ESBOZO DE UNA ESPAÑA MALTRATADA POR SUS DIRIGENTES
ESTAMOS EN MALAS MANOS
Para
conmemorar el 35º cumpleaños de la Constitución
de 1978, han consumado una orgía de politicastros falseando por completo
ese órgano constitucional, ya en muy mal estado, que era (ahora sólo es una
ficción a base de un cadáver embalsamado y acicalado) el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). De nada le va a servir
al régimen, al establishment español, el enésimo intento de disfrazar la más clara
expresión del Estado de partidos, que ha sustituido al Estado de Derecho. A
nadie, a nadie en absoluto, han conseguido engañar con el nuevo CGPJ y el nuevo Presidente del
Tribunal Supremo y del mismo CGPJ.
Pertinaces
en la constante infracción de nuestra Ley de leyes, quieren distraernos también
hablando de su reforma. Hay comentaristas presuntamente pensantes que han
llegado a enumerar, como razones para esa reforma, los mejores, más claros y también
más infringidos preceptos: la bandera, la lengua oficial que se debe conocer y
ha de poderse usar, la “indisoluble unidad de la Nación española”, el derecho a
la intimidad, el secreto de las comunicaciones, la igualdad ante la ley, la
interdicción de la arbitrariedad. Todo eso no hay que tocarlo, sino cumplirlo y
hacerlo cumplir. Y lo que hacen es incumplirlo y tolerar o amparar su clamoroso
incumplimiento. Lo único verdaderamente nefasto de la vigente Constitución es
su Título VIII (“organización territorial del Estado”) y mucho más en el
desarrollo legal de su Capítulo III (“comunidades autónomas”) que en su propio
texto. Pero milagroso sería que tirios o troyanos estuviesen dispuestos a cambiar
eso: el desmadrado e insostenible “Estado de las Autonomías”.
Estamos
en muy malas manos. Estamos, como es bien sabido, en manos de profesionales de
la política, que no son tales por una ejemplar dedicación a ella, con los
esfuerzos y las habilidades propias de un buen profesional, sino de personas que,
incapaces o perezosos, no han hecho en su vida otra cosa que ocupar cargos
políticos. Estos profesionales sustituyen sistemáticamente los principios de “mérito
y capacidad” por la posesión del adecuado
perfil: “ser de confianza”. Hemos llegado al colmo de un largo proceso de selección a la inversa: no interesa la
cualificación probada y seria, sino la seguridad en el funcionamiento de una
cadena de transmisión que empieza en el “ordeno y mando” del Jefe. Se rechaza a quienes pueden ser
capaces de pensar por su cuenta, aunque sólo sea para sugerir, con la máxima
suavidad, que esta ocurrencia o tal iniciativa presentan aspectos problemáticos.
Hemos llegado a una imitación perfecta, en nuestra vida pública, de las frases
mafiosas y gansteriles de las películas: «¿Es que te pago para que pienses?» «¿Qué
parte no has entendido de “rómpeles las
rodillas”?»
Una
consecuencia de todo esto es que, para oficios de contenido netamente jurídico,
nada de verdaderos juristas, que,
además, son pocos, porque llamar “jurista” a cualquier Licenciado o
incluso Doctor en Derecho es una tergiversación del lenguaje tan tremenda como
sería llamar “sabio” a cualquier Licenciado o Doctor en Ciencias Físicas,
Químicas, Biológicas, etc. En todo caso, nada de juristas consagrados o con
trayectoria reconocida. Lo que interesan son leguleyos, escribanos, “juristas
de alquiler”, personas que, si acaso, aprobaron en su día una oposición y, por
lo visto, alcanzaron un punto de llegada insuperable e inmarcesible, en lugar
de un punto de partida desde el que trabajar duro. De este modo, cabe leer que
un Magistrado alpinista y encumbrado, de corto ejercicio jurisdiccional y larga
implicación con el único poder (el ejecutivo, claro está) es un “jurista
de fuste”, cuando las bases del ISBN (libros) y del ISSN (revistas) no
registran una sola publicación de cierta categoría y no puede exhibir una sola
sentencia admirable y admirada.
Así
las cosas, ¿es de extrañar que no haya habido, en las últimas ocasiones, un
solo profesional del Derecho independiente y serio, al que simplemente se le
haya pasado por la cabeza ser el próximo Presidente del Tribunal Supremo o
Magistrado del Tribunal Constitucional? De vez en cuando, suena la flauta y los partidos políticos se fijan en alguien que
resulta ser digno. Pero ¿aspirar y moverse
para uno de esos puestos que requieren consenso político-partidista? Eso sólo
se les ocurre a los miembros “juristas” de la clase política, subclase
judicial, universitaria o abogadil.
