viernes, 25 de enero de 2013

MUCHAS COSAS NUEVAS, NADA NOVEDOSAS, PRELUDIO DE UNA PRÓXIMA DEBACLE TOTAL


 
LA AUTOLISIS DEL “SISTEMA”



NO ESPEREMOS QUE NINGUNA INSTITUCIÓN REGENERE ESPAÑA: SE NECESITA UNA REBELIÓN DE PERSONAS DECENTES

En el conjunto de instituciones, públicas y no públicas, que hemos dado en llamar establishment o “sistema” han ocurrido, desde el comienzo de esta segunda época de POR DERECHO, bastantes cosas nuevas, aunque nada novedosas. Son hechos recientes y por eso son “nuevos”, pero no son de distinto estilo, naturaleza o índole de otros muchos anteriores y por eso no son "novedosos". Con todo, reaparezco porque el conjunto de esos hechos revela que se está acelerando lo que pienso que cabe denominar autolisis del “sistema”.

Autolisis: Diccionario de la Real Academia Española (DRAE): “Degradación de las células por sus propias enzimas.” Diccionario médico on line: “1. Suicidio. 2. Sinónimo: autofagia, autoproteolisis. Autodigestión de un órgano, de un tejido o de una célula abandonado a mismo y que conduce a su destrucción, bajo la influencia de fermentos proteolíticos propios a este órgano, a este tejido o a esta células, independientemente de toda intervención exterior a él. La liberación de las enzimas contenidas en los lisosomas es un factor de autolisis celular.”

Si nos fijamos en la definición actualizada del DRAE y en esta segunda acepción del Diccionario médico y si, además, nos atenemos a la etimología, diferenciaremos perfectamente la autolisis del suicidio, aunque la palabreja autolisis, derivada del griego, se use para referirse eufemísticamente al suicidio, vocablo de claras raíces latinas. El “sistema” no se ha suicidado ni se está suicidando. Porque no quiere poner fin a su propia existencia, sino que, muy al contrario, querría prolongarla indefinidamente. El “sistema” se está disolviendo, está autodestruyéndose por la acción de sus propios componentes, que serían como las enzimas o fermentos que, desmadrados, en vez de sostener la vida, van aniquilándola, célula tras célula.

Las noticias sobre la corrupción política y económica se han acumulado con tanta abundancia como gravedad en las dos últimas semanas. No me voy a entretener en mencionarlas todas, porque sin duda los lectores de este blog las conocen y todos hemos experimentado ramalazos de tristeza e indignación cada vez que las recordamos o nos las mencionan y no es necesario ese sufrimiento para el propósito de este post. Porque, como escribió Rodrigo Caro (A las ruinas de Itálica), "¿para qué la mente se derrama en buscar al dolor nuevo argumento?"

Esos episodios de corrupción que se multiplican son otros tantos síntomas de un proceso de autodestrucción de instituciones, que se agrava aceleradamente. Hay que incluir, desde luego, entre los síntomas de la autolisis, no sólo las apropiaciones indebidas, los cohechos, los tráficos de influencias, etc., sino también los asuntos malolientes sin relevancia monetaria conocida, como indultos injustificables -pese a informes desfavorables del tribunal y de la fiscalía- (v. los hechos en este comentario: http://www.vozpopuli.com/blogs/2081-jesus-cacho-ruiz-gallardon-el-conductor-kamikaze-y-el-indulto-como-manifestacion-suprema-de-la-corrupcion-del-poder) o nombramientos judiciales como el que ha recaído, para Magistrado de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, en la persona del hasta hace nada máximo asesor jurídico de una gran entidad financiera (la Caixa), implicada en numerosos litigios civiles. Hay que incluir el engaño de prometer y encargar una reforma para acabar haciendo lo contrario de lo prometido, como el del Ministro faraónico respecto del Consejo General del Poder Judicial. Y no es sino corrupción, síntoma de autolisis, que se utilicen los nombres y el trabajo de unos “sabios”, con nombramiento en el Boletín Oficial del Estado (B.O.E.), para una propuesta de nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal -propuesta que no me convence en absoluto-, que se oculta una vez formulada, mientras se somete, para ser "pulida", al superior criterio de los asesores ministeriales, con uno ellos, muy principal (ministerialmente hablando), Magistrado él, poseedor de una cualificación jurídica tan poco clara que acaban de suspenderle en las pruebas para especializarse en el ámbito jurisdiccional penal (lo siento: me hubiera gustado no dar esta información, pero además de ser pública es relevante, porque callar este tipo de hechos contribuye decisivamente al progreso de los impostores y a la destrucción que producen).

