domingo, 15 de agosto de 2010

EL "SISTEMA" NO QUIERE QUE PENSEMOS ("POR LIBRE")


¿ES MORALMENTE ACEPTABLE ABDICAR DEL ESTUDIO Y DEL PENSAMIENTO?


El 15 de diciembre de 1999, publiqué en el periódico EL MUNDO, un artículo con el título “ODIO AL PENSAMIENTO”. Lo reproduzco ahora en este “blog” porque, no sólo no ha cambiado nada mi apreciación del gran peligro en los 10 años que han transcurrido, sino que, por el contrario, veo con mucha claridad que el fenómeno del odio a pensar se ha intensificado en esta década pasada y, consiguientemente, hoy me inquieta aún más la maldad que ese odio entraña y las consecuencias a las que ha conducido y va a conducir.

El sistema, el establishment, ha sido sometido en estos años a durísimas pruebas. Tras ellas, resulta hoy mucho más fácilmente cuestionable que antes la pretendida perfección del sistema y ahora es casi absurda, racionalmente, la perspectiva de su deseable mantenimiento indefinido. Sin embargo, el sistema ha sobrevivido a todas esas pruebas -desde el 11-S hasta la megacrisis financiera y económica que aún padecemos y que durará mucho- y se ha perfeccionado hasta extremos que, al menos a mí (y sé que no soy el único), me causan una muy inquietante mezcla de vértigo e incertidumbre, con una miaja de pánico. Entre otros perfeccionamientos está el de no detenerse ni vacilar antes sus contradicciones internas (su irracionalidad) y el de procurar que no prospere nada que pueda suponer el menor principio de superación y sustitución del sistema mismo.

Seguidamente reproduzco completo, en negrita y entrecomillado, el texto de 1999, con alguna interpolación actual entre corchetes.

«Dice Bernard-Henry Lévy, en “La pureza peligrosa”, que “una democracia que ya no piensa o que, todavía peor, odia el pensamiento, es una democracia condenada. Porque, por encima de las creencias, de los deseos y de la política, lo que está en juego es el pensamiento mismo. Y, al final, este desdén por el pensamiento que hoy en día reina en el ambiente, sólo puede beneficiar a aquellos que no han dejado de pensar, o que vuelven a pensar.” (la cursiva es mía).»

«El mundo occidental no se encuentra, “hoy en día” (es decir, desde hace años), en una situación remotamente parecida al esplendor intelectual. Se diría —y, de hecho, se dice por personas más autorizadas que yo— que estamos, más bien, en un empantanamiento apático e indisimulablemente decadente.»

«Pero no se trata sólo de que no se produzcan —o no circulen ni tengan vigencia— conjuntos de ideas bien trabados y fecundos; no es ya que escaseen los buenos productos de la actividad consistente en pensar. La “crisis” es más radical: es una crisis del pensamiento en el sentido en que la Academia suele construir definiciones: es crisis de la acción o efecto de pensar. Hay crisis, en este sentido, porque no es habitual pensar, porque no se estimula pensar y, además y sobre todo, porque se piensa muy malamente. Ejemplos de pensar viciado: tomar conclusiones (el término de una cadena de hechos, verdaderos principios y argumentos) como principios; manejar argumentos (discutibles) como si fueran hechos (que sólo pueden ser ciertos o falsos, o dudosos) y, muy frecuentemente, edificar argumentaciones sin ningún hecho o con hechos falsos como base.»

«Este fenómeno es antiquísimo. La “novedad” de “hoy en día” consiste en que son millares las necedades y sofismas que, sin detectarse como tales, pasan diariamente ante los ojos y zumban en los oídos de millones de seres humanos.»

«Iba a decir que esto les sucede también a los que viven en los llamados países occidentales, pero probablemente sea más exacto decir que a quienes les sucede es precisamente a los habitantes de esos países. Y esas necedades surten efectos decisivos, es decir, influyen en muchas vidas.»

