Y LAS TONTERÍAS DEL “IMPACTO DE GÉNERO”
La estulticia que se apodera poco a poco -si no lo ha hecho ya del todo- de nuestra sociedad (ahora me refiero a la española) es como la Madre de todas las Estulticias: va alumbrando pequeñas y no tan pequeñas estulticias o tonterías concretas que se incrustan en todos los ámbitos de nuestra vida. Y, así, del mismo modo que es preceptivo un informe sobre el “impacto de género” que puede presentar la constitución y funcionamiento de centros de acogida autonómicos para animales de compañía o “mascotas” (entre las que, por cierto, la Madre de todas las Estulticias permite que se cuenten cocodrilos o caimanes, boas constrictor, serpientes pitón y hasta simpáticos leoncitos), e igual que ese exige ese informe sobre el dichoso "impacto" para desdoblar una carretera y convertirla en autovía o para la construcción de un aparcamiento subterráneo, también el “impacto de género” afecta a las tonterías y a los insultos, verbales y escritos. Carecen de relevancia o la tienen escasísima si no se aprecia en ellos un “impacto de género”, mientras que se convierten en hechos o sucesos de gran importancia, movilizadores de la ciudadanía y de los representantes populares, si "el mando" (ya veremos quién lo detenta) decide atribuirles el dichoso “impacto de género”.
Si un empleado llama “hijo de puta” (o, más cervantinamente, “hideputa”) al empresario, siendo éste varón, ni siquiera existe causa de despido, porque se trata de una expresión coloquial (ya lo dijo hace muchos años la Sala de lo Social del Tribunal Supremo). Si unas niñas llaman “marica” a un niño en el patio de un colegio, la cosa queda en insignificante riña verbal, pero otro gallo podría cantar si un niño llamase “marimacho” a una niña o si, en la actualidad, a un diputado se le ocurriese decir de una Ministra que es “Carlos II vestido de Mariquita Pérez” o simplemente referirse (con indisimulable mala uva) a otra Ministra como “señorita”. En estos últimos casos, aparece el “impacto de género” y procede abroncar públicamente y durante varios días a quien haya causado tal impacto. Nada digamos si a alguien se le ocurre opinar sobre los modelitos que gastan unas señoras Ministras: eso es “intolerable”, mientras que criticar o abominar de la vestimenta de Ministros, de las corbatas de un Diputado o del atuendo o de la barba de un Jefe de la Oposición, todo eso carece de “impacto de género” y, por tanto, no pasa nada (como debe ser). Se llama "tontos de los c..." a los votantes del partido de la oposición y, por falta de "impacto de género" (porque se ha hablado de "los votantes"; no de "los votantes y las votantas), tampoco pasa nada o casi nada.
Tendría que haber, digo yo, un poco de manga ancha con las tonterías y no digamos con las invectivas propias de la refriega política. No suscribo, porque me parece de mal gusto, lo que se le ocurrió al Sr. Alcalde de Valladolid respecto de la nueva Ministra de Sanidad. Pero, una vez que el Alcalde se disculpa, hacer de ese mal gusto, que cualquier persona sensata puede juzgar por sí sola, un “casus belli”, como lo ha llegado a hacer el Sr. Alonso, ex-Magistrado y hoy portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, me parece una tontería superior a la del Alcalde. Y que la Sra. Ministra de Cultura se abstenga de acudir al Festival de Cine de Valladolid (la SEMINCI), que no depende del Alcalde, lo considero un despropósito estulto: “que se fastidie el Coronel que hoy no como rancho”.
La mala idea o mala uva de algunas ocurrencias es un ingrediente habitual de la política y de otras actividades en todas partes. De la mala idea al mal gusto sólo hay un paso, que no se debe dar, pero lo que no tiene ni pies ni cabeza es que las noticias de un país se centren en ciertas bobadas, porque esas bobadas son “intolerables”, porque, a su vez, cierta autoridad (?) las ha declarado sexistas, machistas o inconstitucionales. Y de que eso esté sucediendo, como está sucediendo, tiene mucha culpa el “impacto de género” a que me refiero.
