EL
“BOOM” DE LOS “JURISTAS“ TRENDY
No recuerdo en mi vida
un tiempo de más conformismo, adocenamiento, dimisión del sentido crítico,
cobardía e ignorancia que el que ya dura al menos tres lustros. Me refiero,
sobre todo, a España y al ámbito del Derecho. Y también, desde luego, al ámbito
de nuestras Universidades.
Como si no pasase en
este país nada ética y jurídicamente grave, nada deplorable, discurren clases
universitarias y conferencias y se escriben artículos y libros, sin que apenas se
alcen voces que expresen con veracidad y claridad un análisis preciso de tantas
reformas legales in peius (a peor) y
de tantas propuestas indisimulablemente totalitarias, corrosivas para un
verdadero Estado de Derecho, que, para ser real, necesita, antes que nada, un
Derecho verdadero. Y no es que no haya personas capaces del análisis que se
echa en falta, riguroso y crítico, bien fundamentado en los principios
jurídicos más sólidos. Las hay. Simplemente, muchas de esas personas no obran
coherentemente con su capacidad ni, en muchos casos, con su deber. Callan
acerca de todo lo importante e incluso contribuyen a encubrir el diversificado
y feroz ataque al Derecho y al Estado del Derecho, porque no sólo no dan
noticia de alguna de las muchas manifestaciones de esa agresión multiforme,
sino que hablan y escriben de esto y de lo otro como si estuviésemos en una
situación general de normalidad. Y sólo por carecer culpablemente de la más
elemental información o por sufrir una atrofia intelectual patológica se podría
pensar que vivimos tiempos de normalidad, en cualquiera de los sentidos de esta
palabra.
No me estoy quejando de
que las Facultades de Derecho o los productos editoriales, p. ej., no sean un
hervidero de diatribas. No echo de menos una situación de constantes
invectivas, de críticas feroces y de quejas y lamentaciones sistemáticas.
Tampoco sugiero dejar a un lado el seguimiento de lo más novedoso, en España y
en Europa (comenzando, claro es, por la Unión Europea) y descuidar una labor informativa.
Me quejo de tanto conformismo ante injusticias clamorosas y ante indisimulables
ataques a esa piedra angular del Estado que es su Administración de Justicia. Lo
que me entristece, disgusta y preocupa es, por un lado, la incapacidad (muchas veces
sólo aparente, fingida) para valorar los cambios y la carencia de un esfuerzo
elemental para integrar esos diversos cambios, implantados o proyectados, en lo
que, more anglico, llamaríamos la “big picture”, el conjunto del panorama.
Y, por otro lado, me entristece, disgusta y preocupa la aceptación silenciosa de
esos cambios y del panorama resultante, sea por insensibilidad, por
pusilanimidad (ánimo pequeñito, alma pequeña),
por el interés de establecer y mantener buenas relaciones con el poder de
cualquier tipo o por cualquier otro motivo.
El caso es que, entre
la errónea deriva en gran medida propiciada por “Bolonia” (v., aquí mismo, la
página http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/p/la-universidad-dimitida.html)
y una generalizada idolatría al poder, que ha desalojado todo afán por la
verdad, todo empeño por conocer y valorar la realidad, en la mayoría de los
ámbitos universitarios y jurídicos ha desaparecido la crítica y la libertad de
opinión y de expresión. Se está viniendo a considerar, no ya políticamente incorrecto (que eso sí lo es), sino impropia de un quehacer analítico científico-jurídico, cualquier
discrepancia, tanto general o global como parcial o de matiz. Las ocurrencias
de reforma se divulgan, se comunican y se explican, pero jamás se critican. Anatema sit, sea anatema quien vea,
conozca y exprese amenazas a la libertad personal y a la independencia judicial,
a la efectividad de la tutela judicial, a la igualdad, a las debidas y
razonables garantías. Y el anatema, formulado de muy diversos modos, es tan
eficaz que ha llegado a generar en muchos una arraigada costumbre personal de
autolimitación del pensamiento y, en todo caso, de autocensura. Amaestrados, ya
no necesitan ulteriores órdenes e instrucciones.
Aunque al poder
(político, económico, etc.) le disguste que existan en ámbitos jurídicos
algunos individuos combativos y aunque le duela el hígado si esos individuos se
agrupan, puede aceptar esos fenómenos en cuanto realidades marginales,
similares a los alborotadores anti-sistema y mejor aún si le cabe presentarlos
como grupúsculos vandálicos. Al show
del pluralismo trucado incluso le vienen de perlas unos cuantos frikies, en estos casos inventados, así
etiquetados para neutralizarlos.
