viernes, 16 de julio de 2010

EL FALLIDO ESTATUT, UN ENORME GOL DE ZAPATERO EN PROPIA PUERTA


LA SUPERVIVENCIA DE ZP, AMENAZADA POR LOS OTROS AVENTUREROS DEL ESTATUT


“El Estado soy yo”, dijo para sus adentros José Luis Rodríguez Zapatero. Por tanto, pese a su licenciatura en Derecho, prometió lo que no estaba dentro de su poder de disposición: un cambio del Estado sin cambio constitucional. “La Constitución soy yo”, pensó y aceptó leerla y que fuese leída conforme a un texto oculto, que les sonaba bien a él y a sus amigos y aliados, aunque le lloviesen serias y claras advertencias hasta de altos dirigentes de su partido. Pero “el Socialismo soy yo” y “el Poder soy yo” entendió también esto otro: “La política es mía”. Y así, sobre esas bases, impulsó decisivamente un nuevo Estatut de Catalunya en términos que nunca hubiesen sido aprobados en Barcelona sin el aliento y los solemnes compromisos de Zapatero. El Zapatero-Estado, el Zapatero-Socialismo, el Zapatero-Poder, el Infalible Conductor, el Supremo Habilidoso, engendró el Estatut de Catalunya, aprobado por la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio.

Es un fenómeno común, muy frecuente en la historia, que alguien en una posición de poder sea cegado por la soberbia y pase, de ser poderoso, a considerarse omnipotente. Ha ocurrido y ocurre en cientos de empresas privadas y en innumerables cargos públicos en todas partes y en todo tiempo. Pero en la historia de España lo de Zapatero no tiene parangón. Nunca un Rey o un Presidente del Gobierno se infatuó hasta tal extremo. Pero tampoco nunca, seamos serios en el análisis y justos en la atribución de responsabilidades, tantos miembros de la clase política secundaron crédulamente, insensatamente, los desvaríos magnoscópicos de un inflado poderoso, que, por otra parte, mostraba a cada instante una realidad personal de enorme indigencia intelectual y cultural, que exhibía a diario una inmensa carencia de sentido común, una falta tan descomunal de capacidad para reconocer la realidad, un empecinamiento terco superlativamente patológico para negar -pura y simplemente, negar- la realidad cuando ésta acababa imponiéndose ante sus miopes ojos.

Como ya he subrayado en este blog, los ciudadanos, por vez primera en nuestra historia contemporánea, han detectado espontáneamente que uno de nuestros tres problemas más graves es el de la penosa calidad, en todos los planos, de la clase política. Y cada episodio de nuestra política les da (nos da) más la razón. Así con lo del Estatut. En el asunto del Estatut, a Zapatero le secundaron todos los nacionalistas catalanes y todos los socialistas del PSOE capaces de votar en el Congreso y el Senado. Marcharon juntos, aunque Zapatero el primero, por la senda de la anti-Constitución de 1978. Y lo hicieron con un trato al Tribunal Constitucional que implicaba un desprecio despótico pero también muy temerariamente imprudente.

Parece un rasgo común a nuestros políticos habilidosos y autoconvencidos de su poder despreciar a los tribunales de toda índole. No se enteran, no escarmientan, no aprenden. La Justicia a la que maltratan, de palabra y de hecho (con malas leyes y escasos dineros), resiste aún, en medio de enormes debilidades y errores. Todavía hay jueces en Berlín y en Madrid, en Barcelona y en muchas provincias y partidos judiciales. Y los Magistrados de la calle Domenico Scarlatti, de Madrid, apremiados, acosados, presionados, peleados y todo lo que se quiera, finalmente han dictado un veredicto elemental. Éste: se lea como se lea y lo haya apoyado quien lo haya apoyado, el texto del Estatut aprobado por la Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, no es, al menos en ciertos puntos, compatible con el texto y razonable significado de la Constitución Española de 1978.

Que no vengan ahora a insinuar o a afirmar abiertamente que le ha faltado al Tribunal Constitucional la flexibilidad necesaria para salvar el Estatut y evitar un gravísimo problema con Cataluña. Los que eso dicen o insinúan están olvidando que se hartaron de afirmar la plena conformidad del Estatut con la Constitución. Están olvidando que sabían de sobra que el Tribunal Constitucional era un control de hecho ineludible. Y están olvidando que presumieron, una y otra vez, de que el Estatut pasaría con excelente nota ese control.

Ante el Estatut recurrido -lo he dicho ya aquí, pero vale la pena repetirlo- el problema no afectaba sólo a Cataluña y a Zapatero y sus variopintos seguidores. Además de que Cataluña tiene problemas reales muy serios en los que en nada positivo iba a influir el Estatut, el Estatut de Catalunya recurrido ante el TC suponía un problema máximo para toda España: el de la subsistencia de su Constitución y del Estado de Derecho. Error tremendo no haberlo entendido así. Porque si a Zapatero y a sus “supporters” en el asunto del Estatut no les importaba España -que no les importa y sigue sin importarles-, tenían que saber que la dimensión constitucional del Estatut era la que era, no la que ellos querían. Por su propia naturaleza la cuestión de la constitucionalidad de ese Estatut no se reducía a Cataluña. Así lo entendía la gran mayoría de los españoles y, por supuesto, el mismo Tribunal Constitucional, cuyo sentido como institución es juzgar hechos y leyes a la luz de la Constitución española.

