UNA PROPUESTA PARA EMPEZAR A PARTIR EL MELÓN
El extrafalario “desayuno de oración” en Washingon y la controvertida actuación de Rodríguez Zapatero en tan pintoresco y confuso como irrelevante evento han entretenido a los “media” casi una semana y han distraído durante el mismo tiempo a muchas buenas cabezas, que no han podido o querido sustraerse al buscado carácter circense de la vida política y social española. Con todo, llevamos unos días de excepcional preocupación ante la indisimulable decadencia progresiva de nuestra situación social y económica.
La alarma ha llegado a tal punto que, desde ámbitos del PSOE y desde otros, se propone un inmediato Gobierno de concentración o de unidad (o como quieran llamarle) para dotar de credibilidad a un plan que saque a este país de su ya indisimulable situación crítica.
Ocurre, sin embargo, que cuando, según las encuestas del ente encuestador oficial (CIS), la clase política es certeramente percibida por la ciudadanía como uno de los primeros y más grandes problemas del país, estamos ante una aporía de tomo y lomo. Si la clase política es el problema (y lo nota todo el mundo), no puede ser la solución. Y, más concretamente, ni para el paro ni para la recesión ni para la educación resulta razonable poner como punto de partida que, en vez de gobernarnos una parte de la desacreditada clase política, nos gobierne toda ella. O sea, que por lo que a mí modestamente respecta, “nones, Romanones” al Gobierno PP-PSOE (por orden alfabético) o PSOE-PP (por número de escaños en el Congreso). Nada de juntar “lo mejor de cada casa”, que ya se ha visto lo que dan de sí, para que nos sigan gobernando (jobernando, más bien). Eso se sería, según expresiones populares en España, hacer un pan con unas tortas, ir de de Herodes a Pilatos, de Málaga a Malagón o de Guatemala a Guatelpeor. Sería la llamada “jugada del enano”, cuya naturaleza no puedo explicar en este “blog”.
Desde las últimísimas Cortes franquistas, no se ha visto en España un “harakiri” político colectivo por el bien común. Y algo similar es lo que ZP y sus Ministros, Secretarios de Estado, Directores Generales y demás muchedumbre jerarquizada tendrían que protagonizar, pero, desde luego, no lo protagonizarán si no son máximamente presionados, porque no pueden comprender que el cambio a peor en este país (cambio que empiezan por negar) es ya un hecho casi de la misma envergadura e importancia que la muerte de Franco en su cama.
En todo caso, la lógica exigiría empezar por que se pusiesen de acuerdo en un plan de emergencia. Si hubiese ese plan y pintase bien, entonces, y no antes, se podría empezar a hablar de gobiernos de coalición, de unidad, de concentración o como se les quiera llamar.
Uno de los factores de la crisis, innegablemente influyente, aunque se pueda discutir “ad nauseam” su grado de influencia, es el desmesurado tamaño del Estado (en sentido amplio: incluyendo Comunidades Autónomas). Es un aparato desmesurado que no podemos mantener. Nadie lo discute, pero se viene a decir que nadie está dispuesto a empezar a partir ese melón o a ponerle el cascabel a ese gato. Con lo que la España hoy desacreditada internacionalmente siempre se encontraría en el mismo punto, incapaz de acreditarse. Y la recuperación no arrancaría. Se produciría, por el contrario, un mayor descrédito y una crisis mayor.
Antes de que las Cámaras de Comercio desplieguen su anunciada campaña de estímulo a esfuerzos individuales contra la crisis (una campaña que, por cierto, bien podrían ahorrarse para no tocar el trigémino al peatón democrático), voy a proponerles un plan de notable recorte del gasto público y de recuperación de la credibilidad interna y externa. Es un plan factible y sin apenas riesgos, que, en cambio, tendría un efecto económico no desdeñable y un efecto psicológico enardecedor de la sociedad civil. Me parece –miren lo que les voy a decir- que nuestra machacada ciudadanía experimentaría una poderosa inyección euforizante de moral.
No me hago la ilusión de que este modesto pero concreto plan resuelva por sí solo el problema económico y social. Pero afirmo que es factible, que no es perjudicial sino positivo y que por algo hay que empezar. En todo caso, me daría lo mismo que se empezase de otra forma semejante. Y lo ideal sería complementar cualquier plan de recuperación con dos medidas que la ciudadanía de cualquier color político desea, como se ha comprobado por reiterados estudios sociológicos y estadísticos. A saber: dimisión del Presidente del Gobierno, Sr. Rodríguez Zapatero y dimisión o cese del Presidente del Partido Popular. Sr. Rajoy. Aunque lo nieguen, con puro voluntarismo y por puro interés, los centuriones y pretorianos respectivos, España clama, como en paráfrasis de la copla: con ninguno de los dos tienen mis males remedio.
Lo de Zapatero es patente. Pero lo de Rajoy, también. Mes tras mes, Rajoy no llega al aprobado e incluso obtiene puntuaciones ciudadanas más bajas aún que las de Zapatero. No soy ningún "fan" de las encuestas, pero tanta constancia en los resultados no puede ser gratuita. Y es que Rajoy transmite una fuerte impresión de indolencia y de ausencia de criterio sobre todo. Porque, mes tras mes, Rajoy, al que no se le nota otra convicción que la de merecer sustituir a Zapatero, no logra que el PP articule, siquiera sea en algunos temas, unas propuestas de alternativa merecedoras de consideración. Y no deja que otros las formulen. Si el Gobierno y el PSOE abundan en frases y palabras vanas y apenas quedan ciudadanos que no las vean como tales, el PP no se esfuerza en buscar el contraste con propuestas bien pensadas. Amagan algo y rectifican confusamente y luego lo dejan correr. No sabemos qué propone el PP en materia económica y de empleo ni para reconducir el desastre educativo hacia el sentido común y la auténtica excelencia. Sí sabemos que, en Justicia, clave para el bienestar social y la seguridad jurídica, el PP secunda la extrema politización del PSOE. No: lo de Zapatero y el PSOE en su apoyo no tiene ya ni justificación ni excusa. Pero lo del PP, con Rajoy, es la ceguera del poder por el poder. Tal como están y van las cosas, jugar al puro desgaste del contrario, sin más, me parece ya claramente inmoral.
Así, pues, ambos partidos, PSOE y PP, tienen que buscar las personas más adecuadas. Dejen unos y otros sus ambiciones personales. No vean en nuestra gravísima situación la oportunidad del "quítate tú que me pongo yo". Vean el estado de necesidad en que se encuentra este país. Pacten en el interior de cada partido el método para el cambio. Hagan votaciones secretas. Enciérrense hasta que les salga "fumata bianca". Pueden hacerlo. No es creíble que les resulte imposible. Es increíble, en cambio, que no vean lo que está en juego. Para España, pero también para ellos mismos como dirigentes políticos. Que tengan la valentía de poner manos a la obra es el imprescindible arranque para salir de este atolladero histórico.
No me hago ilusiones de que esta última propuesta vaya a hacerse realidad. Pero no estoy ciego y, en asunto de vida o muerte, como si dijéramos, he de decir lo que veo. Lo que me temo, prefiero no decirlo todavía.
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