«Junto a una compleja estructura de estímulos sensitivos y de teclas pulsantes de la afectividad, de estimuladores de los más simples y primeros impulsos —la aceptación o el rechazo netos—, la falsificación del raciocinio alcanza enorme validez social. No importa si se tiene razón, o no. Lo que importa es tener altavoces, tribunas, mensajes y artilugios creadores de imagen. Se mantiene la apariencia de que se sigue apelando a la condición racional de cada ciudadano o, por mejor decir, de cada consumidor o usuario, que es la faceta que interesa. Pero es sólo apariencia.» [La prueba de que se trata sólo de apariencia engañosa es que, en estos diez años, no se ha podido apreciar ningún avance significativo en la calidad de la enseñanza. Muy al contrario: lo más sobresaliente en ese ámbito es también lo más grave y negativo: la progresiva destrucción de las instituciones educativas y de los planes de estudios exigentes, en todos los niveles y en demasiados países. Puede decirse que ésta es la gran empresa del sistema contra el pensamiento.]

«Con todos esos elementos, hay configurado un sistema o establecimiento, que anida en la democracia occidental, como un parásito que la fagocita hasta dejarla en poco más que la osamenta. Este sistema establece límites, fuera de los cuales se cae en la marginalidad o el ostracismo.»

«El sistema establece lo políticamente correcto o, mejor, lo culturalmente correcto, pues comprende, no sólo la política (partidos, Estado, Administraciones), sino la vida social entera. Le interesan anchos márgenes. Se admiten y hasta se agradecen y fomentan actitudes críticas y gestos escandalosos, como flores raras y adornos estrafalarios que doten al sistema del máximo exotismo multicultural: cabe cualquier heterodoxia de guardarropía. De eso, todo lo que se quiera: provocación, obscenidad, magia blanca y negra, toda especie de marginalidad cultural prefabricada.» [Los ejemplos de marginalidad prefabricada, de “heterodoxia de guardarropía” son hoy más abundantes y notorios que hace 10 años: al sistema le conviene que existan “provocadores” e “infractores”, porque así crea una imagen de libertad y pluralismo. Pero esos “provocadores” e “infractores” no sólo no cuestionan el sistema, sino que lo encarnan y lo apoyan, aunque sólo sea (que no lo es) por fomentar la banalidad y distraer la atención.]

«En cambio, no cabe que, a base de verdades -modestas, pequeñas y punzantes verdades-, se salga nadie de lo establecido. Los límites existen y se resumen en menos letras que la Ley y los profetas: no perturbar el sistema. Si alguien no se conforma con los “amplios” márgenes, es un loco peligroso o cualquier otra categoría de réprobo. Y, sobre todo, no es de fiar. Y como no es de fiar, no se le fía. Ha entrado en la lista negra, figura en el RAI (registro de aceptaciones impagadas): nadie en el circuito le da crédito.»

«No me parece que este sistema o establishment, que, sin ser la democracia occidental, se enseñorea de ella, sea ningún invento ni que haya exageración al describirlo. El mundo de "El Show de Truman", un mundo feliz y estúpido —sumamente estúpido: el principal éxito de Weir es hacer palpar la estupidez— es una realidad, como lo es la falsa guerra de “Cortina de humo” y como lo son las descripciones americanas de Tom Wolfe.» [A los lectores de este “blog” les debe resultar familiar la idea de que las instituciones políticas y las económicas mienten y engañan casi sistemáticamente sin apenas excepciones en ningún lugar. La parte más agresiva de la estrategia institucional contra la resistencia a aceptar mentiras, engaños y ocultamientos es el uso de la etiqueta “teoría conspiratoria” o “paranoia conspirativa”. No habrán encontrado nunca en este “blog” la exposición de ninguna teoría o versión de hechos que pudiese ser así etiquetada. No me adhiero a conjeturas e hipótesis y menos aún puedo aceptar presentarlas como “verdades alternativas” a la verdad oficial y defenderlas empecinadamente como tales. Pero no caer en paranioas conspirativas es una cosa y otra muy distinta la credulidad máxima hacia lo que se presenta como verdad incontrovertible desde instancias de apariencia respetable, pero sin datos creíbles y sin argumentos claros y sólidos. No hace falta adherirse a una teoría frente a la verdad oficial para no creer en ésta. Un servidor no se fía ni del Informe Warren sobre el asesinato de Kennedy ni de la versión oficial del golpe del 23-F ni de la relativa al 11-M en Madrid, aunque no tenga sino impresiones y conjeturas personales más o menos fuertes y más o menos fundadas, pero que nunca he pretendido convertir en historia. Reconozco, sin embargo, que, en ocasiones, las verdades oficiales son la mejor promoción imaginable de las teorías conspiratorias.]

