sábado, 26 de junio de 2010

LA PERVERSIÓN DE LA CIENCIA: SÍNTOMAS Y VACUNA (y III)


COMO VACUNA CONTRA LA PSEUDOCIENCIA Y LA MANIPULACIÓN, ¿NO VALDRÍA RECUPERAR LA UNIVERSIDAD?


En el “post” que era primera entrega de esta serie, mostraba nuestra paradójica y poco justificable ausencia de certezas en asuntos capitales: estado global de nuestro planeta, fuentes de energía a las que recurrir, causas y remedios de la profunda crisis económica y social. Describía a grandes rasgos los mecanismos de la manipulación interesada, la indefensión de la sociedad ante esa manipulación, la consiguiente falta de control sobre los centros de poder (difíciles de localizar, por cierto) y la resultante dificultad extrema que para muchos presenta adoptar decisiones acertadas y, para todos, juzgar si las que se adoptan son razonables y de posible eficacia para el bien común o, por el contrario, disparatadas y sólo beneficiosas -incluso demasiado beneficiosas- para unos pocos.

En el “post” inmediatamente anterior, les ofrecí un ejemplo de manipulación de los datos científicos indiscutibles. Ahora es el momento de proponer una vacuna contra la mistificación de las Ciencias y la implacable difusión de las manipulaciones.

Vaya por delante que no creo en recetas simples y menos aún en efectos de fulminante o rápida mejoría. Pero, si bien se mira, hay en el mundo una constelación de instituciones que pueden -y deben- operar positivamente sobre nuestra crisis de saberes y de sólidas bases para decidir. Me refiero, ya lo adivinan, a las Universidades. Lo que propongo es que, antes de imaginar inventos, pensemos, como remedio, como posible vacuna, en algo inventado hace siglos.

Muchas denominadas “Universidades” del mundo no nos sirven para lo que interesa. No nos sirven las “Universidades” que no investigan y sólo son centros de enseñanza. Pero, descontadas todas ésas, aún resta un gran número de Universidades que, pese a todos los pesares (en los que incluyo infinidad de cambios no precisamente positivos: p. ej., primar la rentabilidad económica de las actividades sobre la independencia, libertad, calidad y seriedad de la investigación y la docencia), todavía no se han alejado por completo de lo que, a fin de cuentas, ha sido y debe seguir siendo el núcleo de una verdadera Universidad: la búsqueda independiente y desinteresada de la verdad, sin otro requisito que la utilización de métodos científicos.

La idea clásica de la Universidad, sustentada y respetada durante siglos desde muy distintas perspectivas, presente en su ceremonial plurisecular o recientemente inventado, es el servicio a la verdad. Llevo toda mi vida en la Universidad convencido de esta idea. Pero ahora le encuentro más sentido que nunca a mi vieja convicción (personalísima, pero en absoluto original). Porque la independencia o la no sumisión de la Universidad a estos o a aquellos poderes, cobra una importancia capital en este momento. Con esa idea originaria y esencial, la Universidad prestaría hoy a la sociedad el servicio, muy apremiante, históricamente decisivo, de ser una instancia fiable de adquisición y difusión de saberes.

Testimonio de mi vieja convicción, acorde con la idea clásica de la Universidad, son los siguientes párrafos de un artículo publicado en ABC, el 5 de agosto de 1976, bajo el título “UNIVERSIDAD CRÍTICA”:

(...) La cuestión es ésta: ¿cuál es la inspiración fundamental de la Universidad? ¿Cuál es la experiencia sobre la que esta institución vive? (...) Cabe responder sencillamente que la experiencia fundamental de la que vive la Universidad (cuando está viva) es la verdad. La Universidad es aquel lugar donde se dice —o se puede decir y oír— la verdad. La literatura ceremonial universitaria insiste en este punto hasta caer en el tópico, pero se trata de un tópico válido frente a otros de baja ralea (...).