Lo grave, con todo, no es que existan personas así, incompetentes super-auto-prestigiados, cofrades de pequeñas o no tan pequeñas sociedades de bombos mutuos, sino que se les confíe por un Ministro algo tan importante y delicado como el instrumento para la persecución jurídica de la delincuencia. Del mismo modo, lo grave no es que pueda existir un político profesional (“fiscal por un día”, más o menos) que acumule descomunal prepotencia y una ignorancia más que notable, mal disimulada con unos aires postizos de intelectualidad y exquisitez cultural. Lo grave, lo gravísimo, es que a ese político, que ha ido embarrando todo espacio que tocaba (piensen en la situación económica y política que ha dejado a su paso) se le haya nombrado Ministro y se le mantenga en ese puesto, porque las reglas de la política habitual (tan habitual como pestilente) repelen, por lo visto, todo lo que dicta el uso de razón y la prudencia más elemental.

Pero, aunque parezca imposible, peor aún que todo lo anterior, es la beatería ante el poder político inoculada en tantos españoles que habitualmente no carecen de buen juicio y que están mucho más cualificados profesionalmente que el político con el que se relacionan. Eso que llamo beatería ante el poder provoca que esos conciudadanos abdiquen de sus conocimientos y criterios, se traguen con naturalidad, como si fuese saliva, todo su espíritu crítico (incluso el que han expresado en público y por escrito) y, en definitiva, se amolden al deseo del poderoso de turno, al que rinden pleitesía con toda naturalidad y para quien muestran una comprensión y una indulgencia que no proyectan sobre las víctimas del poderoso. De este modo, ocurre algo que da pena: ver cómo personas valiosas se dejan manipular por un honor minúsculo y más que cuestionable y se despojan de su dignidad y categoría, deslumbradas por lo que, a la postre, es un empleo interino: Ministro, Secretario de Estado, etc. Pero, al fin y al cabo, eso que es penoso sólo afecta a los inconscientes beatos. Lo que a todos nos perjudica, y mucho, es su servilismo. Porque, aunque ellos no lo vean así y no lo quieran, se trata objetivamente de servilismo y el poder se afianza y aumenta con ese servilismo de quienes, por su formación y condición, podrían y deberían ser críticos y rebeldes. Todo lo educada y cortésmente que quisieran, pero críticos y rebeldes.

No piensen que con los últimos párrafos me he desviado del asunto principal. También son fenómenos de corrupción el silencio o la aquiescencia ante la impostura de falsos expertos y la obsequiosidad sistemática con el poder, mirando hacia otro lado ante tus errores y desmanes (como el de las tasas judiciales), callando ante ellos (a estos silenciosos los considero cómplices, por amigos que sean) y colaborando con el poder político en cuanto el propio “ego” es mínimamente estimulado por el poderoso. Esas actitudes son anomalías opuestas a la naturaleza de las cosas y a la lógica, contrasentidos éticos que están a la orden del día en nuestra sociedad sólo porque ésta ya se encuentra en trance de avanzada disolución, de imparable autolisis. No sólo hay enzimas desmadradas, como las he llamado antes: estamos, además, por así decirlo, ante un fallo total del sistema inmunológico. No hay elementos internos que defiendan de la corrupción al organismo político y social. Podrido desde dentro, nada hay dentro que contrarreste lo patológico. El “sistema” o “establishment” se acerca al final de su autolisis, de su disolución.

Ha estado muy de moda, desde hace bastante tiempo, teorizar (siempre con vaguedades) sobre unos inexorables procesos de autodestrucción que se desencadenan con el paso del tiempo. Así se autodestruirían, por ejemplo, partidos políticos y también, por referirme a una realidad que conozco bien, escuelas académicas. Varios años atrás dediqué cierta reflexión a esta teoría y, sobre todo, al fenómeno (innegable como fenómeno en sentido estricto) de los (aparentes) procesos autodestructivos.  Acabé comprendiendo, sin particular sorpresa, que esos “procesos” no son sino la destrucción consiguiente a los agigantados defectos o vicios personales de numerosos miembros del colectivo de que se trate.