«El sistema está muy bien trabado. Para conseguirlo y mantenerlo, hay, como dice Bernard-Henry Lévy, quien no ha dejado de pensar o vuelve a pensar. Si alguien pregunta adónde conduce este sistema, la respuesta es sencilla: a ninguna parte, porque es el término, el final de la Historia (aunque no se lleve citar a Fukuyama, la idea ha calado hondo): ya no necesitamos ir, porque ya hemos llegado.»

«La debilidad de esta idea estriba, en una dimensión planetaria, en las reales amenazas al sistema y su más que difícil trasplante a inmensas porciones del globo terráqueo. Desde luego que el sistema puede intentar desentenderse de todo eso, del mismo modo que uno puede decidir vivir como si careciera de vecinos. Pero el fingimiento de un universo completo y terminado resulta muy problemático cuando a poca distancia hay matanzas masivas y uno de los elementos del sistema es la globalidad de la aldea. No es nada fácil pretender que no existen vecinos mientras te sacuden los tabiques. Ni hay seguridad de que los vecinos permanecerán pacíficamente en su territorio.»

«Pero los problemas para la pretensión de que el sistema es perfecto prosiguen en cuanto preguntamos, no adónde conduce, sino adónde nos conduce ese sistema. Una pregunta que interesa a quienes se encuentran dentro del sistema, válida incluso si se aceptara que no queda nada por recorrer y aun en la hipótesis de que no hubiera ni Tercer ni Cuarto Mundo y todos fuéramos G-8.»

«Porque suponiendo —y es mucho suponer— que todos aceptaran la sistemática falsificación del raciocinio, están, no sólo los mendigos que duermen en portales cercanos al nuestro, sino, en todo Occidente, las bolsas de miseria, el universo de los drogadictos, las muchedumbres de los delincuentes y sus víctimas y la legión de insatisfechos de todas las especies. Todos éstos, más los odiados por pensar, no se consideran -no nos consideramos- ni situados ni conducidos a nada que se parezca a un paraíso.»

«No pretendo hoy responder a todo esto. Hoy me conformaría con reclamar respeto —verdadero respeto— a la libertad de pensar y un comienzo de aversión a la intolerancia sorda —porque se trata de una sordera pertinaz y persecutoria— que ejerce lo políticamente o culturalmente correcto, el pensamiento único, o como se le llame. Un primer paso podría ser no odiar el pensamiento que no suene a políticamente o culturalmente correcto, sino querer y poder escuchar. Claro es que no puede quererse la libertad de pensamiento si no se quiere que se piense, si se confunden principios y axiomas —que son muy pocos— con conclusiones, si se decide no prestar atención a los hechos. Es irrisorio pedir a quien no sabe ni quiere saber conducir un automóvil que ejercite y respete la libertad de moverse en automóvil.»

«En su “Elogio de la locura”, subtitulado “Encomio de la Estulticia”, Erasmo hace declarar a ésta que su padre es Pluto, el dios de las riquezas, y —aclara— no “aquel Pluto aristofánico, que tenía un pie en el ataúd y la vista perdida, sino un Pluto vigoroso, embriagado por la juventud.” Sospecho que el sistema es el fruto apoteósico de un Pluto vigoroso y embriagado, un estado de cosas donde el dinero no se maneja con lógica y razón, sino que genera su propia y excluyente lógica, a partir de la cual todo se construye. Esto lo sospecho, pero en un plano más modesto y próximo, veo claramente que la simple proclividad a la adoración de Pluto obnubila la inteligencia hasta extremos tremendos. En los últimos tiempos, las cosas más disparatadas y sorprendentes —por su procedencia— que se han dicho las ha engendrado la ansiedad por el dinero. No lo demonizo. El dinero es necesario. Pero sin la embriaguez de Pluto. Sin convertirse en padre y dueño del pensar y del saber, de la política y de la justicia.»