Que yo sepa, las mujeres han pedido igualdad real de oportunidades en multitud de distintos aspectos y la inmensa mayoría de las peticiones me han parecido y me parecen plenamente justificadas. Han pedido igualdad de trato y, en general, lo considero perfecto, aunque algunas diferencias no se deberían eliminar (para, p. ej., convertir en “servicios” indistintos para mujeres y hombres, los que antes existían, diferenciados con los consabidos cartelitos, en algunas sedes ministeriales). No he observado nunca, en cambio, la existencia de una seria “reivindicación” femenina de sobreprotección a las mujeres políticas ante las críticas y los comentarios jocosos. Y, sin embargo, hay unas cuantas mujeres que, por haber llegado a Ministras o Secretarias de Estado (o Secretarias de algo en su partido), parecen convencidas de que reside en ellas un plus o añadido a su cargo: ser representantes de las mujeres en cuanto tales y únicas intérpretes autorizadas de la ausencia o existencia del famoso “impacto de género” en los dichos y gestos de los demás. No recuerdo haber contado en mi vida, un chiste machista. Los hay suaves y graciosos y los hay ofensivos y groseros, lo mismo que los chistes de hombres que cuentan las mujeres (¿o es que no los cuentan?). Antes de contarlos o de escucharlos sería deseable una notable contención o, como dice el Epifanio en la castiza zarzuela “LAS BRAVÍAS”, de Ruperto Chapí, “una miaja de circunspección”. Lo procedente, algunas veces, será reírse, ellas y ellos, con los chistes amables y sin grosería, simplemente maliciosos. Otras veces, por elemental delicadeza, respeto y sensibilidad, procede omitir comentarios y chistes. Con el borde o el machista, una vez identificado, no se toma café. Y si no queda más remedio, no se le ríen las "gracias" si acaso se atreve a hacerlas. Lo mismo vale para la borde, vaya o no de feminista. Todo esto es buena educación, que ejercitan a diario millones de españoles y españolas. No hace falta más que fomentarla.
Pero hay algunas fieras “impactadas”, feroces monopolistas del "impacto de género", que reaccionan airadamente incluso ante una fineza, quizá old fashioned, pero en la que sólo alguien hiper-susceptible puede ver una falta de respeto. Con esa reacción airada ofenden gratuitamente y llegan al ridículo. Pero, sobre todo, crean un agrio clima de intolerancia. Antes, al que se pasaba de fino se le consideraba cursi, finolis o trasnochado. No se armaba ningún jaleo y no pasaba nada. Hoy se le puede llegar a insultar como machista. Pero, si bien se mira, machismo es lo que están fomentando estas autoproclamadas representantes de la mujer (así “de la mujer”, como si sólo hubiese una mujer o no existiese más que una sola forma legítima de ser y comportarse como mujer).
Pero hay algunas fieras “impactadas”, feroces monopolistas del "impacto de género", que reaccionan airadamente incluso ante una fineza, quizá old fashioned, pero en la que sólo alguien hiper-susceptible puede ver una falta de respeto. Con esa reacción airada ofenden gratuitamente y llegan al ridículo. Pero, sobre todo, crean un agrio clima de intolerancia. Antes, al que se pasaba de fino se le consideraba cursi, finolis o trasnochado. No se armaba ningún jaleo y no pasaba nada. Hoy se le puede llegar a insultar como machista. Pero, si bien se mira, machismo es lo que están fomentando estas autoproclamadas representantes de la mujer (así “de la mujer”, como si sólo hubiese una mujer o no existiese más que una sola forma legítima de ser y comportarse como mujer).
