miércoles, 29 de octubre de 2014

SOBRE LA CORRUPCIÓN, A FONDO


SOBRE LA CORRUPCIÓN: RECUERDO DE LORD ACTON (I)

(EL PODER CORROMPE Y EL PODER ABSOLUTO CORROMPE ABSOLUTAMENTE)

Supongo que a nadie le extrañará que hoy escriba (una vez más) sobre la corrupción. En estas semanas se manifiestan abrumadoramente, todos los días, episodios concretos reveladores de una vasta y pútrida corrupción, que, aunque sin detalles ni pruebas, muchos conocíamos. Esa corrupción no es un fenómeno exclusivamente español, sino mundial, pero no por eso las noticias nuestras dejan de aumentar en España un clima general de profunda tristeza, exasperada indignación y enorme desesperanza.
Con este post espero contribuir a la reacción que requiere un estado de cosas tan grave. Una reacción que debe estar tan lejos de cualquier excusa, atenuante o mero paliativo como de la instalación de picotas y guillotinas sumarísimas en todas las esquinas. Si se desea una verdadera regeneración, una refundación del sistema político y social, habría que asentarla sobre bases sólidas. Y, con franqueza, advierto síntomas de tremenda superficialidad. La hay, por ejemplo, cuando, a la vista de la corrupción, se piensa y se actúa como si el problema de la corrupción fuese “Podemos o la no descartable victoria electoral futura de “Podemos”. Y no: el problema no es “Podemos”: el problema es la corrupción misma, con sus enormes dimensiones. “Podemos” sería el castigo a esa corrupción, pero no una solución. Y aunque fuese un castigo proporcionado, es muy probable que con él pagasen justos (innumerables) por pecadores (bastantes, sí, pero muchísimos menos que los justos).

Dicho lo anterior, vamos a Lord Acton. Espero que vean por qué.

La frase el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente es muy conocida en todo el mundo: es un genuino tópico universal.  Estas palabras se atribuyen a John Emerich Edward Dalkberg Acton, más conocido como Lord Acton (1834-1902), un importantísimo pensador de la libertad en la historia, a quien he releído con interés (y asombro) en estos últimos años. (llevo una temporada con lecturas de autores británicos, primero Bentham y luego Acton, muy distintos, pero con interesantísimos puntos comunes).

Hay dos datos que interesa precisar sobre esta frase. El primero es que Acton no afirma que el poder corrompa, sino que tiende a corromper: “power tends to corrupt“, aunque añade de inmediato: “and absolute power corrupts absolutely”. Son de mucha importancia, tanto el matiz de la tendencia a corromper aneja al poder, como la contundencia del efecto seguro de corrupción absoluta ligado al poder absoluto. Acierta Acton en las dos afirmaciones. Porque, por sí solo o en sí mismo, el poder no corrompe. Y porque, en cambio, el poder absoluto sí corrompe con toda seguridad: el poder absoluto es ya un fenómeno de temible corrupción. Me extenderé sobre esto más adelante, en un próximo post.

En segundo lugar, es importante el dato de que Acton formula esa afirmación, tan exitosa mediáticamente, en un contexto que no se refiere sólo al poder político, sino a toda clase de poder y, por tanto, al poder económico y social. De hecho, la famosa frase aparece en una carta de Acton a Mandell Creighton, Arzobispo Anglicano, a comienzos de abril de 1887, a propósito de una historia del papado medieval en cinco volúmenes. Acton critica durísimamente una tesis general del Arzobispo Creighton: “No puedo —dice Actonaceptar su regla de que hemos de juzgar al Papa o al Rey de modo distinto a cualquier otro hombre, con la presunción favorable de que no han obrado erróneamente. Si hay alguna presunción es en el otro sentido contra los poseedores de poder, que se intensifica conforme el poder aumenta. La responsabilidad histórica tiene que compensar la falta de responsabilidad jurídica. El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre malas personas, incluso cuando sólo ejercen influencia y carecen de autoridad: más aún cuando a la tendencia o la certeza de corrupción se añade la autoridad. No hay peor herejía que la que sostiene que el cargo santifica a quien lo ostenta.” [A más de uno, eso de que "los grandes hombres son casi siempre malas personas" puede sonarle a salida de tono, muy exagerada. No me parece que Acton fuese aficionado a las boutades y, en cambio, era un concienzudo historiador. No faltan en las bibliotecas libros, algunos conocidísimos, que apoyarían esa afirmación de Acton. Yo me inclino decididamente a considerarla veraz y acertada, aunque muy poco correcta.]