Hasta aquí el viejo texto, al que añado algunas consideraciones. La primera va a procurar, aunque quizá sea innecesario, disolver la impresión de que cuando atribuyo una subjetividad protagonista al sistema o establishment estoy remitiendo a los lectores a una instancia vaga e inconcreta, que pretende sugerir oscuridades y anonimatos no verificables, como si se tratase de una sociedad secreta o un círculo iniciático. Y no es así, aunque no poseo conocimientos que me permitan excluir por completo la existencia de sociedades secretas y círculos iniciáticos. “Sistema” o “establishment” quiere designar el entramado de 1) instituciones políticas (no sólo oficiales, también privadas); 2) entidades empresariales, económicas, financieras; y 3) medios de comunicación, especialmente los integrados en grupos o muy conectados y dependientes de redes de información y difusión de opinión. Es una realidad patente y casi tangible. Y cae dentro de lo evidente, para cualquiera que no se haya constituido en ermitaño, la creciente implicación de esos tres tipos de entidades: los poderes públicos recurren a la banca, ésta a los poderes públicos y los medios de comunicación necesitan de los poderes políticos y económicos (no siempre y en todas partes, pero sí en España y en otros países) e influyen en unos y otros. La interacción es constante, no siempre o pocas veces limpia y ya casi nunca conforme a reglas jurídicas y económicas conocidas y aceptables.

Es verdad que en estos diez años, han surgido publicaciones y medios de comunicación en parte y aparentemente contrarios al sistema (sólo en parte y en apariencia, insisto). Son una novedad reseñable, pero ni es seguro que se vayan a mantener mucho tiempo ni menos aún que, de mantenerse (y para mantenerse), no ingresen en el sistema, incluso de buena gana, como quien, desde la marginalidad, ha logrado el éxito máximo.

También está, no lo olvidamos, el auge de internet, con publicaciones digitales, blogs, redes, etc. Es innegable que internet amplifica la individualidad y la discrepancia individual, permite conexiones antes imposibles y difunde información con enorme rapidez. Pero el sistema también accede a internet de mil formas y también logra en el espacio radioeléctrico (o lo que sea) marginalidades decisivas a la hora de conformar y manejar la opinión pública y a la hora de movilizar (o inmovilizar) a la gente.

Ahí va una segunda consideración: está meridianamente claro que la Historia no ha llegado a su final con una instalación general de los seres humanos en el sistema. No estamos ante nada remotamente parecido, no sólo porque más de dos tercios del planeta se encuentren entre muy lejos de la prosperidad y demasiado cerca de la miseria (o inmersos en ella) ni porque no hayan cesado las matanzas en el Tercer y el Cuarto Mundo, sino porque, de un lado, el sistema ha entrado en pérdida con la mega-crisis económica, dentro del ámbito del G-20 y del mismísimo G-8 y, porque, de otro lado, es innegable un retroceso mundial incluso de la democracia formal (basta mirar a Iberoamérica y África, que, de ordinario, conocemos mejor que Asia). Las amenazas a la seguridad en la aldea global no han disminuido, sino aumentado, como se reconoce al referirse -más abierta y frecuentemente desde hace meses- al creciente y real peligro de conflictos nucleares.

En tercer lugar: reconozcan que el párrafo final sobre la influencia de Pluto, dios de las riquezas, bestia tan poderosa como ebria, se ha cumplido asombrosamente y hasta extremos inimaginables. La mega-crisis ha sido una gesta apoteósica de Pluto. Ante esa crisis, personalidades muy diversas han pronunciado solemnemente la misma palabra clave: “avaricia”. Y es que la condición humana no ha cambiado, en sustancia, desde Erasmo de Rotterdam hasta hoy mismo. Pero, puestos a tomarnos en serio lo descubierto desde antiguo, no dejen de releer el texto bien y reparen en que Pluto es reconocido como padre por la Estulticia. Las tonterías masivas de hoy tienen mucho que ver con el “ansia viva” (como dice José Mota, nuestro mejor sociólogo) de echar más dineros “a la saca”. Y, por supuesto, los adoradores de Pluto cometen estupideces tremendas, cósmicas. A la vista está.