¡Ah, pero en la Ciencia
jurídica, en la Universidad, nada de abiertos desacuerdos, de claras
discrepancias, de fuertes críticas! En los ámbitos científicos y académicos no es
que resulte impropio escribir o decir lo que pueda ser considerado insultante o
hiriente para el poder, siempre hipersensible: es que no se admite ser claro y
tajante: todo ha de ser primordialmente descriptivo, morosamente discursivo,
suavón, indirecto. No se pide un lenguaje cortés y que salve las intenciones,
no. Lo que, más que pedir, se exige, es aquiescencia general, con máximos eufemismos
si, a lo sumo, se pretende expresar la hipótesis de que quizás, tal vez,
hubiera podido ser algo distinto en algún aspecto lo que se ha legislado o se
pretende legislar o lo se ha resuelto y decidido. Pero ni siquiera está bien
visto matizar. Es demasiado atrevido eso de presentarle matices al poder.
Así que el legislador o
este o aquel tribunal pueden masacrar el lenguaje, la lógica formal, la
jerarquía normativa, los imperativos constitucionales, la equidad, los más
elementales criterios de justicia, el respeto a la verdad (¡cómo mienten en las
exposiciones de motivos de las leyes o cuando se ponen a hacer una
falsificación del Derecho comparado!) y todo buen sentido. Pero, ante tales masacres,
el jurista (presunto o verdadero) no puede hablar o escribir con la clara
contundencia que una masacre merece. No existen masacres, graves errores,
desafueros ni desastres. Ya me entienden: claro que existen y, lamentablemente,
son muy numerosos y frecuentes. Pero no se puede levantar acta de su
existencia. Para mantenerse correcto
y aceptable, para no desentonar en
los ámbitos académicos, para escribir y perorar, en un tono (presuntamente) científico,
toda crítica ha de pulirse hasta ser irreconocible y cualquier aspereza
discrepante está de más y ha de ser severamente limada. Es como si, en caso de ser apuñalados por la espalda, lo único que pudiésemos decir fuese "por favor, no me dé más palmaditas de ánimo".
Así, con sólo pocas y
en ocasiones heroicas excepciones, la comunidad jurídico-académica ha guardado
silencio ante las denegaciones de justicia masivas de las tasas judiciales
introducidas en noviembre de 2012 y ahora callará ante la brutal alteración del
sistema de fuentes del Derecho que el Ministro Ruiz Gallardón y el Gobierno de Rajoy Brey (C. de Ministros del 4 de abril de 2014) pretenden
producir con una enésima reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial.
Callarán ante la evidencia de nuevos mecanismos para controlar cuanto sea
posible al Poder Judicial, aunque resulten tan estrafalarios como la reducción
al mínimo de los órganos jurisdiccionales unipersonales, reforma que en ningún
país civilizado se ha llevado a cabo. Pero si los lectores quieren entender el
sentido de la norma, no se engañen: lo que la explica es que hace tiempo que el poder político-económico no soporta la potestad jurisdiccional de un simple Juez de Primera Instancia o de un simple Juez de Instrucción. La prensa, sin instancias serias de las
que nutrirse distintas de la propaganda oficial, traga las atrocidades publicitando
un par de señuelos de apariencia progresista (desaparición de los “jueces
estrella”, disminución de los aforados, supresión de declaraciones por escrito,
p. ej.)
Ocurre, en suma, que ha
venido a aceptarse como elemento de nuestra vida cotidiana la improcedencia e
incluso la imposibilidad de buscar y de decir la verdad, ni siquiera en las
Universidades, en las Facultades de Derecho y en sus Departamentos. Quien tiene
el empeño de indagar con independencia, de formarse su propio criterio sin someterse
a diktats (cosa muy distinta de tener
en cuenta opiniones autorizadas) y de expresarse como piensa que se le
entenderá mejor, es considerado extremoso, excesivo y, por supuesto, radical. Y
ninguno de estos calificativos se acepta que cuadre con el cultivo de la
ciencia, incluida la jurídica.
Diré dos cosas. Radical es palabra proveniente del latín
radex-radicis, raíz. Pero tener sólidas y
profundas raíces me parece algo bueno, mucho mejor que ser desarraigado o
poseer unas raíces mínimas. Como vegetales, un olmo, un roble o una encina me
parecen más serios que un champiñón de champiñonera, que crece sobre una
bandeja con apenas dos dedos de humus (y, para colmo, no sabe a nada).
