jueves, 24 de mayo de 2012

¡LO QUE FALTABA: GIBRALTAR!



¿LA REINA NOS COMPROMETE Y RAJOY NO?


Como las cabezas andan perdías, que diría mi admirado José Mota (por cierto: el próximo sillón vacante en la Real Academia Española debería ocuparlo él, por su labor de conservación y fomento de nuestra lengua en toda su esplendorosa riqueza regional), el Sr. García-Margallo, Ministro de Asuntos Exteriores, prácticamente se estrenó gritando “¡Gibraltar español!”. Este grito proclama, a mi parecer, una obviedad, dada la obsolescencia del Tratado de Utrech (1713), perfectamente decaído pues en todo lo que contiene de limitaciones para una de las partes, el Reino Unido de la Gran Bretaña, no ha podido incumplirse más.  Pero no me pareció entonces (ni me parece ahora) que gritar esas palabras fuese muy propio de un Ministro de Asuntos Exteriores y sirviese para algo a la Nación. Claro que yo sostengo la opinión, al parecer poco compartida, de que a uno no le dan un cargo público para que tenga más oportunidades de desahogos personales o para que satisfaga particulares pulsiones psicológicas o, sencillamente, para que pueda ir diciendo por ahí lo que no le dejan decir en su casa. Y no vi que comenzar con “¡Gibraltar español!” fuese de ninguna utilidad pública, sino más bien entorpecedor de cualquier acción diplomática.

Está claro que con la globalización y el paso del tiempo, más la nunca suficientemente comentada estulticia histórica de Rodríguez Zapatero, que, al admitir un “Foro Tripartito de Diálogo sobre Gibraltar", otorgó al Gobierno de Gibraltar un status que a ningún gobernante español, de ningún régimen, se le había pasado por la cabeza, lo de Gibraltar ha ido empeorando sin demasiado ruido, pero a galope tendido: paraíso fiscal, blanqueo de capitales, droga, etc. Precisamente por eso, resultaba aconsejable empezar a poner las cosas en su sitio, lo que no se logra precisamente con gritos y menos aún si se trata con británicos. El “affaire Gibraltar” se debía estudiar con tranquilidad y todavía se puede y se debe estudiar así. Una vez estudiado, si hubiese algo que hacer, a hacerlo sin bulla, calladitos y como quien no quiere la cosa.

Durante doce años (de 1957 a 1969), nada menos, tuvimos en España un Ministro, D. Fernando María Castiella y Maíz, bilbaino, Catedrático de Derecho Internacional, al que, por su dedicación al asunto de Gibraltar, se le llamó, en un tono de benévola broma, el Ministro del Asunto Exterior. Califico la broma de benévola, porque, en realidad, la personalidad y los diversificados esfuerzos de Castiella eran generalmente reconocidos y positivamente valorados. En todo caso, su posición en el asunto de Gibraltar era clara y fuerte, pero nunca bronca. Cuando Castiella era todavía Ministro, se cerró la llamada “verja de Gibraltar”, bloqueando así el acceso por tierra al Peñón: varios miles de españoles se quedaron de inmediato sin trabajo, aunque se potenció toda la zona de la Línea de la Concepción y el cierre de la verja, que duró 13 años, perjudicó mucho más a Gibraltar, que cayó en una profunda depresión. Aún se puede discutir si aquella medida fue acertada o desacertada, considerada en su conjunto (a los españoles de la zona les hizo mucho daño y determinó un perfil industrial de la bahía, cuando podía haber sido turístico). Pero lo que resulta innegable es que no consistió en palabras. Y estuvo precedida de veinte años de negociaciones España-Reino Unido, con resoluciones de las Naciones Unidas declarando a Gibraltar territorio pendiente de descolonización.

A mí me parece que este asunto de Gibraltar no tiene la menor traza de arreglarse de modo medianamente satisfactorio para España. Yo carezco de un plan para el “affaire Gibraltar”. Pero me resulta molesto e impropio que aparezca un Ministro que habla y habla, como si tuviese un plan, cuando no lo tiene. Que no lo tenga aún o que no llegue a tenerlo nunca es comprensible. Lo que comprendo mal es que hable en términos tales que no sólo no atenúan el problema, sino que lo agudizan.