Todos sabemos que, con el tiempo, si no los detectamos y no procuramos combatirlos, nuestros defectos aumentan en número y, sobre todo, en intensidad. Quien era a los veintitantos años un poco envidioso, un poco egoísta, un poco vanidoso, algo mentirosillo y un tanto cobardica, sólo veinte años después andará a todas horas pavoneándose, apuñalando a traición a sus compañeros, pisando cráneos ajenos con tal de trepar, mintiendo al por mayor a propios y extraños, escurriendo el bulto a la hora de decisiones poco gratas y mostrando una pusilanimidad penosa ante cualquier tarea que se salga de la rutina. Rechazará a su lado a personas valiosas y se rodeará de aduladores y mediocres que no le hagan sombra. Y si al comenzar su vida adulta no se preocupaba por la elegancia y la limpieza de sus ingresos, no tardará mucho en arramplar con todo lo que pueda, convertido en adorador incondicional del dios Pluto. Comprenderán que si todos podemos un mal día dejar a un lado por un momento unas buenas y sólidas convicciones éticas o traicionarlas decididamente de modo habitual, quien comienza su vida adulta desprovisto de ellas, no tardará mucho en convertirse en una bestia amoral sin el menor escrúpulo.

Si a la indigencia moral se une la intelectual,  más intenso aún es el proceso destructivo, que no sólo es ignorado por quienes están inmersos en él, sino que, muy frecuentemente, convive con la más intensa egolatría y con la convicción de una condición personal triunfante, con apenas cumbres más altas que alcanzar.

Así, y no por ningún misterioso proceso psico-sociológico, es como, al pasar el tiempo, toda clase de grupos e instituciones son frecuentemente destruidos. No se autodestruyen, sino que los destruyen algunos de sus más prominentes miembros. Mucho antes del asunto de los procesos de autodestrucción me había ocupado de recordar que no hay y no ha habido nunca un “sistema” que, por sí mismo, se pueda considerar inmune a la corrupción de las personas con mayor poder y responsabilidad: cualquier entramado institucional se viene abajo sin buenas dosis de ética en las personas, en cada persona y, en especial, en los dirigentes.

En España han destruido casi todo lo institucional. No me parece incurrir en exageración y, desde luego, me produce una intensa tristeza ese panorama. Intelectual, ética y estéticamente, estoy en las antípodas de quienes encuentran cierto gusto morboso en proclamar la decadencia y el hundimiento de España. Pero la realidad es terca e innegable, sin que exista algún buen patriotismo que permita disimularla. De modo que sí, apenas veo una institución sana, prestigiosa, capaz de encabezar un empujón de renovación y limpieza. Estoy convencido de que se equivocan quienes siguen proponiendo reformas o innovaciones institucionales. ¿Qué cabe esperar, por ejemplo, de un así llamado “fiscal anti-corrupción” en cada partido político o en cada Ayuntamiento? ¿Acaso no han tenido y tienen ya todos los partidos y Ayuntamientos cargos con autoridad y potestad para impedir y reprimir la corrupción? ¿No son “anti-corrupción” todos los cargos?

Pero, a diferencia de quienes, indignados con hartos motivos y razones, se han dado ya a generalizar y a descalificar a todos los integrantes de los grupos de personas que protagonizan la política, la justicia, la educación, los sindicatos, p. ej., el conocimiento de la realidad me permite afirmar que no todos los políticos son corruptos y vagos, ni todos los jueces ignorantes, perezosos o descuidados, ni todos los profesores incompetentes y ni siquiera todos los sindicalistas unos vividores aprovechados. En todas partes, en todos los ámbitos, incluso en los más deteriorados, quedan más o menos personas decentes, con buena y genuina cualificación profesional e incluso con un historial de trabajo comparable al de sus mejores colegas del resto del mundo. Son, sumadas una a una, muchas, muchísimas personas. Lo que ocurre es que bastantes de ellas están como atrapadas en sus respectivos ambientes, algunos (como el de la política) especialmente podridos y en los que resulta sumamente difícil o casi imposible desplegar un esfuerzo operativo de regeneración.

