martes, 5 de abril de 2011

LA TRAGEDIA DEL 11 DE MARZO DE 2011: LUCES Y SOMBRAS JAPONESAS


SÍ, EN JAPÓN TAMBIÉN CUECEN HABAS


A ver si, realmente por derecho y con brevedad, pongo en claro algunas cosas. Para empezar, diré que no se me cae la baba con Japón y con los japoneses hasta el punto de que cuanto allí ocurra o éstos hagan arranque de mí emocionados aplausos y ferviente adhesión. No me faltan, desde hace muchos años, bastantes conocimientos sobre el Japón. Y también es antigua mi idea de que, de entre los países desarrollados, el último -así, el último- al que me iría a vivir, siquiera fuese una temporada, sería Japón. He tenido ocasiones para viajar al Japón y nunca lo he hecho. Y es que no me gusta ni su teatro ni su poesía ni su música. A buen seguro que no me gustan porque no los entiendo, pero lo cierto es que no me gustan esas expresiones artísticas y, sin embargo, me gustan músicas y poesías que no pertenecen a mi mundo cultural, sino a otros muy diversos y lejanos. Y, reconociendo que no es mi mundo y que no lo entiendo, lo cierto es que tampoco me gusta, en conjunto, el estilo de vida japonés, ni el tradicional ni la mixtura actual derivada de los años del virreinato de Mac Arthur y demás continuadores USA, que, por cierto, aportaron a Japón no pocos elementos positivos, y no sólo el béisbol.

Tan escasa inclinación hacia lo japonés no es cosa de la que me parezca que puedo o debo presumir, porque seguramente tiene que ver en buena medida con defectos personales y limitaciones de mi forma de ser. Hago esta confesión para que se conozca cuál es la base subjetiva desde la que he formulado en este “blog” opiniones sobre la compleja situación de Japón tras el gran terremoto y subsiguiente tsunami de 11 de marzo de 2011.

Con todo, mis impresiones sobre el mundo nipón tampoco me parece que sean las de un “bicho raro”. Hay muchos aspectos de la vida japonesa que, al parecer, disgustan a los mismos nipones en cuanto disponen de parámetros vitales comparativos. He visto a bastantes japoneses a los que, tras vivir dos o tres años en España, les costaba un enorme esfuerzo pensar en volver a su tierra, para de nuevo carecer de razonables vacaciones, de un mínimo ocio semanal e incluso diario y, a la postre, de un ámbito mayor de autonomía personal y familiar. La estructura empresario-feudal del Japón me produce escalofríos y eso no me parece “friki”, sino bastante explicable conforme a criterios valorativos que considero universalmente válidos. Y sé, de antiguo, que, dentro de esa estructura, anida una criminalidad muy bien organizada y prácticamente institucional, la Yakuza, lo que supone un ingrediente de intensa crueldad con no pocas manifestaciones.

Por eso, al recibir de un anónimo comunicante el enlace que copio http://www.elmundo.es/cronica/2003/399/1055060977.html), con la invitación a comentarlo, lo he leído y me ha entristecido mucho, pero no me ha extrañado: el reclutamiento de mendigos para limpiar centrales nucleares. Léanlo si quieren. La más cruel explotación está presente en muchas sociedades, incluso avanzadas. Y eso, pienso, sucede ahora mucho más en Oriente que en Occidente. Existe ese ingrediente en Japón, lo mismo que en la “emergente” y ahora muy admirada China -un país de desigualdades que apenas podemos imaginar y de mucha “fuerza laboral” en condiciones inhumanas- y asimismo en la tan de moda, hace años, cuenca subasiáticadesregulada”. Son realidades en verdad tremendas. Por eso, me asombra la extendida y con frecuencia rendida admiración de muchos occidentales ante modelos de “productividad” estrechamente emparentados con la esclavitud. Y encuentro vomitiva, en buena medida, la “deslocalización” en búsqueda de disminución de costes, a toda costa.

