viernes, 11 de diciembre de 2009

ANTE LA CRISIS, ACERTAR CON LA LIBERTAD Y POTENCIAR LOS DEBERES


RELEER A ALEXANDER SOLZHENITSYN (II)


Después de los párrafos transcritos en una entrada anterior, Solzhenitsyn abre expresamente la cuestión de “la orientación de la libertad”. Para Solzhenitsyn, como para centenares de autores y millones de ciudadanos de toda raza, edad, sexo, en los cinco continentes, ahora y desde que comienza la historia humana, la capacidad de elegir por uno mismo, que es algo de inmenso e insustituible valor, puede orientarse erróneamente o acertadamente. Puede impulsar el bien o el mal. Los asesinos pueden ser tan libres como los mártires. La libertad no hace buena cualquier elección. Sólo determina que sea una elección libre, de la que, por ser libre, es responsable el sujeto que elige.

De nuevo, en negrita con sólo algún resalte en cursiva, propongo releer una parte del discurso de 1978 en Harvard: “A world split apart”:

En la sociedad occidental actual se ha revelado la desigualdad que hay entre la libertad para las buenas acciones y la libertad para las malas. Un estadista que quiera lograr algo importante y altamente constructivo para su país está obligado a moverse con mucha cautela y hasta con timidez. Miles de apresurados (e irresponsables) críticos estarán pendientes de él. Constantemente será desairado por el parlamento y por la prensa. Tendrá que demostrar que cada uno de sus pasos está bien fundamentado y es absolutamente impecable. El resultado final es que una gran persona, auténticamente extraordinaria, no tiene ninguna posibilidad de imponerse. Se le pondrán docenas de trampas desde el mismo inicio. Y de esta manera la mediocridad triunfa con la excusa de las restricciones impuestas por la democracia.”

“En todas partes es posible, y hasta fácil, socavar el poder administrativo. De hecho, este poder ha sido drásticamente debilitado en todos los países occidentales. La defensa de los derechos individuales ha alcanzado tales extremos que deja a la sociedad totalmente indefensa contra ciertos individuos. Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos sino las obligaciones humanas.”

“Por el otro lado, a la libertad destructiva e irresponsable se le ha concedido un espacio ilimitado. La sociedad ha demostrado tener escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana; por ejemplo, contra el abuso de la libertad que conduce a la violencia moral contra los jóvenes bajo la forma de películas repletas de pornografía, crimen y horror. Todo esto es considerado como parte integrante de la libertad, y se asume que está teóricamente equilibrado por el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. De este modo, la vida organizada en forma legalista demuestra su incapacidad para defenderse de la corrosión de lo perverso.”

“¿Y qué podemos decir de los oscuros ámbitos de la criminalidad? Los límites legales (especialmente en los Estados Unidos) son lo suficientemente amplios como para alentar no sólo la libertad individual sino también el abuso de esta libertad. El culpable puede terminar sin castigo, o bien obtener una compasión inmerecida, todo ello con el apoyo de miles de defensores en la sociedad. Cuando un gobierno seriamente se pone a erradicar el terrorismo, la opinión pública inmediatamente lo acusa de violar los derechos civiles de los terroristas. Hay una buena cantidad de estos casos.”

El sesgo de la libertad hacia el mal se ha producido en forma gradual, pero evidentemente emana de un concepto humanista y benevolente según el cual el ser humano – el rey de la creación – no es portador de ningún mal intrínseco y todos los defectos de la vida resultan causados por sistemas sociales descarriados que, por consiguiente, deben ser corregidos. Sin embargo y extrañamente, a pesar de que las mejores condiciones sociales han sido logradas en Occidente, sigue subsistiendo una buena cantidad de crímenes; incluso hay considerablemente más criminalidad en Occidente que en la pauperizada y legalmente arbitraria sociedad soviética. (Es cierto que hay una multitud de prisioneros en nuestros campos de concentración acusados de ser criminales, pero la mayoría de ellos jamás cometió crimen alguno. Simplemente trataron de defenderse de un Estado ilegal que recurría al terror fuera de un marco jurídico).”