Por si acaso mi traducción incurriera en algún error, ésta es la frase original: “I cannot accept your canon that we are to judge Pope and King unlike other men, with a favorable presumption that they did not wrong. If there is any presumption it is the other way against holders of power, increasing as the power increases. Historic responsibility has to make up for the want of legal responsibility. Power tends to corrupt and absolute power corrupts absolutely. Great men are almost always bad men, even when they exercise influence and not authority: still more when you superadd the tendency or the certainty of corruption by authority. There is no worse heresy than that the office sanctifies the holder of it.”

No hay peor herejía que la que sostiene que el cargo santifica a quien lo ostenta”. Mediten sobre esta sentencia muchos bienpensantes y tantos hiper-devotos de “la superioridad” o adoradores de cualquier clase de poder. La obediencia verdaderamente debida a cualquier autoridad legítima no está reñida con el sentido crítico. Más aún, la obediencia sólo tiene mérito cuando se presta sin prescindir de ese sentido crítico y cuando se comprende que la lealtad a quien legítimamente manda no es que permita, sino que más bien exige expresarse libremente y con sinceridad, con la imperativa e insoslayable guía de la propia conciencia, esforzadamente informada y formada.

De la corrupción nacida e incrustada en el poder de todo tipo han sido y son muy responsables los silenciosos, que callaron cuando podían o debían hablar con capacidad de influir e incluso con poder de decisión. Han contribuido y contribuyen decisivamente a la corrupción quienes, por complacencia al poder o por cobardía, nada dicen: nada advierten, nada sugieren, nada objetan y jamás protestan. Una cosa es actuar de Pepitos Grillos parlanchines impertinentes y otra no hablar y no actuar, de un modo apropiado y eficaz, cuando se tiene el deber legal o ético de hacerlo. La devoción reverencial al poder y a los poderosos tiene que perder la magnitud e intensidad que ha tenido y aún tiene, porque, además de ser errónea en sí misma, ha sido y es decisiva en la corrupción. Éste habría de ser uno de los necesarios puntos de partida de la regeneración o refundación de que he hablado.
 
Pero vuelvo al poder y a la corrupción según Acton. Aunque las palabras tienen su propio valor con independencia de quien las ha dicho, es muy importante saber quién las dice. No se exagera hoy al considerar a Acton como uno de los hombres que con más fuerza han defendido la libertad frente al poder. Sin pretender ahora una escueta biografía, unas pinceladas sobre el personaje son relevantes. Acton es miembro de una familia noble (aunque no de la alta nobleza británica, sino de la media o más bien de la baja nobleza), de las pocas católicas en Gran Bretaña. Este hombre que tan duramente discrepa de Creighton, termina su vida sucediéndole en la Cátedra Regius de Historia, de la Universidad de Cambridge, donde a Acton no se le había permitido estudiar por ser católico. Pero, casi a la vez, Acton se tiene que defender y se defiende, casi al estilo de Tomás Moro, contra acusaciones de oposición al Concilio Vaticano I, en lo relativo a la infalibilidad del Papa. ¿Era Acton un católico heterodoxo a fuer de liberal? En modo alguno. Era tan seria y sinceramente católico como sincera y seriamente liberal. Me parece conmovedor y admirablemente certero cómo se definía Acton: “un hombre que empezó a vivir creyendo ser un católico sincero y un sincero liberal; que, por tanto, renunció en el Catolicismo a cuanto no era compatible con la Libertad y, en la política, a cuanto no era compatible con la Catolicidad(“a man who started in life believing himself a sincere Catholic and a sincere Liberal; who therefore renounced everything in Catholicism which was not compatible with Liberty, and everything in Politics which was not compatible with Catholicity.”) (SWLA III 657). Y también escribió: “preferiría morir que vivir sin los sacramentos y abandonar la Iglesia(“I would rather die than having [sic] to live without the sacraments and to leave the Church”: Hill 472 n. 55). Y Acton fue consecuente con esta declaración.