Por lo demás, no pensemos que la sentencia sobre el Estatut, aunque haya sido buena para el Estado de Derecho, ha empeorado la situación política. No ha sido así, aunque esa impresión transmitan algunos analistas, por desenfoque o por interés. Ningún empeoramiento de la situación política hubiera sido más grave que el de una vía libre a ese Estatut. Ni siquiera la situación política catalana es, en realidad, peor ahora que antes de la sentencia del TC.

En el fútbol, hay en bastantes equipos jugadores habilidosos pero con una inclinación excesiva al juego personalista. No miran a los demás por si es bueno darles un pase. Con habilidad, se mueven en el área pequeña y en sus alrededores regateando una y otra vez a los contrarios. Sin embargo, en muchas ocasiones, casi siempre, acaban mareándose con tanto regate en corto y el disparo final, si llega, va muy desviado. Muchas veces he pensado que, de no ser tan grandes los campos, esos “chupones” dispararían, por su mareo, hacia su propia meta. Y quizá marcarían. Son jugadores que prescinden de su equipo y desconocen sus limitaciones. Podrían acabar marcando gol en su propia puerta.

Zapatero prometió lo que era inconstitucional y lo que, además, no estaba en su mano. Supremo Habilidoso como se creyó, se sintió capaz de contrariar ilimitadamente a la realidad y de burlar siempre, con grandes regates, a quienes no quieren negar la realidad y no aceptan la mentira y el engaño totales. No quiso hacer caso de las advertencias que escuchaba. Sólo toleró la compañía de quienes estaban dispuestos a hacerse eco laudatorio de todas sus ocurrencias, a negar la luz del día y la oscuridad de la noche si se terciaba. No había crisis económica y el Estatut era un monumento jurídico de constitucionalidad o, dejando a un lado lo que fuese, sería aclamado como el monumento que le convenía que fuese. No pocos comentaristas han considerado a Zapatero, durante años, un fenómeno de la habilidad en el regate, un prodigio de habilidoso oportunismo. Pero todo tiene un límite. Y, al final, la realidad triunfa y se impone.

Los que siguieron a Zapatero en su aventura del Estatut, una torpe y aviesa aventura contra una Nación en la que Zapatero no cree tal como es, tal como la ha hecho la historia, reciente y antigua, esos seguidores, politicastros de minúscula estatura intelectual y moral, no están en modo alguno dispuestos a reconocer su propia responsabilidad, su personal protagonismo, que es muy real. No: ésos, apremiantes, amenazantes, piden cuentas al Zapatero Omnipotente, al Supremo Habilidoso, como si les hubiese embarcado a la fuerza en la nave de la futura soberanía de la Catalunya que les ha dado de comer (y bastante más) sin trabajar para Cataluña ni para nadie. Zapatero, para salvarse, ha iniciado una enésima serie de regates. En el “Debate sobre el Estado de la Nación” ha despachado de mala manera la crisis económica y social, esa crisis cuya realidad negó durante demasiado tiempo y para la que no se preparó ni se dejó aconsejar. Lo importante para Zapatero en ese debate ha sido intentar recomponer su relación de supervivencia con las mesnadas del PSC (los socialistas catalanes, históricamente inventados al margen del PSOE). Les ha prometido que tendrán lo que quieren. Les ha prometido un imposible aún más claro, si cabe, que el Estatut. "Os voy a dar, con leyes pequeñas, lo que se nos ha negado en el Estatut". Y, como anticipo, "os declaro 'nación no jurídica'”. En verdad, algo patético, también desde el punto de vista de la política más ratonil.

La supervivencia, gracias al PSC, es lo que le ha importado a Zapatero. Porque este hombre sabe que las cifras de la crisis no votan desde los escaños del actual Parlamento. En cambio, el PSC sí vota. Y a Zapatero no le mueven los dolores de los ciudadanos. Le mueven los votos para seguir. No soy profeta, pero me parece que el gol de Zapatero en propia puerta ha subido al marcador.

1 comentario:

Aguador dijo...

Estimado D. Andrés:

Me parece que a ZP se le puede aplicar aquello que decía Agustín de Foxá respecto de Franco:

"Menuda patada le van a dar en nuestro culo".

Y si no fuera porque es el presidente (por accidente) de la nación ("discutida y discutible") española, pensaría que está ejecutando un plan para hundir España, ateniéndonos a los hechos y más allá de filiaciones políticas.

Saludos.