Discrepo de ese feminismo belicoso, exagerado e intolerante, que, entre otras cosas, produce moldes femeninos, modelos de mujer, que no proceden de la libertad y la personalidad de cada mujer. Porque la consideración debida a las mujeres incluye, para mí, reconocer que la inmensa mayoría de ellas son capaces de manejar las situaciones más frecuentes que tienen algún ingrediente del “impacto de género”, sin necesidad de ser auxiliadas (y menos aún representadas) por esas pocas Comisarias de la Corrección Genérica. En LA CHULAPONA, Zarzuela de Moreno Torroba, Manuela, maestra de planchadoras, relata lo que le ha sucedido hasta llegar al taller (“no se puede dar un paso por las calles de Madrid…”) y narra así el primer episodio:
“Al pasar por la calle/de Calatrava,
un paleto me dijo:/–¡Vaya una jaca!–
Y yo entonces le dije/con mucha sorna:
–¡para jaca tu madre,/que es percherona!–.”
Es innegable que la Manuela sabe lo que procede. Y yo me declaro decididamente partidario de que, conforme a la realidad, se considere a las mujeres, en su inmmensa mayoría, tan capaces como la Manuela para manejarse y defenderse. Me declaro en contra de esas sacerdotisas del “género” y de sus acólitos varones, que lo mismo agradecen una caja de bombones o un ramo de flores, que te los tiran a la cara porque… no sé exactamente por qué, pero porque ese día les ha dado por considerarlo ofensivo.
He leído ayer que se van a prohibir determinados juegos infantiles en los patios de los colegios: Real Decreto al canto sobre lo que durante miles de años no ha sido preciso dictar norma alguna: los niños y las niñas, los maestros y maestras y las madres y los padres se ocupaban de eso con notable éxito, pero ahora una "autoridad" que se considera superior (¿en virtud de qué?) lo quiere regular. Pues ¡venga!: que hagan otro Real Decreto sobre piropos, regalos, detalles de trasnochada cortesía (ceder el paso en las puertas, ceder el sitio en el metro, etc.) y otras acciones y expresiones con “impacto de género”. Así viviremos cada día menos libres, pero, según esos dictadorzuelos memos y esas memas dictadorzuelas, seremos más correctos y más correctamente felices. ¡Amos anda, leñe! ¡Y a ver si nos enteramos, ante todo, de que no hay un único género! En el lenguaje común están, por lo menos (y por orden alfabético), el femenino, el masculino, el neutro y ¡el género idiota! La ingeniería social de estos insaciables dictadores persigue una sociedad de idiotas, es decir de seres perfectamente iguales a los ingenieros sociales, a los conductores (o Conducatores), a los Duces y a los "Führers" actuales. Pero, como ahora se dice, va a ser que no. En esto soy optimista. Porque la gente, que no es idiota (acomodaticia y perezosa, sí, pero no idiota) empieza a estar harta de tanta tiranía a cargo de quienes tiene, no sin razón, por zánganos inútiles e incapaces.
He leído ayer que se van a prohibir determinados juegos infantiles en los patios de los colegios: Real Decreto al canto sobre lo que durante miles de años no ha sido preciso dictar norma alguna: los niños y las niñas, los maestros y maestras y las madres y los padres se ocupaban de eso con notable éxito, pero ahora una "autoridad" que se considera superior (¿en virtud de qué?) lo quiere regular. Pues ¡venga!: que hagan otro Real Decreto sobre piropos, regalos, detalles de trasnochada cortesía (ceder el paso en las puertas, ceder el sitio en el metro, etc.) y otras acciones y expresiones con “impacto de género”. Así viviremos cada día menos libres, pero, según esos dictadorzuelos memos y esas memas dictadorzuelas, seremos más correctos y más correctamente felices. ¡Amos anda, leñe! ¡Y a ver si nos enteramos, ante todo, de que no hay un único género! En el lenguaje común están, por lo menos (y por orden alfabético), el femenino, el masculino, el neutro y ¡el género idiota! La ingeniería social de estos insaciables dictadores persigue una sociedad de idiotas, es decir de seres perfectamente iguales a los ingenieros sociales, a los conductores (o Conducatores), a los Duces y a los "Führers" actuales. Pero, como ahora se dice, va a ser que no. En esto soy optimista. Porque la gente, que no es idiota (acomodaticia y perezosa, sí, pero no idiota) empieza a estar harta de tanta tiranía a cargo de quienes tiene, no sin razón, por zánganos inútiles e incapaces.