Es curioso que Acton, tan católico, fuese considerado con razón una de las personas más influyentes en Gladstone, a la postre tan protestante, que a su vez apoyó siempre a Acton. Gladstone (1809-1898) fue aquel gran político, primero tory, luego whig, después líder del partido liberal. Cuatro veces Primer Ministro, este hombre ilustre, siempre espiritualmente rico, había transitado desde una postura propia de la Church of England y de la High Church anglicana hacia una posición más protestante o luterana, que él consideraba honradamente más evangélica. Y había situado la conciencia por encima de la autoridad. De joven, a sus treinta años, Gladstone sostenía, en su libro The State in its Relations with the Church, que los inconformistas y los “roman catholics” debían ser excluidos de los cargos públicos, puesto que la Iglesia de Inglaterra tenía el monopolio de la verdad. Pero, como acabo de señalar, Gladstone había cambiado mucho al cabo de treinta y cinco años más de vida, cuando, en relación con las disposiciones del Concilio Vaticano I (y, sobre todo, con la infalibilidad papal dogmáticamente definida) escribe y publica The Vatican Decrees in their Bearing on Civil Allegiance: A Political Expostulation. Desde otra posición y con otro motivo, Gladstone viene a pretender nuevamente que los católicos británicos no pueden ser buenos ciudadanos británicos, porque al estar sometidos al Papa no pueden ser leales al Reino Unido y a sus autoridades, empezando por la Corona. Y ahora aparece en escena otro gigante: John Henry Newman. Es John Henry Newman quien, en defensa de la libertad de los católicos, replica contundentemente a Gladstone en la famosa Carta al Duque de Norfolk (A Letter Addressed to His Grace the Duke of Norfolk on Occasion of Mr. Gladstone's Recent Expostulation, London, 1875, B. M. Pickering). En esa larga carta se lee esta muy conocida frase:
Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobre­mesa —desde luego, no parece cosa muy probable— beberé ‘¡Por el Papa!’ con mucho gusto. Pero primero “¡Por la conciencia!’, después ‘¡Por el Papa!’”.

Es una frase atrevida, que no pocos considerarían entonces —y a buen seguro bastantes consideran todavía ahora— escasamente respetuosa con quien, para un católico, es nada menos que el Vicario de Cristo en la tierra. Pero no era en absoluto irrespetuosa y sí perfectamente exacta y católicamente ortodoxa. Tan claro es así que el Catecismo de la Iglesia Católica (p. 1778), aprobado por Juan Pablo II el 15 de agosto de 1997, cita literalmente a Newman [«La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo» (Juan Enrique Newman, Carta al duque de Norfolk, 5)].

¿A qué viene esta referencia relativamente larga a Acton, Gladstone y Newman? Viene muy a cuento, en primer lugar, porque considero necesario combatir las taxonomías y las etiquetas que con tanta frecuencia se utilizan, por ignorancia o con malicia, para dividir y oponer, creando bandos de “buenos” y malos”, “los nuestros” y “los otros”. Como mínimo, esas banderías no conducen a nada bueno y, con frecuencia, hacen mucho daño. En esta historia reseñada, los tres personajes, católicos o protestantes, son hombres de una pieza y de un comportamiento éticamente irreprochable, enemigos de toda corrupción. Los tres, pese a sus diferencias, no sólo se respetan, sino que se admiran profundamente. Acton es un viejo católico muy unido siempre a Gladstone, del mismo modo que éste, primero ferviente anglicano y después no menos ferviente protestante, no deja de admirar y apoyar a Acton. Newman, primero clérigo anglicano de enorme prestigio, convertido al catolicismo en 1845, ordenado sacerdote dos años después (y Cardenal en 1879), se había movido con proximidad e interés en el ámbito intelectual de Acton.