“Esta «centella primitiva» de la Universidad contiene también la solución al problema de su relación con la sociedad. En efecto: al preguntar a qué necesidad subviene la Universidad entre todas las instituciones sociales, la respuesta es: poner al hombre en relación con el todo. Porque verdad se opone, antes que a falsedad, a ocultamiento. La Universidad se ha de proponer, como proyecto expreso y metódico, una cultura, un cultivo del hombre, consistente en que se abra más y más. Ya definía Whitehead al pensamiento humano como el que se ocupa de la cuestión «¿qué hay con el todo?» (...)

“Muchas instituciones de la sociedad actual tienen una inclinación que puede hacerlas converger, mediante mecanismos propiciadores del anonimato, hacia el aplastamiento del hombre en cuanto ser personal. En este contexto, que es tanto el de las sociedades verdaderamente socialistas como el de la que Galbraith llama «sociedad posindustrial» y cuando se aprecia que, por paradoja, todo el «sistema» se ha puesto en manos de la educación, ¿quién no ve la situación privilegiada de la Universidad y quién no advierte que, al propio tiempo, la Universidad corre el peligro de converger con otras instituciones en la línea de la despersonalización? Soslayando ese peligro, la Universidad tiene el privilegiado deber de poner en tela de juicio —esto es, de enjuiciar sin prejuicios— los objetivos del «sistema» social y el sentido de lo que acontece. (...)”

“Suene como suene, poner en tela de juicio al ‘sistema’ constituye el objetivo que la Universidad ha de fijarse. Y eso no es la subversión social al uso (que, por cierto, nada subvierte), sino la iluminación que impulsa la acción libre, a partir del saber y de la decisión de buscar y decir la verdad.”

Ahora, en nuestros días, con tremenda perversión de las Ciencias por intereses parciales (quizá divergentes del interés de todos), por sumisión a poderes económicos y políticos y con problemas enormes ante los que, como he señalado, son demasiadas y demasiado injustificadas nuestras incertidumbres, la sociedad debería poder reencontrar en las Universidades fuentes seguras de conocimientos sólidos y, ni que decir tiene que desinteresados. Las Universidades podrían ser esos lugares, apremiantemente necesarios, donde se busque y se diga la verdad (aunque con falibilidad), donde no se tolere la manipulación y se combata la impostura.

Honradamente, pienso que mi propuesta de “vacuna” frente a la degradación científica y la manipulación no falla en cuanto a la lógica. Lo que las Universidades deben ser (y aún no ha desaparecido del todo en ellas) encaja perfectamente con lo que la sociedad más necesita en este trance histórico. Eso es seguro. Y no escribiría este “post” si mi diagnóstico no incluyese que en 2010 no han logrado todavía, entre unos y otros, la completa desaparición del llamado “espíritu universitario”, del que hablaré después. La dudoso es si aún es posible enderezar la deriva autodestructiva de muchas Universidades. Objetivamente, la rectificación es posible: no habría que lograr cambios que presenten dificultades insalvables y ni siquiera extremadamente difíciles (p. ej., asignar recursos económicos no disponibles). Las dificultades que hacen dudosa la viabilidad de una propuesta lógica y objetivamente posible derivan de la actitud subjetiva de los dirigentes directos e indirectos de las Universidades.

Sé que desde 1976 han ocurrido muchas cosas respecto de las Universidades. Y no todas ni la mayoría buenas. He sido consciente de esos cambios. Voy a mostrarles esa conciencia y también la persistencia de mi convicción, a sabiendas de que es la de muchos universitarios en todo el mundo.

He seleccionado algunos textos. Vean primero los procedentes del artículo titulado “UNIVERSIDAD: ‘ESTRUCTURA’, ESPÍRITU Y LIBERTAD”, publicado en el desaparecido periódico YA, el 1 de marzo de 1988:

“Es cosa notable que la Universidad viva aún, después de tantas leyes y reglamentos universitarios desorientados o insensatos. Y eso se debe a la hondura, a la profundidad de sus raíces. Claro que la vida de la Universidad (…) es hoy no tanto vitalidad o actividad de instituciones, de entidades orgánicas —organizadas, cohesionadas por principios de razón y orden— como vida universitaria, esparcida aquí y allá en pequeños núcleos personales, a modo de rescoldos dispersos de numerosas fogatas ya desaparecidas."