En cuanto a la Ciencia
del Derecho, la tropa de los trendy
jurists, ya consolidados, aprendices o en avanzado grado de formación, haría bien en
recordar lo que dice Domicio Ulpiano, en Digesto
1, 1, 10, 2: Iurisprudentia est divinarum atque humanarum rerum notitia,
iusti atque iniusti scientia. La jurisprudencia —la ciencia del Derecho, la
Jurisprudenz— es el conocimiento de
las cosas divinas y humanas, la ciencia de lo justo y de lo injusto. ¿No es ésta una
buena raíz para la Ciencia Jurídica? ¿No es una raíz honda y viva, inmejorable? Pues que tomen
nota: cuando se quiere hacer una genuina ciencia jurídica no se puede
desconocer la realidad —las divinarum
atque humanarum rerum—, desvinculando las normas de lo que ocurre, de la
historia y de sus protagonistas, ni menos aún cabe desentenderse de la justicia
y la injusticia. Y, sin embargo, ¿cuántos no piensan, o escriben y hablan como
si pensaran, que cualquier referencia a lo justo o lo injusto es ajena a la
ciencia jurídica e incluso descalifica un escrito como científico? Esto es lo trendy, ésta es la tendencia dominante,
a la que se han apuntado tantos escribidores y charlistas sobre temas
jurídicos. Y, sin embargo, el cultivo científico del Derecho a cargo de quien
prescinda de lo justo y de lo injusto es un imposible. Un profesional del
Derecho sin preocupación operativa por lo justo y lo injusto nunca estará ni
honrando el Derecho ni haciendo Ciencia jurídica.
En cuanto a la verdad,
a su búsqueda y a su expresión libre, suenen de nuevo estas duras y ardientes palabras:
«Si sólo se dijese la
verdad, no se podría vivir. ¿Quién ha dicho esta blasfemia? ¿Quién
es el menguado que sostiene y propala que quien se proponga ser verídico
siempre se estrellará? ¿Qué es vivir? ¿Qué es estrellarse?»
«En todos los órdenes, la
muerte es la mentira y la verdad es la vida. Y si la verdad nos llevara a
morir, vale más morir por verdad, morir por vida, que no morir de mentira,
vivir muriendo.»
(Miguel de Unamuno, Ensayos, VI, Publicaciones de la
Residencia de Estudiantes, Madrid, 1918,
pág. 240)
7 comentarios:
Lo comparto. Saludos.
Excelente artículo, gracias por redactar de una forma tan bonita, que hace disfrutar de la lectura.
Gracias por no conformarse. Hoy, ante sociedades narcotizadas, hacen falta voces con criterio propio. Lo comparto.
Muchísimas gracias por este comentario tan claro sobre algunos de los males que afectan de lleno a muchos individuos y, por lo tanto, afectan también a la mayoría de las esferas de la sociedad.
Sin duda alguna el conformismo y la desidia es uno de los grandes males de la sociedad actual, que nos empuja más a ascender en las escalas de nuestras profesiones y labores que en cosechar verdaderos logros -de los que sentirnos ciertamente orgullosos- en nuestra vida personal y profesional.
Hay que luchar mucho, férreamente, todos los días y en todos los ámbitos, por no permitir que se perpetúen las dinámicas que todo lo vician y a todos nos hace perder el norte.
Ya que estamos en el mundo, deberíamos tratar de tener clara y limpia la senda de nuestras conductas, y actuar decentemente y a la altura de nuestros mismos en las diferentes facetas de la vida. Pero, claro está, entre las labores en las que más se necesita -y en la que más se echa en falta si falta- la decencia y la honradez es en la administración de justicia y en el examen de qué ha de ser decidido y por qué motivos en cada caso concreto.
Espero no olvidarme de estas mismas palabras y de tan gran hábito de lucha ahora que estoy próximo a comenzar una etapa que no quiero ni me apetece, que me apartará de la lucha social y de la gente que necesita mi apoyo, pero que hago porque me gusta mi mundillo -el jurídico, el de los conflictos, el de tratar de adaptar las soluciones a los problemas- y me gustaría constituir un ligero cambio al reparto de la Justicia.
Esta etapa que comenzaré en meses son las oposiciones a judicatura, trámite demencial que sin duda para ello está, para alejarme de quien sufre y hacerme creer que el Derecho son meros hechos, fundamentos jurídicos y fallos, y no vidas humanas alteradas por alguien que dicta sentencia sin haberse enterado bien del tema.
Yo, por mi parte, estoy a meses de encerrarme a estudiar y a tratar de mirar el mundo real a través de una ventanita. Sin embargo, ni a la fuerza lograrán que olvide quién soy, de dónde vengo, y qué intereses hay en juego ante una deriva de relativización de la injusticia en pos del orden y la manipulación para hacernos creer que vivimos en un Estado decente y justo que lucha por la paz social.
CHAPÓ !!!
El Estado de Derecho - "violencia organizada". Tolstoi:
Lev Tolstói (Contra aquellos que nos gobiernan)
http://blogdejoaquinrabassa.blogspot.com.es/2014/03/lev-tolstoi-contra-aquellos-que-nos.html
Releo una vez más este post indispensable. No se puede ser más acertado en fondo y forma. Gracias.
La Universidad no puede aportar ya. Falta coraje. Ésa es la deficiencia, no es un problema de inteligencia (los físicos universitarios siguen avanzando), es hormonal. La selección y carrera del profesorado asegura deficiencias de carácter. Apostaría mi patrimonio a que si se hace un análisis genético entre el profesorado se apreciarían deleciones de los genes necesarios para cualquier servicio de armas. D. Andrés, la Universidad es Darwin del revés.
Jesús B.
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