Pero, en segundo lugar, y lo que es mucho más importante en relación con nuestro asunto, está la coincidencia de estas tres grandes personalidades en la importancia de la conciencia, siempre personalísima. Porque, sí, la corrupción que padecemos y que un día tras otro es noticia en sus deplorables manifestaciones, es una cuestión de falta de conciencia en muchas personas. Es cosa de muchas personas sin conciencia, como decimos en lenguaje coloquial. En los casos más sangrantes, la conciencia ha sido narcotizada y se ha necrosado por completo. En casos llamativos y escandalosos, pero de menos gravedad que el cohecho, como es el uso de las tarjetas de crédito o el abuso de los gastos de representación, lo que hay es una conciencia de muy pobre formación y de escasa delicadeza y sensibilidad ante lo injusto. Algo que con frecuencia se ha podido evitar, de manera que la falta de piel fina era vencible y es culpable.

Quiero decir, con lo anterior, que la corrupción tiene que combatirse a fondo, no con meros preceptos —en códigos éticos o en códigos legales— que tipifiquen comportamientos reprobables, preceptos que siempre expresarán unos standards de mínimos morales. La situación está requiriendo una elevación moral hacia la ejemplaridad, un renacimiento ético o moral (tanto da lo griego como lo latino) en línea de máximos. Nuestras sociedades y la española en concreto, albergan tanta corrupción, no por falta de reglas éticas ni por ausencia de preceptos penales que sancionen conductas corruptas, sino a causa de una generalizada y gravísima depauperación moral. Cuando muchos hablan de una España que ya no es católica, pienso que la corrupción en España es un indicador tanto o más expresivo que la menor asistencia dominical a misa, la disminución de matrimonios canónicos, etc.  Las confesiones religiosas, empezando en España por la Iglesia Católica, tienen un gran trabajo por delante. Lo digo con el máximo respeto hacia quienes no pertenecen a ninguna confesión, porque la elevación moral está presente en el interior de muchas personas agnósticas, provistas de una conciencia alimentada por la captación y la asunción, en su conciencia, de fuertes exigencias morales inherentes a la dignidad de todo ser humano y perfectamente susceptibles de ser conocidas sin necesidad de la fe.
(continuará)

 

domingo, 19 de octubre de 2014

¿POR QUÉ SE TARDA EN ELIMINAR UNAS INICUAS TASAS JUDICIALES?


¿QUÉ LE OCURRE AL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL? ¿QUIERE QUE SE CUESTIONE SU NECESIDAD?

¿A QUÉ ANALISIS DE LA LEY DE TASAS SE QUIERE DEDICAR EL NEO-MINISTRO CATALÁ?

Después de unos meses de silencio debido a diversas causas, vuelvo a la carga. Y vuelvo con lo que me parece de mayor importancia, pese a todo lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo, que no es precisamente grano de anís ni moco de pavo ni chocolate del loro.

La más importante reforma de la Justicia en España ha consistido en hacerla inaccesible a gran número de personas mediante la Ley 10/2012, de 20 de noviembre, no modificada significativamente por el Decreto-Ley 3/2013, de 22 de febrero. Con esa “reforma”, España pasaba de tener una Justicia accesible a tener otra sólo accesible a las personas adineradas. Un cambio histórico de radical involución.