“(...) Se insiste en improvisar ‘profesores’ que proporcionen algunos conocimientos —no importa que sean vulgares y atrasados: se acepta lo que sea— al mayor número de personas. O lo que es igual: se insiste en eliminar la Universidad como lugar en que se busca la verdad, en el que se afrontan con seriedad unas tareas intelectuales arduas, las científicas, para las que, por ley de la naturaleza, no todos son aptos, ni como profesores ni como alumnos, y que, por lo demás, no a todos pueden gustar.”

“(..) Burocratización exacerbada: cada vez más papeles, cada vez más rigidez en los formularios, cada vez menos resultados positivos de los papeles y los formularios y más distancia entre éstos y los resultados. Asambleítis, comisionitis y reunionitis agudas. Mercantilismo feroz. Reproducción cada año más perfecta de la fenomenología de la política menor, de los vicios del parlamentarismo nacional y autonómico, del amiguismo y la picaresca nepotista, del esplendor de los ‘aparatchiks’ y los nomenklaturistas….(...)”

“Y, sin embargo, hay vida universitaria, hay trabajo de calidad: se publican libros espléndidos, manuales de buena calidad, trabajos de investigación de la máxima altura, se dan clases o lecciones genuinamente magistrales, se hacen algunas magníficas tesis doctorales, etc. Hay profesores y alumnos que se pueden codear con cualesquiera homónimos del planeta. Son los frutos de lo que se ha llamado frecuentemente, en contextos de cursilería o retórica trasnochada, pero, a fin de cuenta, con acierto, ‘espíritu universitario’.”

“Huelga decir que ese espíritu, esa auténtica ‘vocación universitaria’, no sobrevuela los recintos académicos como sustancias angélicas o ectoplasmas del espíritu: se encarna en y pertenece a personas concretas, de carne y hueso.”

Más recientemente, ya en este siglo, he vuelto a insistir (“UNIVERSIDAD, SOCIEDAD, EUROPA”, ABC, 5 de noviembre de 2005). Se trataba del “proceso de Bolonia”, ocasión para que el tiránico “lobby” pedagógico sostenga las más absurdas y retardatarias posturas, como verán. Esto es lo que escribí y en lo que insisto:

“Una vez más, se plantea una pugna sobre la cuestión del servicio de las Universidades a la sociedad. La ocasión de esta nueva pugna es la configuración del denominado ‘espacio europeo de educación superior’”.

“(…) Hay quienes, con el pretexto de la convergencia europea, quieren imponer una determinada idea del servicio de la Universidad a la sociedad, previamente reducida al mundo empresarial: la Universidad como una industria educativa auxiliar de ese mundo. Ningún documento de autoridades europeas con legitimidad normativa avala esa idea, pero en la constelación de nuestras Universidades no faltan unos cuantos entes (Direcciones generales, vicerrectorados, gabinetes, agencias, institutos, etc.) empeñados en lograr determinadas y no pequeñas transformaciones.”

“La principal transformación sería la de los profesores. Aunque parezca increíble, el objetivo transformador se resume, sin exageración, en los siguientes términos: los profesores universitarios no deben dedicarse a enseñar lo que saben. Habrían de dedicarse a procurar que los estudiantes adquieran ciertas destrezas, habilidades, aptitudes y actitudes. ¿Por qué esta mutación tan radical? Porque, dicen, personas con destrezas, habilidades, aptitudes y actitudes son lo que demanda el mundo empresarial. Y porque, añaden, el conocimiento es algo muy secundario en nuestros días. ‘Lo cognitivo’, dicen, ‘debe dejar paso a lo psico-sociológico’. Alguna versión concreta de la mutación deseada pretende que los profesores universitarios sean 'compañeros' de los alumnos y sus consejeros ‘psicológicos, sexológicos, ergonómicos y jurídicos”.