Supere el lector una probable impresión, causada por la fuerte influencia de la corrección política y cultural dominante, de estar ante un discurso "carca", muy conservador. Matices y observaciones secundarias aparte, Solzhenitsyn, con cuarenta años de gulag a sus espaldas, está ejemplificando el coraje y la valentía para decir honradamente a Occidente, en el templo progresista de Harvard, lo que él ve, que en sustancia, son, a mi parecer, verdades como puños. Dos ideas fuerza de esta parte del discurso se muestran hoy tan actualísimas como importantes. La primera es que la libertad, aunque es un supremo bien en sí misma y la privación de la libertad es un mal, no tiñe necesariamente de bondad toda conducta libre, activa u omisiva. Los parámetros de bondad o maldad de nuestro comportamiento están, en gran medida, fuera e incluso por encima de la libertad. Hasta el más recalcitrante de los relativistas funciona con tales parámetros, los haya encontrado aquí o allá. Las personas que de verdad carecen de ellos son sociópatas (los hay) y nutren, entre otros oscuros escalafones, el de los serial killer, los asesinos en serie. Además de que la generalidad de las personas los sienten y los viven, hay criterios -valores, han dado en ser llamados- que se aceptan casi universalmente como válidos y necesarios: decir la verdad es bueno, aunque sólo sea porque mentir y engañar no está bien, lo que se aprecia con suma claridad cuando uno es engañado con mentiras o medias verdades. Tampoco está bien apuñalar o patear y, de nuevo, eso se ve muy claro si a uno le apuñalan o patean. Y la fidelidad conyugal es buena: el que es infiel quizá no lo tenga claro durante un tiempo, pero al engañado no hay que convencerle de la maldad de la infidelidad.

Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere, célebre definición que Ulpiano proporciona de los preceptos jurídicos (básicos) es, por ejemplo, una pequeña lista de criterios de bondad que casi nadie discute: vivir honradamente, no dañar al otro, dar a cada uno lo suyo. No interprete nadie esta referencia a Ulpiano como si intentase yo sugerir un posible germen de una moralidad universal y consensuada. Lo que quiero decir es que resulta insostenible, y es, de hecho, irreal, la vida humana en sociedad sin reglas y convicciones morales que guíen la conducta de la gran mayoría de las personas. Y cuanta mayor sea la elevación de esas reglas, mejor será la convivencia, mejor funcionarán las estructuras legales, que, sin elevación moral en la mayoría de la población, se degradan primero y después se acaban corrompiendo fétidamente. Más genuina será, en concreto, la democracia, puesto que es la forma de gobierno y organización social que requiere mayores dosis de altruismo.

Un ejemplo principalísimo, por más tópico que sea, es el que en el anterior pasaje de su discurso señala Solzhenitsyn: la criminalidad rampante, que no se ha atenuado desde 1978, sino todo lo contrario. No hay Código Penal, ni leyes penitenciarias ni procesales capaces de contener –simplemente contener- la violencia, la avaricia, la mentira y el engaño que se enseñorean de unas sociedades desmoralizadas, en las que a los niños no se les inculcan, ante todo por sus padres (con palabras, ejemplos y reprensiones claras), valores morales sólidos, sino que, al contrario, desde pequeñitos se les crea y se les fomenta un ambiente favorable a la facilidad de adquisición de todo bien material, a la pronta satisfacción de todo capricho, al logro de metas sin esfuerzos serios y perseverantes. Si a los niños y a los adolescentes (con una adolescencia larguísima, comercial y educativamente promovida) se les “inyecta” individualismo egoísta en dosis masivas, ¿de qué podemos extrañarnos? Si, siempre en una atmósfera de pura comodidad, se droga al niño poco espabilado y se droga también al que parece que está “hecho de rabo de lagartija”, como antes decían las madres, y eso ocurre porque lo quieren unos pobres padres poco dispuestos a los sacrificios de la educación de sus retoños y lo consienten pediatras y psiquiatras infantiles que no ven más allá de las tristes narices de sus “especialidades” (?), si a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes (¡vaya concepto de “joven”, tan confortable como ridículo, se ha instalado en nuestra sociedad!) se les bombardea con halagos y se les disculpa sistemáticamente, de modo que, de hecho, cualquier fracaso siempre es culpa de otros (de los profesores, p. ej., cuya autoridad es nula ante los mismos padres) y cualquier contratiempo, en vez de ser algo superable y común en la vida humana, siempre ha de considerarse intolerable, ¿por qué nos sorprenden los excesos del botellón, la iniciación y la inmersión en la droga, la violencia gratuita, la mala salud de tantos chicos y chicas, machacados por todos esos y otros elementos, mal dormidos, mal comidos, aburridos, masificados, incultos bárbaros cuando no analfabetos funcionales?