Lo advertí con tiempo en ABC, tercera página, 31 de octubre de 2012: LA JUSTICIA DEL ESTADO NO SE RECORTA, que aún pueden releer mediante este enlace: http://laadministracionaldia.inap.es/noticia.asp?id=1105935

Y en este blog se ha publicado mucho sobre las inicuas tasas impuestas (las concretas y precisas tasas que ahora se exigen: no hablamos de tasas judiciales en general) que, además de no ser verdaderas tasas, desde el punto de vista del Derecho tributario, resultan contrarias a la Constitución por varios conceptos. Repasen, si les parece oportuno, algunos de los textos:

15 de octubre de 2012: OTRA PESADILLA PARA LA JUSTICIA, por Manuel Cachón Cárdenas, abogado y Catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Autónoma de Barcelona: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2012/10/un-excelente-jurista-aporta-nuevos.html. Excepcional y justificadísimamente, publiqué aquí ese magnífico texto ajeno.


Ya míos son estos post: 3 de noviembre de 2012: VERDADES Y FALSEDADES DE LA "JUSTICIA GRATUITA!: "LA JUSTICIA SE ENCARECE PARA QUE SEA MÁS GRATUITA" (EXPLICACIÓN OFICIAL): http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2012/11/verdades-y-falsedades-de-la-justicia.html

3 de febrero de 2013: UNA CORRUPCIÓN MÁS GRAVE QUE LAS (PRESUNTAS) CUENTAS MANUSCRITAS DEL PP* PEOR, MUCHO PEOR, ES CÓMO NOS TIRANIZAN CON LAS TASAS JUDICIALES: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2013/02/la-autolisis-del-sistema-se-acelera-y.html

20 de marzo de 2013: SOBRE LAS TASAS JUDICIALES, JEREMÍAS BENTHAM LO HABÍA PENSADO Y DICHO TODO, CON CLARA CRUDEZA, HACE 220 AÑOS: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2013/03/una-protesta-contra-las-tasas_20.html

21 de febrero de 2013: UN CHALANEO INDIGNO PARA DISIMULAR LA INIQUIDAD DE LAS TASAS JUDICIALES: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2013/02/un-chalaneo-indigno-para-disimular-la.html

24 de noviembre de 2012: TASAS ANTI-JUDICIALES, APAÑO PARA LOS PSEUDO-“DESAHUCIOS”…: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2012/11/tasas-anti-judiciales-apano-para-los.html

25 de febrero de 2013: EL GOBIERNO DEL PARTIDO POPULAR EXPERIMENTA EN SERES HUMANOS VIVOS CON LAS TASAS JUDICIALES: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2013/02/el-gobierno-del-partido-popular.html. A propósito del Decreto-Ley 3/2013.

Todo lo anterior y lo que ha venido sucediendo después encaja a la perfección en el marco de una autolisis o autodestrucción del sistema.  Vean el 25 de enero de 2013: LA AUTOLISIS DEL “SISTEMA”: http://andresdelaoliva.blogspot.com.es/2013/01/muchas-cosas-nuevas-nada-novedosas.html

Al Tribunal Constitucional español (TC) se le planteó ya hace mucho tiempo, por distintas vías (recursos y cuestiones), la inconstitucionalidad de la Ley y del Decreto-Ley mencionados. Son normas con negativos efectos diarios en la tutela judicial efectiva, que es absolutamente impedida mediante el condicionamiento de un instrumento recaudatorio que tampoco es acorde con la Constitución, porque no discrimina el tributo (un impuesto; en realidad, no es una tasa) conforme a la capacidad de los contribuyentes (art. 31 de la Constitución Española; en adelante, CE) y porque vacía de contenido el art. 119 CE sobre acceso a la Justicia y recursos económicos de los justiciables. Es el mismo TC el que ha relacionado el derecho fundamental a la tutela efectiva de los tribunales con bastantes otros preceptos constitucionales.