Pero volvamos concretamente a Japón. Con la misma convicción y sinceridad con que he escrito lo anterior, escribo que, pese a todo, los japoneses y las japonesas, tan distintos de nosotros, son, como regla e individualmente considerados, personas con muchas virtudes y cualidades admirables. Y no carecen, como pueblo, de grandes virtudes sociales asimismo dignas de admiración. Esas virtudes son las que cabe apreciar y encomiar a la vista de su reacción ante la catástrofe del 11 de marzo de 2011, aun cuando coexistan con actos o costumbres de crueldad y de explotación, paradójicamente facilitadas por la resistencia, la paciencia, la capacidad de sacrificio y muchas otras cualidades, en sí mismas positivas, que distinguen a la inmensa mayoría de los japoneses. Lo que vamos sabiendo a propósito de la central nuclear Fukushima I no desmerece en absoluto de los japoneses, sino de una parte de su clase dirigente empresarial, modélica en ciertos aspectos, sí, pero también capaz, en otros, de grave codicia e inhumanidad.

Dicho esto: lo que he venido defendiendo a proposito del terremoto y el tsunami de 11 de marzo de 2011 se puede resumir así: 1º) Se ha mirado mucho a las consecuencias en las centrales nucleares y, concretamente, en Fukushima I y muy poco, despiadadamente poco, a las muchas víctimas y a los enormes daños; 2º) Los datos que se iban conociendo sobre la situación de “lo nuclear” se han transmitido con poco rigor analítico y exceso de truculencia, de modo que, para muchos, central nuclear y bomba atómica han venido a ser equivalentes; 3º) En el tratamiento de la situación de Fukushima se ha despreciado o minusvalorado la excepcionalidad del tremendo terremoto del 11 de marzo pasado; 4º) Han abundado las declaraciones y noticias mal digeridas y ofrecidas con imprudencia y exceso de alarmismo, cuando no incitación al pánico. En concreto, un dirigente europeo se distinguió notablemente en esta línea. Insisto: en castizo, fue un bocazas.

Por mi parte, quizá he atribuido más acierto del real a los japoneses implicados en reconducir la situación de Fukushima I (y también a quienes la diseñaron y construyeron). Pero me parece que, a falta de valoraciones absolutamente fiables -de las que muy pocos dispondrán-, era más razonable presumir la competencia y el acierto que lo contrario. Llevo días sin descartar en este “blog” un agravamiento en el curso de los acontecimientos, que, en todo caso, no sería ni como Hiroshima o Nagasaki. Si las cosas tomasen un cariz peor (y espero y deseo que no sea así, aunque veo que no falta los que parecen esperar y desear lo contrario), confío en que todos, empezando por los japoneses, aprenderíamos de los errores, por mucho interés que hubiese en disimularlos o atenuarlos.

1 comentario:

Lidia G. dijo...

Muy buen post. Francamente. Ameno e hilarante al comienzo. Sorpresivo en su medio, e interesante y acertado en su conclusión.

Escribe usted muy bien, y se nota!

Sobre la tragedia en Fukushima, y reconociendo que no lo sigo muy atentamente, simplemente añadir una reflexión propia sobre la decisión adoptada por el gobierno nipón, acerca del vertido al mar del agua contaminada de los reactores.

Cuando supe lo que estaban haciendo, me pareció una vez más un craso error de juicio y de oportunidad. No soy experta insisto, pero verter agua contaminada, altamente radioactiva al mar, me parece un "crimen", otro más, y no solo para ellos, los japoneses.

Desconozco si existe algún tipo de regulación internacional al respecto, con relación a los Estados como actores contaminantes ..., me parece que no. En cualquier caso, me planteaba la necesidad de un organismo regulador a escala mundial que tuviese voz y voto cuando se tratase de actos de los Estados que pudiesen repercutir gravemente en nuestro ecosistema. Lo triste de la reflexión, una vez más, es que, como ocurre con la ONU, sería, quizá, otro ente "marioneta".