Me falta, para terminar, algo que explique el subtítulo de este post. Voy a intentarlo con brevedad y siempre podré volver sobre el asunto. Quienes piensan o creen (o ambas cosas) que el hombre tiene una naturaleza y que la racionalidad es esencial en esa naturaleza, no pueden, con un mínimo de coherencia, considerar éticamente indiferente, neutral, ni bueno ni malo, el hábito de no pensar (informadamente), de no estudiar en serio los problemas. Si somos “animales racionales” dimitir del esfuerzo racional es ir contra nuestra naturaleza y traicionar nuestro destino personal. Y lo que alimenta la falta de estudio y de reflexión es contrario a la ética natural. Seriamente y gravemente contrario. Arrojarse, con desprecio del esfuerzo intelectual, del estudio y del raciocinio, en manos de lo que en 1999 procuraba describir como “estructura de estímulos sensitivos y de teclas pulsantes de la afectividad, de estimuladores de los más simples y primeros impulsos”, con la penosa justificación de que el estudio (que es leer pensando con esfuerzo por entender a fondo lo que se lee) es arduo y “poco entretenido”, es una incoherencia monumental en el plano antropológico y ético para quienes piensen o crean (o las dos cosas) que el hombre se define por ser racional y por ser libre. Las personas que reconocen la naturaleza racional del homo sapiens no pueden acabar actuando, a todas horas, como si suscribiesen, para todo, la frasecita ésa de “una buena imagen vale más que cien palabras”. O sea, que, en vez de Platón y Aristóteles, unas cuantas fotos y un buen video. Las buenas imágenes son muy expresivas respecto de algunos fenómenos, es decir, de parte de todo  lo que resulta aprehensible por los sentidos externos (y muchas veces las imágenes demandan un examen racional). Para todo lo demás, lo que se necesita es estudiar y pensar más. Para vivir como seres humanos se necesitan una buena dosis de sentido crítico (sin pasarse tampoco) y una actividad personal de estudio (pensar "por libre" no significa prescindir de conocimientos y sustituirlos por rápidas ocurrencias) y de análisis y reflexión.

Defender la libertad de opinión y de expresión de modo que estén verdaderamente protegidas hasta las tonterías más claras; defender que no se crucifique verbalmente, ni en la conversación ordinaria ni en los medios, a quien dice una bobada y oponerse a que se criminalicen las opiniones no es igual y no tiene nada que ver con actuar como si se pensase que es tan verdadera y valiosa la tontería como la afirmación bien fundamentada. Y menos aún, si cabe, tiene que ver con legitimar éticamente (por acción o por omisión) la pereza y la abulia del intelecto.

4 comentarios:

Javier F dijo...

Tucídides dijo: "Hay que elegir entre descansar y ser libres". Y Pericles decía: "Si queréis ser libres hay que trabajar".

Siguiendo a Bernard-Henri Levy, hoy tiene pleno sentido afirmar que apagar la televisión es una auténtica ventaja competitiva.

Enhorabuena por su blog

Anónimo dijo...

Profesor de la Oliva:
¿Cree vd. que el sistema, basado en una falsa democracia de listas cerradas, de parlamentos que no parlamentan nada, de instituciones infiltradas y manipuladas (P.J., TC, etc.), o sea de partidos antidemocráticos podría funcionar si la gente pensase?. El sistema se caeria, ¿de que viviría la llamada "clase política"?,como van a dejarnos pensar por libre, por favor, los administrados que piensan somos unos cuantos, unos cientos quizás.

Tòfol dijo...

P.D. Al comentario anterior:si los partidos no dieran por descontado que la gente no piensa, no se atreverían a nombrar a dedo candidato a Camps, y decir apropósito del nombramiento a dedo "Creo que hablo en nombre de todos si te digo que España y la Comunitat quieren que cumplas con tu deber".
Tofol, le invito a leer mi modesto artículo nosonbromas.blogspot.com/2010/08/los-partidos-digitales-de-espana.html

Anónimo dijo...

Gracias, por supuesto, por pensar.