Con
conocimiento de causa, puedo poner otro ejemplo de la selección al revés: los evaluadores de la investigación que no
investigan. Pero ahora no entraré en detalles, porque no quiero amargarme el
día deteniéndome en el escuálido curriculum
científico que presentan los elegidos (no se sabe muy bien por quién) para
evaluar, en concreto, la actividad investigadora de los profesores
universitarios de Derecho. [Por cierto que sobre evaluaciones, impactos, índices, publicaciones de referencia, etc. no está de más conocer la denuncia del Nobel de Medicina, Randy Schekman, en The Guardian: http://www.theguardian.com/science/2013/dec/09/nobel-winner-boycott-science-journals Titulares: Nobel winner declares boycott of top science journals
Randy Schekman says his lab will no longer send papers to Nature, Cell and Science as they distort scientific process. El artículo de
Schekman aparece después en
EL PAÍS: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/11/actualidad/1386798478_265291.html] También prefiero no referirme pormenorizadamente a los
méritos de quienes dirigen diversos tinglados y chiringuitos varios, con escaso
quehacer, entidades no eliminadas o degradadas a dependencias de menor coste
sólo, me parece, para proveer holgadamente a las “necesidades” de los
dirigentes. Abundan, entre éstos, los
ex-jóvenes del tipo que aquí mostré tiempo ha (
post del
jueves, 10 de marzo
de 2011, titulado
MÁS
SOBRE POLÍTICOS “COMPETENTES”: ELEMENTALIDADES OLVIDADAS O DESPRECIADAS EL
"EX-OPOSITOR" (TRIUNFANTE) Y EL “EX-JOVEN”). Son (o eran) muchachos con look de seguridad en sí mismos, de autoestima
por las nubes, pero de curricúlun por
los suelos. De ésos que ya se han estrellado, pero se empeñan en creer que son
los demás quienes circulan en dirección contraria. En pocas palabras: pequeños neotecnócratas
patanes, dispuestos a comerse el mundo, sin saber que carecen de la adecuada
dentadura.
Así
resulta que es la ineficiencia, más aún que el compadreo o la corrupción, lo
que está caracterizando a gobiernos y administraciones en los últimos tiempos. Porque
ya han llegado en masa al poder y a la administración, expulsando o
arrinconando a la gente decente, multitud de ineptos sin historial de trabajo positivo,
pero con una chulería que supera a la de los proxenetas más abusivos. Son, con alguna
frecuencia, macarras con vísceras neonazis travestidos de liberales. Y han
abrazado, aunque quizá sin saberlo, la doctrina gallardoniana del poder sádico,
del gobernar es hacer sufrir. (v. post del miércoles 12 de diciembre de 2012 RUIZ GALLARDÓN DEFORMA LA HISTORIA DE ESPAÑA HASTA HACERLA IRRECONOCIBLE.) Así que
tienen que hacer sufrir al administrado, al súbdito, incluso si están a cargo del
chiringuito menos relevante para el interés general.
Y
eso, esa ineficiencia indisimulable, esa ineptitud grosera, pero con altanería
de baja estofa, de verdaderos chulos, es lo que están padeciendo los
contribuyentes, los expropiados mes a mes para nutrir las pesebreras.
Pesebreras que no son todas públicas, sino también privadas y mixtas, fruto de
una simbiosis incesante entre el poder político —con sus repartos de cuotas— y
la vida económica. Para esa simbiosis, no hay nunca conflicto de intereses, sino confluencia
de oportunidades de lucro. Porque lo peor de todo, lo más grave de todo,
con mucho, es que tantos dirigentes y tantas personas con influencia social hayan
abrazado la exacerbación calvinista más extrema del culto al dinero y, en
consecuencia, de los salvoconductos y los privilegios a los adinerados, sobre
todo a las corporaciones, a las
grandes y no tan grandes compañías. Han arrojado a los cubos de la basura los
últimos vestigios de sensibilidad hacia los que pasan apuros, menores o
mayores: al parecer, piensan que bien merecido tienen la angustia económica o
la indigencia. Las diferencias se hacen abismales.
Estamos
en muy malas manos. Y, dejando ahora a un lado la alta política internacional y
la recuperación económica, vistas las cosas muy de tejas abajo, la política
interior resulta deplorable. Han entregado la educación al terrorismo de los
asesinos de la enseñanza. No han hecho nada por sanear la financiación de la
ciencia y de la investigación, sino que las han sometido a una dieta de hambre.
Manejan como pollos sin cabeza la maquinaria recaudatoria, etc.
En
la vida política hay —justo es reconocerlo— no pocas excepciones de personas
que se esfuerzan en hacer bien su trabajo y procuran mejorar la parcela que les
ha correspondido. Conocen muy bien y sufren en carne propia todo lo que acabo
de escribir y pueden, como yo podría, poner nombres, apellidos y razones
sociales a los inmorales que, en el
mejor de los casos, son como incansables perros del hortelano. Pero esas
personas callan, porque en su oficio público es inconcebible hablar alto y
claro (y no les falta razón: serían expulsadas de inmediato). Y esas
excepciones no cuentan para la Jefatura.
Son hombres y mujeres kleenex, útiles
para disimular mínimamente la ineptitud, la ineficiencia, pero desechables
rápidamente.
Mientras
tanto, millones de sufridos ciudadanos y miles de verdaderos emprendedores
sostienen el país y consiguen lo que los políticos se apuntan como “brotes
verdes”. El colmo.
No,
no perdamos el ánimo. Mantengámoslo alto, puesto que hay tanto que hacer y los
deprimidos apenas pueden levantarse de la cama. Pero el ánimo no puede
sostenerse a base de eludir estar razonablemente informados, de desviar toda
mirada a la realidad, de destruir nuestro olfato de la podredumbre, de cultivar
una confortable ingenuidad inhibidora del sentido crítico, de permitir, en fin,
que nos extirpen la conciencia y nos implanten, en su lugar, el chip de la corrección. Buen ánimo, sí, pero a pesar de los pesares, no por
fingir que no pasa nada alarmante o que lo alarmante es normal y hay que
aceptarlo con insensibilidad ovina.
Sé
bastante bien que esto que sucede en España está ocurriendo, en grandísima
medida, en muchos otros países, países occidentales e incluso “grandes
potencias”. La crisis de nuestro tiempo es general. Pero tendremos que empezar,
en todo, por aquí.