No pretendo —me parece innecesario e incluso insultante para los conocimientos y el sentido jurídico de los Magistrados del TC— exponer aquí pormenorizadamente por qué la referida Ley de tasas, con su parca enmienda del Decreto-Ley, es incompatible con nuestra Carta Magna. La inconstitucionalidad —no de una ley de tasas judiciales ni de cualesquiera tasas, sino de la concreta Ley española que establece las concretas tasas, de la ley concretamente recurrida y cuestionada— raya en lo evidente en sentido estricto: es patente. Sólo a base y a fuerza de sofismas podría escribirse una sentencia del TC en sentido favorable a la Ley 10/2012, de 20 de noviembre. Pero los sofismas y tergiversaciones habrían de ser de una categoría tal que el TC y el prestigio de sus miembros quedarían desacreditados para siempre.

No entiendo la dilación del TC respecto de este asunto. Se ha superado con creces el (hablemos eufemísticamente) margen temporal —ya sumamente discutible y criticable— con que el TC viene resolviendo. Y no es un secreto, sino algo ampliamente conocido, que el TC ya había dado entrada en su telar a la ley de las inicuas tasas que Ruiz Gallardón (RG) patrocinó —con el apoyo de todo el Gobierno— e hizo aprobar a uña de caballo.

Ha sido comentario común, tras la salida de RG del Gobierno, que con sus primeras declaraciones, el Ministro Catalá buscaba marcar la máxima distancia con su predecesor. En ese sentido, la inmediata afirmación de analizar, revisar y mejorar la Ley de Tasas. Pero, ¿qué análisis echa en falta el nuevo Ministro? Después, CATALÁ anunció la convocatoria de una “mesa sectorial”, invención verdaderamente peregrina, porque los justiciables somos todos y, como ya Bentham vio con lucidez, no formamos ningún sector. ¿O va a convocar CATALÁ a quienes, económicamente acaudalados, se benefician de las tasas (ellos pueden demandar, pero no ser demandados), a quienes las recaudan y a quienes han visto muy disminuido su trabajo judicial? No es posible dudar de que se trata de una burda maniobra dilatoria, ante lo que está exigiendo, desde su entrada en vigor, una inmediata y radical rectificación. A la injusticia tremenda de negarse a esa rectificación se añade un error político de enorme magnitud.

No me importa demasiado que algunas corporaciones profesionales —de las que nada o nada bueno espero desde hace mucho tiempo— parezcan haberse tomado en serio lo que es un “mareo de la perdiz” de deslumbrante claridad. Pero, como no entiendo la dilación del TC en el asunto de las tasas anti-justicia, lo que me temo, me importa y me preocupa mucho es que el TC —del que forman parte algunas personas a las que conozco bien y que hoy me merecen aprecio personal y profesional— se tome las palabras y los gestos del neo-ministro como un motivo suficiente para sacar de su telar el asunto de la Ley de Tasas Judiciales y recolocarlo en los armarios de lo que ya no corre prisa.

He dicho “motivo” porque no podía decir “razón”. No hay razón alguna, tampoco una ratio jurídica aplicable al trabajo de un tribunal, para no darse prisa con un asunto que no carece ni de finalidad práctica ni de objeto procesal y sí corre prisa, mucha prisa. Nos corre prisa a todos los justiciables y le debe correr prisa a un Tribunal que tiene entre sus funciones la de expulsar del ordenamiento jurídico lo que no es conforme a la Constitución. Eso siempre es apremiante, por mucha inclinación personal que se tenga a la parsimonia. Nunca he sido partidario de que ningún Tribunal, cuando le toca decidir, aplace su decisión por razones de conveniencia política. Hay razones para otorgar preferencia a ciertos asuntos, por urgencia objetiva. Para aplazar la decisión, una sentencia, casi nunca existe una verdadera razón. En este asunto, el TC en su presente composición se está jugando el prestigio (o, más exactamente, la muy conveniente recuperación de prestigio), así como la consideración social de su utilidad. Con los delicadísimos asuntos de Estado que el TC habrá de resolver, lo último que España necesita es un Tribunal Constitucional que parezca, simplemente parezca, acoger “guiños” de un Gobierno o de un partido que marquen la agenda y el calendario del Tribunal.