Lo dije hace muchísimos años y lo repito ahora, porque, desdichadamente, está ahora aún más claro que hace veinte años: vivimos en una sociedad que rechaza muchos fenómenos negativos, pero no está en absoluto dispuesta a actuar sobre las causas de esos fenómenos. No quiere los efectos y no sólo no rechaza suficientemente las causas de esos efectos, sino que quiere decididamente las causas. Las defiende, se aferra a ellas.

Si a esta situación social añadimos una clase dirigente que rehúsa reflexionar en serio sobre las causas de lo que reconoce que es lamentable, que rechaza todo intento de rectificación y que, más aún, promueve sin cesar la vida irresponsable del niño, del adolescente y del joven, el sesgo de la libertad hacia el mal, como decía Solzhenitsyn, inexorablemente nos conduce a una indisimulable decadencia social, económica e incluso física.

Es preciso reconocer que tenemos todos potencialidades perversas, que no conviene fomentar, aunque bastantes de ellas no se sancionen penalmente. El buenismo, el “buen salvaje”, es una idiotez, desmentida, a todas horas y en todas partes, por los hechos. Con reformas de leyes y con nuevas leyes apenas nada se puede arreglar. Hace falta lograr, de muy diversos modos, que en la sociedad se restaure un verdadero respeto general a imperativos morales elevados.

Segunda idea madre, íntimamente emparentada con la anterior, en este pasaje del discurso de Solzhenitsyn: el hombre no es sólo (y me atrevería incluso a afirmar que no es primordialmente) un sujeto de derechos. El hombre es, ante todo, el destinatario de muchos deberes. La noción de deber –deber jurídico, deber moral, deber cívico- debe recuperar la primacía. Y eso en absoluto debilitará la titularidad de los derechos. Sencillamente, supondrá deshacer un desequilibrio perdido durante demasiado tiempo y que ha generado un auténtico cambio antropológico, tan extraordinariamente perturbador que está destruyendo al Estado y convirtiendo a millones de ciudadanos en sujetos incapaces de esfuerzo, de superación, de iniciativa, de madurez. El olvido masivo de los deberes es un fenómeno catastrófico, agudizado por la constante invención de nuevos falsos derechos, que por ser falsos, no pueden ser satisfechos y sólo generan frustraciones. No terminaré sin recordar lo que, con mucha razón (razón jurídica: ratio iuris), sostenía aquel gran Maestro español del Derecho, Federico de Castro y Bravo: que el concepto jurídico primario no es el de “derecho”, sino el de “deber”.

4 comentarios:

E dijo...

Don Andrés sus palabras son duras, pero llevan razón. Sirven para recordar que tenemos una misión en la sociedad y en cada una de las dimensiones de nuestras vidas. También son oportunidad para no olvidar que nuestro esfuerzo diario es necesario, con el objeto de construir nuestras vidas y contribuir a sostener y mejorar lo bueno que generaciones anteriores han hecho. En lo personal, sus palabras me conducen a no desistir en mis aspiraciones. Cierto es que nada es un regalo y que nadie es culpable de lo que no logre. Gracias por escribir y dejarnos aprender de usted.

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