García-Margallo no está siendo muy acertado en algunos muy visibles aspectos de su, llamémosla así, política gibraltareña (es decir, la del Gobierno del que G-M forma parte). Yo no entendí por qué forzar in extremis a la Reina Sofía a no asistir a una fiesta de cumpleaños (85) de Isabel II. No se me alcanza en qué podía comprometer la posición española sobre Gibraltar el hecho de que nuestra Reina atendiese a la invitación formulada por Isabel II y en principio aceptada: por muy majestuosa que sea Isabel II (que lo es), no dejaba de ser una fiesta de cumpleaños. Si la ausencia de Doña Sofía era una protesta por una situación inaceptable, los españoles debíamos conocer tal situación con suficiente detalle, cosa que no sucedía. Se habló de que frustrar su viaje obedecía al propósito de evitar a la Reina Sofía alguna posible incomodidad en Gran Bretaña. Pero eso sería sobreprotegerla como si fuese una niña, cuando no lo es y se ha encontrado en trances (de los que ha salido airosa) mucho más desagradables que cualquiera razonablemente imaginable con ocasión del citado cumpleaños. No. Si ése hubiese sido el motivo de la suspensión del viaje de la Reina, la cuestión de la presencia del Rey o del Príncipe en la inminente final de la Copa del Rey de fútbol no sería nada discutible: en modo alguno deberían exponerse a silbidos, abucheos y ondear de banderas republicanas.

Me da que en la cancelación del viaje de la Reina se impuso la actitud más bien pendenciera del Ministro García-Margallo. Y califico así su actitud, porque comentar públicamente “¿qué pasaría si barcos armados españoles intentasen impedir que barcos británicos pescasen en aguas españolas?” es una retórica inútil, innecesaria (no somos tontos y no necesitamos que el Ministro nos ilustre con ese ejemplo) y perjudicial, susceptible de varias posibles réplicas, ninguna de ellas agradable ni favorable a España. A esa ocurrente pregunta se podría responder, ante todo, que la hipótesis es inverosímil y, en segundo lugar, que la Armada británica ampararía a los pesqueros británicos y derrotaría sin ninguna dificultad a los “barcos armados españoles”.

Pero lo más llamativo es que se impida de facto a la Reina Sofía felicitar en persona a Isabel II por su 85 aniversario y, pocos días después, aparezcan fotos del Premier británico, David Cameron y del Presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, saludándose cordialmente y con aclaración de que no han hablado de Gibraltar. Situados en el plano de los gestos, la rápida sucesión de estos hechos no me parece muy coherente. Y, por otra parte, si lo de Gibraltar es tan serio que se impide un viaje de la Reina, ¿tiene algún sentido reunirse con el Premier Cameron aceptando no hablar de Gibraltar?

Quede claro que no tengo buen concepto de la actitud del Reino Unido de la Gran Bretaña respecto del Derecho Internacional Público ni creo que ese Reino sobresalga por su amor a los denominados “derechos humanos”. Nadie piense, por tanto, que justifico o disculpo los abusos británicos relativos a Gibraltar. Muy al contrario. Lo que digo es que en las disputas internacionales se debe actuar con decisión, pero con la cabeza fría y mucho más con hechos que con palabras.

En lo de Gibraltar, como no veo que haya muchos hechos posibles -salvo, aventuro, lo que se pueda hacer internacionalmente sobre paraísos fiscales y aspectos económicos semejantes-, sería deseable que al menos tampoco hubiese palabras torpes, con las que, además de sufrir la prepotencia británica, se dé pie a su recochineo.

El Gobierno de España, el pobre, parece bastante desconcertado con la crisis económica. Pero el desconcierto de los gobiernos al respecto es general, porque tampoco tienen muy claro qué hacer los gobernantes del llamado G-8 y, entre ellos, ni la mismísima Merkel ni Durao Barroso ni Hollande, una vez alcanzada la Presidencia de Francia (Obama, ese gran caradura que tanto se divierte, nunca ha dejado de tener claro que le tocaba hacer lo que Wall Street le dictase). Ahora bien, dentro de nuestro Gobierno, no conviene que haya muchos ministros que se desconcierten en sus cometidos específicos no directamente relacionados con la mega-crisis económica. El Ministro de Asuntos Exteriores, por de pronto, aplíquese a lo suyo, que suele ser discreto, callado y prudente y evite palabrería cercana al estilo bravucón del Far West.

Ya saben que, desde hace tiempo, contemplo estructurar e impartir un curso titulado “Cómo callar en público”. Aparte de la pereza, no he avanzado en la idea porque pienso si no será mejor escribir uno de esos libros de auto-ayuda que tanto bien están haciendo a la Humanidad en estos críticos tiempos. Confieso que no sé qué acabaré haciendo. Por el momento, cierro este “post” afirmando que no nos interesan, por sobreabundantes, más personajes públicos que, por uno u otro motivo, sean propensos a generar titulares de prensa como sea. Son esas personas muy aficionadas a lo que en mi castizo Madrid se ha llamado siempre “mear en lata” (perdonen, pero reconozcan la expresividad del dicho: se hace ruido con algo cotidiano, sin mérito y vulgar). Que Dios nos libre de un Ministro de Asuntos Exteriores con tal afición. En todo caso, lo que resulta mucho más recomendable a quien ostente ese cargo es aquella especie de lema, muy de la "mili"  (el servicio militar obligatorio): “verlas venir, dejarlas pasar y si te mean, di que llueve”. (pardon again, please).

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