jueves, 6 de agosto de 2009

LECTURAS REFRESCANTES PARA EL VERANO (II)

ERASMO RETRATA A TOMÁS MORO (y II)
Prosigo la transcripción de la carta de Erasmo, el 23 de julio de 1519, a Ulrich von Hutten. Se completa así el retrato del personaje que fue, y es, un "omnium horarum homo", un hombre para todas las horas, a man for all seasons. Recuérdese: no se trata de una laudatio pública, de un elogio fúnebre o de una pieza hagiográfica. Es una carta que un hombre exigente escribe sobre una persona viva y dirige a un tercero.
"Había resuelto contentarse con este puesto pues le daba sufi­ciente autoridad y al mismo tiempo no le exponía a serios peligros. Más de una vez fue forzado a ir en misiones diplomáticas; y como las realizó con gran inteligencia, su serena Majestad el rey Enrique VIII no paró hasta que le arrastró a su Corte. ¿Por qué no usar esta palabra, 'arrastró'? Nadie ha ambicionado tanto ir a la Corte como él se empeñó en escapar de ella. (...) Si se presenta algún asunto grave, no hay mejor consejero. Si el rey desea dar un descanso a su mente con temas más ligeros, no hay compañía más alegre. Ocurre con frecuencia que asun­tos difíciles exigen un juez capaz y autoritativo; Moro puede resolver esos casos de manera que ambas partes queden agradecidas. Con todo, nadie ha conseguido todavía persuadirle para que acepte un regalo. ¡Qué feliz sería una nación si el soberano nombrara para cada puesto un magistrado como Moro! Y en todo este tiempo no ha sido man­chado por la soberbia."
"Entre estas montañas de trabajo no se olvida de sus viejos y ordinarios amigos, y vuelve de cuando en cuando a su querida litera­tura. Cualquiera que sea su posición, cualquiera que sea su influencia con rey tan poderoso, todo lo dirige al bien de la sociedad y de sus amigos. Su propia disposición siempre ha estado preparada para ha­cer el bien a todos, y maravillosamente inclinada a la misericordia; y ahora tiene más campo para ejercitarla porque tiene más poder para hacer el bien. Ayuda a algunos con dinero, a otros con la protección de su au­toridad, y a otros con una recomendación. A quienes no puede ayudar de ninguna otra manera, les ayuda con buenos consejos. Nunca despide a nadie triste. Podrías decir que Moro es el patrón público de todos los necesitados. Se cree afortunadísimo si tiene ocasión de aliviar al opri­mido, de ayudar al que está perplejo o metido en algún embrollo, o de reconciliar a quienes pelean. Nadie disfruta tanto teniendo un gesto amable y nadie exige menos agradecimiento por hacerlo. A pe­sar de ser muy afortunado en tantos aspectos, y aunque la buena for­tuna a menudo va acompañada de la jactancia, todavía no he tenido yo la suerte de ver a otro mortal que esté tan lejos de esa falta como lo está él."
"Pero volvamos a sus estudios literarios que han sido el lazo principal entre Moro y yo. Al principio practicó sobre todo la poesía; siguió luego una larga lucha por adquirir un estilo de prosa más ágil, ejercitando su pluma en todo género de escritos. ¿Acaso hace falta ha­blar de su estilo actual, sobre todo en tu caso, que tienes siempre sus libros en tus manos? Le gustan de manera especial las declamaciones, y dentro de ese terreno, en cuestiones paradójicas, pues en ellas tiene más campo el ingenio. Cuando era adolescente trabajó en un diálogo en el que defendía la doctrina de Platón sobre el comunitarianismo, ex­tendido aun a las esposas. Escribió una respuesta al Tiranicida de Lu­ciano, y quiso tenerme a mí como su oponente para probar con más precisión los progresos que había hecho en este tipo de composición. Publicó la Utopía con la intención de mostrar el por qué de las defi­ciencias en la sociedad; pero retrató sobre todo la nación inglesa por­que la había estudiado y era la que mejor conocía. Escribió primero el libro segundo, en su tiempo libre; más tarde, cuando tuvo una oportu­nidad, añadió el primer libro bajo la inspiración del momento. De ahí esa cierta desigualdad en el estilo."
"Sería difícil encontrar un orador que improvise mejor que él: una lengua feliz sigue sumisa a una ingeniosa cabeza. Su inteligencia está siempre dispuesta, siempre pasando con agilidad al siguiente punto; su memoria siempre a mano, y como todo en ella se preserva contante y sonante, saca con prontitud y sin titubeo lo que el tiempo o lugar pidan. Nada más perspicaz se puede imaginar en las discusiones, de modo que ha menudo las ha tenido con los más eminentes teólogos en sus propias especialidades y casi ha resultado demasiado para ellos. John Colet, un crítico experimentado y sensible, solía decir algunas ve­ces en conversación que había sólo un hombre capaz en toda Inglate­rra, aunque la isla ha sido bendecida con tantos hombres de asombrosa habilidad."
"No descuida la práctica de la piedad verdadera, pero está le­jísimos de toda superstición. Tiene sus horas en las que dice a Dios sus oraciones, y no por mero hábito, sino como salidas desde dentro ("Habet suas horas quibus Deo litet precibus, non ex more, sed e pec­tore depromptis"). Habla con amigos sobre la vida del mundo que ha de venir y lo hace de tal manera que reconoces que está hablando con convicción y con buena esperanza. Y Moro es así hasta en la Corte. ¿Y hay quienes piensan que sólo se encuentran cristianos en los monasterios!"
Acaba aquí el retrato erasmiano de Tomás Moro, un hombre excelente pero en absoluto raro, severo consigo mismo, pero no adusto ni triste, sino ingenioso y alegre, que, tras agotar con enorme seño­río las posibilidades de vivir, con altas probabilidades de llegar a la senectud, acaba completamente sólo en Inglaterra, decapitado y deshonrado, por no traicionar su conciencia.
"Un hombre de una pieza", escribía el otro día. Quiero detenenerme en la expresión "hombre (o mujer) de una pieza".
Las principales acepciones del vocablo, "pieza", vienen a coincidir en esto: partes de un todo, de un artefacto complejo. Por elemental experiencia propia, todos sabemos que los hombres estamos compuestos de muchas piezas. Y con conocimientos científicos (de anatomía, de biología), resulta incluso portentosa la complejidad de nuestro organismo, el enorme número y diversidad de nuestras piezas. Llama la atención, por tanto, esa expresión, añeja y castiza, "un hom­bre (o una mujer) de una pieza".
A mi entender, esa expresión quiere significar cohesión, ente­reza, coherencia y la consiguiente imposibilidad de desarticularse o desarmarse. Y esto nos interesa mucho, porque nos interesa —lo bus­camos todos y siempre, aun sin saberlo— cómo vivir sin desarticularnos, sin ser llevados de aquí para allá, por los más diversos vientos y por otros meteoros y circunstancias. Tomás Moro, como una muchedumbre de innumerables hombres y mujeres, conoci­dos o desconocidos, sin duda fallaron en esto o aquello, padecieron debilidades, pero, a la postre, no se rompieron y no fueron, mientras duró su historia, endebles marionetas articuladas, pendientes de diversos hilos. Un potente y único nervio actuó en su interior y movió su comportamiento.

