asuntos, sólo hay dos bandos y dos
colores, blanco y negro. No hay grises que valgan, no hay opiniones
discutibles. Y por tanto, no se discute. Cada bando trata de ganar. Y si ninguno tiene la sartén por el mango,
trata de situar a “uno dei nostri” (a uno de los suyos) a cargo del mango de la
sartén. Los observadores con actitud presumiblemente imparcial, desinteresada,
no existen. O pueden existir, pero siempre que estén calladitos. Es como si se
estuviese en guerra y se aplicase, a semejanza del Derecho Penal del enemigo, el “diálogo
democrático del enemigo”, que sería otro de los numerosos retorcimientos
del lenguaje para disfrazar una realidad y denominarla precisamente con el
nombre de lo que se niega. No hay diálogo genuinamente democrático cuando no se
escucha lo que muchos, incluso minoritarios, tengan que decir. En ese falso “diálogo
democrático” sólo hablan entre sí los del mismo bando, porque han resuelto que
tienen la razón en todo, que tienen toda la razón. ¡Ahí es nada! ¿No es ésa
idea la raíz y la base de la actitud y de la praxis totalitarias?
Éste de la mediación es
sólo un ejemplo. Los lectores habituales de este “blog” pueden estar pensando
en otros. Pueden estar pensando,
probablemente, en cómo se me declaró enemigo
de los Secretarios Judiciales por el simple hecho de pensar y decir que,
según la Constitución vigente, sólo ejercen jurisdicción los Jueces y
Magistrados. Porque es eso, simplemente, lo que he defendido. Eso y sus
ineludibles consecuencias. Nada más. Y nada menos. Sin embargo, me atrevo a
pensar que en este “blog” ha habido finalmente debate, diálogo real, donde han
aflorado, junto a elementos pasionales -que deberían rebajarse de intensidad,
si no desaparecer-, posturas discutibles que han sido discutidas. Quiero pensar
que se ha puesto de manifiesto que las discrepancias no son absolutas ni
siempre debidas a animadversión o enemistad. Es de esperar -yo así lo espero-
que el modelo actual de la Nueva Oficina Judicial (NOJ) sea revisado sin la dialéctica belicosa
del “diálogo democrático del enemigo”. La NOJ del futuro no es cosa que importe
o deba importar para satisfacción de posturas corporativas mayoritarias (de jueces, de
Secretarios, de la clase política partidaria de meter al Ejecutivo en la
Justicia o del CGPJ, que se comprometió en exceso, fuera de sus atribuciones,
con un modelo deficiente) sino para que la Justicia sea mejor para todos los
que acuden o pueden acudir a ella. En todo caso, yo no represento a nadie ni me
juego nada personal. Chuscamente, hubo quienes afirmaron que los profesores de
Derecho Procesal opinábamos como la hacíamos para defender nuestros manuales.
Una bobada enorme, porque, vistas las cosas así, ocurre exactamente lo
contrario: los cambios requieren nuevos manuales. De modo que si estuviésemos en la llamada “industria textil” (que ya no rinde
ganancias relevantes), mejor serían siempre los nuevos textos que las
reimpresiones o reediciones de los antiguos.
Un último ejemplo, por
hoy, de intolerancia, ésta fuera del ámbito de la Justicia. A la nueva Ministra
de Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad, se le ocurrió hablar de “violencia en el entorno familiar” en su
primer speech. De inmediato, le
reprocharon en tropel no haber dicho “violencia
doméstica” y, poco después, afinando la corrección dogmática, la
anatematizaron por no haber utilizado la expresión “violencia de género”. A mí me parece que viene a significar lo
mismo “doméstico” que “en el entorno familiar” Y también me parece inadmisible,
no la expresión usada por la Ministra, sino esa tiranía sobre el lenguaje. ¿No
se puede defender que calificar la violencia como “de género” es una opción lingüística
como otras e incluso peor? Si una madre pega a su hijo o un hijo pega a su
madre, ¿hay alguna distinción relevante respecto del caso en que la madre pegue
a su hija o ésta a su madre? Yo no la
veo, pero en este segundo caso, la violencia no sería “de género”, aunque sí “contra
la mujer”. La Ministra bien podía haber respondido: “me expreso como me parece,
sin que el modo de expresarme suspenda o derogue ningún precepto legal”. Pues
no: acosada por los “correctos” y sus portavoces, ha tenido que asegurar, a la
defensiva, que “no hay ningún cambio de terminología”.
En un plano más
sustantivo, he presenciado ya en un par de ocasiones a jueces y profesionales
del Derecho, entre los que había mujeres y hombres, plantearse seriamente, sin
machismos ni feminismos, si la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de
Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, no estaría siendo
un factor criminógeno de esa violencia, es decir, si no estaría contribuyendo a
aumentarla. Porque, aunque siempre ha habido varones-animales violentos y
maltratadores, la radicalidad de algunas medidas de la ley podría estar conduciendo
a la violencia a otro tipo de varones. No se trataba de justificar ninguna
violencia, sino sólo de preguntarse por posibles efectos colaterales de
exasperación y acorralamiento, que tal vez cooperarían a la producción de
tragedias tales como el asesinato de mujer e hijos y al posterior suicidio o a
la inmediata entrega voluntaria del asesino. Ninguno de los dos grupos que
hablaba del asunto lo hacía con conclusiones preestablecidas, con respuestas a priori. Simplemente se preguntaban algo, no sin
algunos motivos. Pero ambos grupos eran conscientes de que no era posible
hablar públicamente de la cuestión.
Serían socialmente linchados y probablemente represaliados. Gravísimo fenómeno, el de esta censura previa.
Porque ¿no sería más razonable que los partidarios de la citada Ley fuesen los primeros
y más interesados en saber si quizá lo legislado tiene algunos efectos
negativos y no queridos y, en tal caso, ver de qué manera evitarlos?
Si no se puede ni hablar serenamente de ciertos
temas, si no cabe discrepar sin ser declarado enemigo y, en consecuencia,
sancionado al menos con el insulto y la descalificación personal, con la
atribución de intenciones y finalidades perversas, lo que ocurre es que la
democracia es meramente formal, sin espacio para una participación pacífica de
las opiniones libres en la formación de la opinión pública, sojuzgada por un
feroz dirigismo de los poderes, que han devenido, todos ellos, poderes
fácticos, puesto que no respetan las libertades constitucionales, empezando por
las del art. 20.1 de nuestra Norma Fundamental.
En las vísperas de un nuevo año, digo que soy
consciente de lo que hay, que es esto, esta penosa situación, que, entre otros efectos,
conduce también a que muchos jefes de todas clases no quieran a su lado a nadie
que haga algo distinto de aplaudir constante e incondicionalmente. Y digo
también que, aunque no pretendo que una ley de mediación responda a mis
opiniones (entre otras cosas, porque no las tengo completas) ni me propongo que
exista una oficina judicial conforme a mi modelo (tampoco lo tengo, aunque sí ciertas
ideas) ni me apetece en lo más mínimo participar en ningún cambio de la L.O.
1/2004, estoy -sigo- dispuesto a pagar el precio de formar libremente mi opinión
-incluso sobre los tres temas citados: mediación, NOJ, violencia de género- y
expresarla aquí cuando me parezca oportuno. Que los de la
sartén por el mango se lo pasen bien y disfruten de su talante liberal y democrático.