Mas, por difícil que resulte, desprestigiados los partidos políticos y el entramado de instituciones que ellos dominan, desmoralizada y carcomida la Universidad, maltratada la Justicia desde dentro y desde fuera, etc., sólo cabe esperar que personas, personas decentes, muchas personas decentes que aún quedan, comiencen por distanciarse intelectualmente de la corrección teórica y práctica imperante en su partido, en su Universidad, en la Justicia, en su mundo empresarial, etc. Lograda la distancia intelectual (o, con otras palabras, restaurada la finura del espíritu crítico) y recuperada una cierta valentía (es decir, desechada la cobardía y la pereza habituales), estarán -estaremos- en condiciones de pensar en serio qué hacer, cada uno solo y junto a otros. Después, a hablar, escribir y actuar, como buenamente podamos, pero sin perder tiempo ni concederse más descanso que el necesario. El resultado de esos esfuerzos personales nadie puede predecirlo ni augurarlo. Pero son lo único que resulta posible y lo que debemos considerar objeto de un serio e inexcusable deber personal. Por otra parte, sabemos con certeza que, de seguir como hasta ahora, meramente contemplativos de lo que pasa, mudos y pasivos, el tinglado actual acabará derrumbándose del todo.  Más bien pronto que tarde.

Suponiendo que no se reaccione (y, de momento, eso es lo que hay que suponer), ¿qué quedará, qué nos quedará cuando el “sistema” se caiga, cuando el “establishment” se venga abajo? No estoy en condiciones de profetizar y responder a esa cuestión. No veo a nadie capaz de hacerlo. Pero quizá quede algo -algo que no sean ruinas y escombros- si, cada uno por sí y todos juntos, que diría Cervantes, hablamos, escribimos y actuamos en una buena dirección, con cabeza y valor, sin soberbia cegadora ni el inconmensurable atrevimiento de la ignorancia.

5 comentarios:

A. Garcia Portela dijo...

Y esto:
http://hayderecho.com/2013/01/09/el-jefe-de-la-asesoria-juridica-de-la-caixa-nombrado-magistrado-del-ts-de-la-sala-que-juzgara-preferentes-y-swaps/
Y esto:
http://www.elconfidencial.com/espana/2013/01/17/faine-presiono-a-gallardon-y-mas-para-colocar-al-jurista-de-la-caixa-en-el-tribunal-supremo-112903/
y ¿la ley Saenz para que puedan ser banqueros los condenados?¿

Andrés de la Oliva Santos dijo...

A NUMEROSOS COMENTARISTAS ANTERIORES, QUE NO APARECEN EN EL BLOG: AGRADEZCO SUS PALABRAS DE COMPRENSIÓN Y ALIENTO, PERO HE SEGUIDO LA REGLA DE ESTE BLOG DE NO PUBLICAR COMENTARIOS ANÓNIMOS.

gatoscuro dijo...

Gracias, profesor, porque todavía quedan hombres buenos y combativos.

Seguimos en la lucha moral e intelectual.

Un abrazo.

Guillermo Moreno.

Pedro Garcia-Valcárcel dijo...

Querido D. Andrés: He leído emocionado este maravilloso mensaje que, gracias a Dios, de nuevo nos dirige. Soy un viejo abogado con más de cuarenta años de ejercicio (tengo 65 de edad). Estoy totalmente de acuerdo con Ud, y desde mi modesta posición hago exactamente lo que Ud. propone. Frente a muchos que adoptan esa actitud borreguil que nos conduciría, de tener éxito, al desastre. Hay que fortalecerse en los criterios morales y sobre todo éticos que los grandes pensadores romanos nos legaron. Los principios 'pacta sunt servanda', 'honeste vivere', 'alterum non laedere' y 'ius suum cuique tribuere', y tantos otros que configuran un modo de vivir y obrar acorde con una civilización que ha costado mucho establecer y que no podemos consentir que se destruya al impulso de quienes no tienen ni moral, ni ética, ni Dios ni Patria. Suena extemporáneo, pero es lo que me sale del corazón. ¡Gracias MAESTRO!

Unknown dijo...

La cuestión es que en fiscalía se va a echar al primer fiscal de toda la historia; su pecado, haberse atrevido a negarse a obedecer una orden ilegal y por los cauces legales. Un año de expediente disciplinario y ahora con un pie en la calle. Enlace a la noticia:
http://justiciaimparcial.blogspot.com.es/2013/01/carta-abierta-de-la-apif-al-fge-con.html