3 comentarios:

SAM dijo...

Gracias por compartir estas lecturas con nosotros!!! Me gustaría comentar una idea, a propósito de la expresión: persona "de una pieza". A mí también me gusta aunque pienso que nadie lo es en sentido expuesto; es decir, no creo que que existan personas que, pese a todo, se mantengan toda su vida "articuladas".
Hace pocos años que he aprendido el significado técnico de "la media tinta". La media tinta es el color que tienen las cosas "per se": cuando se ponen en contacto con otros objetos y, fundamentalmente, con la luz, las cosas adquieren "valor" (el cambio de color que suponen la sombra o la iluminación). A mi modo de ver, a las personas nos pasa lo mismo: adquirimos "valor" en función de lo que nos rodea. Y muchas veces, caemos en la sombra!! claro que sí!! aunque seamos capaces, a veces, de recuperar nuestra media tinta e, incluso, la luz.
Ni siquiera pienso que apagarnos, "desarticularnos", sea "malo": es lo que nos hace humamos. Y todos lo somos...

Andrés de la Oliva Santos dijo...

He usado "desarticular" en el sentido de desmembrarse o perder la unidad y la cohesión. No lo uso en el sentido de mantenerse absolutamente inmutable. ¡Claro está que podemos cambiar y, de hecho, cambiamos, especialmente en cuanto a la luz y al color, a innumerable matices!

SAM dijo...

Entendido!!! Lo que yo quería decir es que hay situaciones en las que, incluso las denominadas "personas de una pieza" pierden el norte de su vida, o mandan sus "principios" a la porra, jaja
En cualquier caso, lo importante, a mi modo de ver, es que cuando eso nos pase, nos demos cuenta. O, con otras palabras, no creo que caer sea "malo": lo malo es no darnos cuenta de que hemos caído. Y si nos damos cuenta y nos recuperamos, crecemos aún más como personas.
Besossss!!!