“(...) Es verdad que las Universidades no deben vivir de espaldas al mercado. Y es verdad que los profesores universitarios no deben desconocer la importancia de que su trabajo investigador y docente vaya más allá de la transmisión de conocimientos. Pero las exigencias del mercado (tan difíciles de establecer, por lo demás) no pueden ser el norte de la planificación de la formación universitaria básica: la formación básica superior en Matemáticas, Química, Derecho o Filología, p. ej., depende del estado de las correspondientes Ciencias."
(...) “De modo indirecto, la Universidad responde a muchas necesidades humanas, sociales. Pero la necesidad social y humana a la que responde directa y específicamente es la de un serio progreso en el saber y en un saber de totalidad, que incluye la investigación y el cultivo de parcelas aparentemente inútiles"

“Consecuentemente, la Universidad —repito— puede tener “patrocinadores”, pero no “clientes”; puede tener mecenas, pero no señores feudales; puede establecer conciertos y convenios, pero no venderse, alquilarse o condicionarse. Toda verdadera Universidad merece nutrirse con suficiencia de recursos allegados por la generalidad de los ciudadanos. Si los poderes públicos no lo comprenden, no comprenden la sociedad actual y lo ignoran todo sobre la Universidad. La “privatización” no debe invadir los trabajos universitarios. Hay muchas cosas que pueden no interesar a las empresas, pero que nos interesan y nos afectan a todos. Y, además, hay cosas que interesan a empresas, pero que conviene a todos que se lleven a cabo también al margen de cualquier interés particular, incluso perfectamente legítimo.”

(...) "En la entraña de esa función está que la Universidad, mediante la adquisición y transmisión de conocimientos científicos, pueda poner en tela de juicio (es decir, enjuiciar sin prejuicios) las percepciones de la realidad, el sentido de lo que acontece y hasta la estructura y los objetivos del “sistema” social. Eso no es ninguna temible subversión social (...): es la crítica libre, a partir del saber científico, lejos de toda virulencia o arrogancia, porque cuando se busca conocer, se conoce ante todo la propia vulnerabilidad al error. A partir de esa crítica libre y constructiva se progresa.”

Sostener, en el mundo actual, que el conocimiento es lo menos importante parece la idea fuerza de un sabotaje colosal para destruir la Humanidad o, si se liga sólo al “Espacio Europeo de Educación Superior”, para darle la puntilla a la vieja Europa, objetivo que quizás a algunos les interese. Pero las Universidades, de iure o de facto, poseen cierta autonomía para orientarse en aspectos claves -planes de estudios, métodos y exigencias de aprendizaje, condiciones y estímulo de la investigación y de la difusión de sus resultados-, desvinculándose de propuestas absurdas e incluso no ligándose fatalmente a las consecuencias y resultados de los anteriores escalones educativos. ¿Serían capaces unos cuantos Rectores de impulsar un cambio sustancial del rumbo de sus Universidades, orientándolas claramente a la seriedad de una investigación sin sujeciones ni dependencias y estableciendo alianzas para un apoyo mutuo en el trabajo así dirigido y para la máxima difusión de certezas y debates rigurosos?

Eso no es imposible, aunque si lo considero improbable de no mediar estímulos externos, que ahora no soy capaz de imaginar. En todo caso, afirmo que, objetivamente, se podría invertir la galopante tendencia a la degradación y a la manipulación de la ciencia. Si no ocurre, no será por falta de mimbres. Será porque no hay quienes quieran hacer cestos. Será que incluso los que presumen de dirigir Facultades, Institutos y Universidades de calidad están, a la hora de la verdad, preocupados principalmente, no por hacer Ciencia, sino por el “marketing”. En el ámbito de lo económico, la preocupación por  el "ranking" (debe haber varias docenas) raya en lo escandaloso. Y también me escandalizan un poco las instituciones universitarias dedicadas a la Economía y presuntamente serias que producen y difunden “papers” sobre clubs de fútbol, mientras un inteligente y laborioso jubilado explica por su cuenta a media España (y a medio mundo)  el origen y desarrollo de la crisis financiera. Decididamente, si siguiésemos por la cuesta abajo, la culpa sería de "dirigentes" sin talento y sin carácter, cortos de miras y egoístas. No querrían aplicar la vacuna, que ya existe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En los años 80 entró en la universidad mucha gente, no por meritos académicos, sino porque se necesitaban profesores. Muchos han enmascarado su mediocridad, burocratizándose y metiéndose en politica universitaria. Hoy están en importantes cargos académicos y realmente les da igual la ciencia y los conocimientos, y evidentemente el futuro de la Universidad.